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Tragedias y farsas: la historia, esa loquilla a la que le da por repetirse

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Con buena voluntad podríamos recordar que hace algunas semanas hubo una manifestación de la Central Unitaria de Trabajadores en las que se exigió no recuerdo bien qué.

Pero el discurso no andará muy lejos de lo que viene siendo hace decenios. Y como hace decenios, la respuesta ha sido la misma: el silencio burlón y el desprecio aleve.

Y de nuevo, ahí quedaron los cartelitos y los encendidos discursos explayados en una Alameda, cuyo cielo fue surcado por drones y fantasías.

El gobierno sigue el vaivén de la derecha que impone su agenda sin prisa, pero sin pausa. Veremos como la reforma impositiva, por ejemplo, dejarás las cosas peor de lo que están, miradas desde la perspectiva de quienes tiene la mala ocurrencia de vivir de un trabajo.




A menos que creamos que los poderosos y sus representantes políticos de pronto serán absorbidos por una conciencia social que les induzca a meterse la manos al bolsillo, como dijeron cuando la cosa se les puso cuesta arriba.

Del mismo modo la jornada de cuarenta horas. Las maniobras para aprovecharse de la situación entre los empresarios se dejarán caer junto con sus lamentos que mostrarán lo que afectará a sus negocios. En general, las leyes se hacen para justificar la trampa.

Sin sindicatos fuertes, a merced de las necesidades y las deudas, los trabajadores se verán expuestos a presiones tanto ilegítimas como ilegales ante la voracidad empresarial, quienes pagan el sueldo de sus trabajadores con sus tres primeras horas de trabajo, y las otras cinco pasan a ser parte de las ganancias empresariales.

Los empresarios dijeron su palabra en la ENADE: el gobierno debe asegurar las condiciones para que aumente el crecimiento y se garantice la tranquilidad social para el buen funcionamiento de sus negocios. De paso, se adjudican la condición de quienes generan la riqueza del país, como si fueran ellos los que se descrestan doce o más horas diarias por un sueldo miserable.

El presidente Boric hace en esa reunión de poderosos lo que han venido haciendo los presidentes que se han dicho de izquierda: dar señales de buena conducta, de ser ordenados, respetuosos, responsables y sobre todo obedientes. Llevó optimistas números de la economía y se comprometió a llegar a acuerdos en lo que sea y para lo que sea. Tanteadito en sus dichos, dijo lo que sus anfitriones querían escuchar.

Olvida el presidente que esa gente es la responsable final de una cultura cuyos efectos negativos el pobrerío de este país paga a diario. Que estafan a la gente mediante oscuros contubernios. Y que fue ese sector el que propició, promovió y traicionó para que las fuerzas armadas arrasaran con el mejor gobierno que ha tenido el pueblo en lo que va de historia nacional.

Y que lo volverán a hacer si las cosa se les ponen cuesta arriba en sus balances y prebendas.

Se comienza a hablar de reformas al sistema político. La carcoma de la ilegitimidad y la corrupción comienza a debilitar las fundaciones de un régimen que solo se sostiene porque quienes deberían enfrentarlo aún no tienen el valer suficiente.

La calidad de la política ha caído vertiginosamente hasta la pestilencia. Y no se crea que es del interés de esta gente ampliar la democracia: solo se trata de perfeccionar el mecanismo de dominio que ya da muestras de fatiga. Se trata de que el sistema político se adelante a un nuevo estallido.

Este es el momento preciso para entender por qué aquello que pasó en octubre del dos mil diecinueve terminó como terminó y por qué ese proceso constitucional por el que fue canjeado derivó en un fracaso estrepitoso de cuyos efectos telúricos y anímicos muchos aún no se recuperan. A pesar de la prosa casi poética y revolucionaria de su propuesta.

Vale preguntarse en qué quedo esa energía, esa propuesta. ¿No será hora de sacar algo de ahí? De cierta manera ese texto esbozaba un país diferente. El caso es que, sumando y restando, las condiciones sociales, anímicas y económicas que impulsaron esos reventones populares no solo siguen vivitas y coleando, sino que se han agudizado a pesar de que no parezca.

El impulso majestuoso del gobierno del presidente Boric que duró lo que duró su primer discurso desde el balcón de La Moneda, comprobó que sin ideas claras ni convicciones firmes y arraigadas en lo más profundo, y sin un pueblo que apoye, rendirse a la derecha siempre será una opción.

Y quienes podrían levantar la mirada para proponer un camino opcional al de este capitalismo extremo en el que campea la deshumanización, siguen afanados en cuestiones sin importancia, en egolatrías absurdas, aferrados a sueldos de fábula y, por qué no, auscultando la posibilidad de una carrera política o diplomática.

El pueblo, esa cosa extraña, que se las arregle solo.

En breve vendrán nuevas elecciones y el tiovivo de la politiquería más despreciable volverá a girar con sus tonos miserables, sus ofertas, mentiras y falacias.

Se instalará entre la gallá desinformada, endeudada hasta la madre, anulada desde la escuela, la iglesia y los matinales, expuesta a la manipulación, dicho de otro modo, en la gran mayoría del censo, el mismo no saber a qué atinar que viene siendo desde hace tanto.

Sin embargo, la calma que precedió a la tormenta estéril del aquel octubre de fábula era muy parecida a esta. No nos quejemos después.

La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Lo malo es que a veces la farsa llega a ser más terrible que la tragedia, como dicen los que saben.

 

Ricardo Candia Cares



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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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