Barrio rojo
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A menudo, surge la idea de crear un barrio rojo en Santiago. Se encrespa el ambiente de la cultura erótica, vapuleada por la beatería. Parece que el proyecto se va a realizar, aunque surgirán voces de terror y se va a agitar el conventilleo, en cualquier momento. “¡Basta de candidez, en un mundo globalizado!” Gimió quien está vinculada al negocio del amor clandestino. Estos sitios, donde usted, cualquiera sea su sexo, actividad, orientación política y religiosa, pueda ir a divertirse en grande. Nada de candidez y prejuicios sociales, a la hora de entregarse al frenesí de la pasión carnal. A quitarse las máscaras. Vestido como se le antoje, para ocultar su identidad. Idea orientada a vitalizar el turismo y permitir a quienes indagan orientación amatoria, en busca del clandestino amor.
A mejorar el comportamiento en el lecho, en el sofá o dentro de un ropero. O si se prefiere, a vitalizar la gastronomía sexual. Alguien expresó en una conferencia, no yo, que los lenocinios son las universidades del amor. De ser así, a nadie se le puede negar concurrir a clases presenciales, para recibir un título de excelencia amatoria, en una época donde se lucha por conseguirlo. ¿O las clases de ética, deberían estar ajenas a este principio? Juzgue usted, mientras lee el Kamasutra.
Si en ciudades como Barcelona, Ámsterdam, París o Singapur, los hay bajo el amparo de la ley, en nuestro tedioso Santiago, entonaría la convivencia social. A despercudirnos y arrojar las telarañas de la abulia. A vivir en libertad. Desde siempre, la capital se ha caracterizado por ser aburrida, lánguida y pacata, donde después de la medianoche, la cubre un manto de tristeza. La bohemia, como es habitual en otras ciudades del mundo, apenas es reconocida en estos andurriales. ¡Viva la diversidad! Entre el guirigay, surgieron airadas voces, exigiendo que también debería existir una zona roja en Valparaíso, pero se aplacaron, al examinarse la realidad de nuestro principal puerto. Bueno. Esta zona se podría llamar rosa y así se calibran las diferencias. En ciudad de México, por ejemplo, existe esa alternativa y opera de maravillas.
Si hay amarillos en la política, se pueden sentir creadores e intérpretes de esta nueva modalidad social y gastronómica. Jamás se deben despreciar las coyunturas en épocas de escases. Como viven al aguaite, no desestiman idea alguna. Uno de ellos, que alega ser presidente de la organización, gracias a El Mercurio, desearía motejar al lugar, zona amarilla.
¿Y en cual sector de Santiago, debería crearse esta área de privilegiado jolgorio? Aunque parezca extraño, varios alcaldes de la metrópolis, con brazos cortos o largos y de distinto pelaje social, desean ser los elegidos. Alegan que, traería prosperidad y trabajo en abundancia, aunque sea de la cintura para abajo. ¿Acaso importa? Rehabilitará sectores deprimidos, donde la desesperanza cunde y la gente desea marcharse de ahí. Entonces, viva la zona roja.
Consultados los alcaldes del oriente de Santiago, expresaron su discreta decisión a colaborar en el proyecto, siempre que la zona roja, o como se llame, esté lejos de sus ancestrales dominios. Cualquiera entiende su pretenciosa vergüenza, donde el pudor realiza caminos en reversa. ¿Y habrá primera piedra? Como homenaje a quienes van a concurrir a botar la piedra en un lecho ajeno o en la bañera, protegidos por la clandestinidad, el tema se encuentra en discusión.
¿Va a disminuir la prostitución? El servicio, al ser regulado por la autoridad, no se va a ofrecer en la calle como una mercancía cualquiera. El sexo es el motor de la vida y jamás puede perder ese encanto. Fin a la promiscuidad y al comercio ambulante, desbordado en la capital. Se asegura que, esta profesión es la más antigua del mundo, aunque hay quienes discrepan y sostienen que es la traición.
Walter Garib