Cagatintas, chupamedias y los demás
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Según el diccionario de la RAE, el cagatintas es el oficinista despreciable. Suele también referirse al tinterillo y chupatintas, oficio tan expandido en nuestra cultura. A causa de su similitud fonética y olor, se asimila a quienes se hallan al servicio de la oligarquía. Nido natural de una vida entregada al infundio, donde el soporte se llama mentira. Actividad antigua, como la prostitución o más antigua, saben dónde arrimarse. Diestros en olores nauseabundos, se propinan codazos para ejercer el oficio. Saben hacer genuflexiones y pantomimas, mientras se humillan. Medran en la prensa defensora del capitalismo, la farándula y se afanan de ser genuinos exponentes de la opinión pública. De ahí que, sean también chupamedias.
Escriben, tergiversan y se hacen cachirulos de castidad, al ser contratados para cumplir esa faena. Saltan de una a otra vereda, según la dirección del tránsito. Bailan desde el vals vienés “El Danubio azul” hasta la cueca “El guatón Loyola”, hambrientos de parecer genuinos en su labor. La actividad folclórica ayuda en este rubro mentiroso de sanguijuelas, cuya ambigüedad es tan conocida en la farándula. Adictos a la desenfrenada charlatanería, han logrado enquistarse, en las esferas del poder. Escriben a borbotones, impulsados por el delirio del servilismo, en su labor de castrati.
No les importa vivir en el emporcado nido, donde sus amos los destinan. Desde ahí lanzan su verborrea saturada de elogios, a quienes les lanzan migajas del añejado pan. En nuestra prensa criolla e elitista, aquella actitud vociferante y cínica, saben cómo lavarle las enlodadas manos al empresario, que los ampara y utiliza. Maestros en el arte de elogiar, conocen al dedillo los vericuetos por donde transitar. Jamás equivocan el camino. Eluden la crítica. Y en calidad de sabios borregos, dan consejos, metidos en sus letrinas. Concurren donde hay olor a dinero, pues saben de olores nauseabundos, y se arriman a quienes le hacen guiños de amor metálico.
Afanosos, alegan ser feligreses de genuino linaje, descendientes de europeos y no del medio pelo, venido de Asia. Van a misa de 12, para que los vean comulgar. “Con ruedas de carreta”, como decían nuestros abuelos. Sí, devotos del metal que suena a castañuelas de zarzuela, cuando reciben los honorarios. En medio del alarde de semejante sometimiento, se golpean el pecho o las pechugas, según sea el caso.
El cagatintas, personajillo apocado, que se sitúa en un rincón de las oficinas públicas, tiene cierta dignidad si lo comparamos con el analizado más arriba. Trabaja en silencio, mientras mantiene la cabeza agachada. Si puede, a hurtadillas saca un cuaderno de debajo del escritorio y escribe un cuento, quizá un poema. Sabe que su pasión por la literatura no daña a nadie. A mi parecer, este cagatintas es un ser inofensivo. Sueña que en cualquier momento ascienda de rango o alguien le publique su obra inédita. Semejantes personas deberían motejarse de ilusos, si tuviésemos algo de bondad al hablar de ellos.
El otro cagatintas, tinterillo o chupamedias, el cual escribe en la prensa canalla, goza de un prodigioso olfato de perro sabueso. Se distancia de quien vive de una modesta actividad burocrática. ¿Y dónde queda el chupatintas? Este subordinado, me parece más extraño y bien podría ser aquella persona que, se dedica a elogiar al amo, lo cual se vincula a los chupamedias. El arte de chupar, a modo de epílogo, proviene de nuestra más tierna infancia y hay quienes, aún no sueltan la teta, mientras garrapatean.
Walter Garib