Si se hace siempre lo mismo se obtienen los mismos resultados
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La derecha económica y política – o por lo menos una gruesa parte de ella – se han opuesto tenazmente a toda reforma económica o social que el actual gobierno ha tratado de llevar adelante. Ahora, como una forma elegante de oponerse a toda reforma, han levantado, como alternativa, la necesidad de una “agenda pro crecimiento”. Es importante, por lo tanto, reflexionar sobre el tipo de crecimiento que estos sectores tienen en mente.
El crecimiento que realmente ha exhibido Chile en los últimos diez años no llega una tasa de 1.9 % anual, lo cual es una tasa muy modesta o mediocre. Ese es el significado real y concreto que tiene el crecimiento en el Chile reciente, conseguido con grandes altibajos por la vía de gobiernos de distintos signos políticos.
Si la agenda pro crecimiento consiste en mantener todo más o menos como ha venido funcionando en la última década, sin introducir cambios en algunos elementos relevantes del sistema económico, el resultado seguirá siendo el mismo, es decir, un crecimiento mediocre y una gran acumulación de tensiones y demandas sociales insatisfechas. Pero para crecer, y más aun para caminar por la vía del desarrollo, se necesita imperiosamente introducir cambios en el funcionamiento de la economía.
Los cambios generan temores, sobre todo en mentes conservadoras, que quieren que todo siga como ahora, pues su poder y su riqueza parecen aseguradas. Postulan, por ello, que cualquier cambio es de carácter radical y catastrófico. Sin embargo, es plenamente posible pensar en cambios que aseguren a todos los chilenos un Chile mejor, al mismo tiempo que sea un Chile más dinámico desde el punto de vista económico, incluso para los opositores y los temerosos de hoy en día.
Una reforma tributaria, por ejemplo, que permita un mayor gasto fiscal y una mejor distribución del ingreso, permitiría, al mismo tiempo, una mayor demanda y un mayor consumo, lo cual se traduce en un mercado más amplio y más dinámico, con mayores oportunidades y ganancias para todas las empresas que producen para el mercado interno. Una reforma del sistema previsional apunta en la misma dirección.
Una reforma educacional que termine con el cuadro terrible de que hay escuelas y liceos para ricos y escuelas y liceos para pobres – y que permita aprovechar en beneficio del país el potencial inmenso de talento y de creatividad que subyace en los sectores hoy en día condenados a la pobreza – generaría una generación joven, con educación de buena calidad y con mayor productividad laboral, lo cual sería beneficioso para todas las empresas y para todo el país. Lo mismo sucedería con una población que goce de buena salud y de buena atención médica, lo cual se traduciría en menor ausentismo y mayor productividad laboral.
La creación de nuevas empresas, en nuevos o viejos sectores productivos, con alta competitividad internacional, es también una cuestión necesaria para todo el país, por las ondas expansivas que esas empresas generarían en el tejido productivo y laboral, pero para ello se requiere de un estado promotor y eventualmente operador, que rompa con la oposición de antaño entre empresas públicas y privadas.
En síntesis, la eventual agenda pro crecimiento tiene que ser una agenda de cambios. Sin reformas no habrá crecimiento, o seguirá habiendo un crecimiento similar al conocido durante la última década. El grueso del empresariado nacional, aun pensando desde la estricta óptica de sus intereses económicos, no debería tener razones para oponerse a las reformas.
Sergio Arancibia