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Las violencias humanas

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Se cumplieron 30 años de la masacre en Ruanda de una parte de la población por otra, supuestamente de etnias diferentes (un invento colonial) aunque de lengua y creencias similares pero, en muchos casos, de condición social distinta. Vecinos y familiares masacraron en cien días con machetes y palos a 800 mil adultos, mujeres y niños y niñas en nombre de una supuesta diferencia racial, sin que nadie los detuviera, hasta que logró tomar el poder una organización armada del grupo masacrado.

Hay otras violencias en la historia de magnitudes todavía más impresionantes, como el holocausto nazi, que asesinó a 6 millones de judíos y medio millón de gitanos, además de personas con discapacidades, homosexuales, prisioneros políticos y testigos de Jehová, por el solo hecho de su pertenencia un grupo determinado. Su condena no provino de actos que pudieran serles reprochados, considerados justos o injustos, punibles o no punibles, sino del más gigantesco delirio asesino que conozca la historia humana, que logró ser detenido por el esfuerzo conjunto de la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido y otros aliados. Y desde hace 6 meses asistimos, como respuesta indebida a violencias injustificables de grupos islamistas ultra-religiosos que también quieren exterminar a los judíos, al genocidio del pueblo palestino, organizado con método por un Estado de base étnica y con el apoyo de Estados Unidos y una parte de Europa. En todos estos casos encontramos la absurda idea de una supuesta supremacía racial, que construye chivos expiatorios de las propias agresividades y violencias. Así va el mundo, con otros conflictos bélicos de origen étnico con miles de víctimas, como en Sudán del Sur o Myanmar, además de conflictos político-estratégicos, como en la Ucrania invadida por Rusia, o la descomposición institucional y social en Haití.

Estas tragedias se inscriben en las contradicciones de las sociedades humanas, que viven muchas veces envueltas y enceguecidas por representaciones del mundo que llevan a las peores prácticas, lo que se expresa de modo privilegiado en el tema de las identidades, la organización del poder y la persistencia de jerarquizaciones sociales y étnicas injustas e infundadas. Estas se aceptan resignadamente por las sociedades, o en su seno emergen fuerzas capaces de modificarlas, hasta que la acción colectiva logra, de manera progresiva o mediante impulsos decisivos en ciertos momentos de la historia, mejorías en la organización de las instituciones y en las condiciones generales de vida, hasta ahora de manera muy disímil a lo largo del planeta.

Esto no es independiente de evolución de la vida material. Si hoy los recursos son utilizados con mayor productividad en base al conocimiento acumulado y las innovaciones, como el salto que van permitiendo las redes digitales, la robótica y la inteligencia artificial, cabe subrayar que esto es fruto de la cooperación humana. Ningún conocimiento y sus aplicaciones se obtienen provechosamente por el ingenio de personas aisladas, por talentosas y ambiciosas que sean, sino que es fruto del esfuerzo de las generaciones previas y de la colaboración de muchos contemporáneos. El gran dilema para las sociedades es que se pueden poner al servicio de la acumulación concentrada de capital para fortalecer minorías oligárquicas o al servicio del mayor bienestar colectivo.

Estos grandes dilemas de la modernidad vienen de muy atrás, de la propia conformación de la condición humana. La especie humana lleva adelante una aventura extraordinaria, desde que los humanos arcaicos evolucionaron progresivamente hacia el Homo sapiens, a partir de la familia de los Homínidos y del género Homo, aparecido hace unos 2,8 millones de años en África. Los ancestros se redujeron drásticamente , al parecer, hace unos 800-900 mil años por un gran enfriamiento climático, que pudo haber significado su desaparición. Pequeños grupos sobrevivieron y luego el fuego empezó a ser usado hace unos 400 mil años. Los Homo sapiens propiamente tales hicieron su aparición hace unos 300 mil años, según nuevos descubrimientos, y empezaron a salir de África en distintas oleadas desde hace unos 130-50 mil años (los primeros Homos erectus lo habían hecho hacia Eurasia hace unos 1,7 millones de años y otros al parecer hace unos 2,6 millones de años). Poco a poco los Homo sapiens poblaron el mundo (una mala noticia para los racistas: todos los seres humanos venimos de África y de un grupo numéricamente reducido) y reemplazaron, y en parte se mezclaron en Europa y Asia con otras especies de homínidos, como el Homo neanderthalensis y el Homo desinovensis.

Así, el Homo sapiens es fruto de una muy larga evolución y ha demostrado ser capaz de las creaciones y realizaciones tecnológicas, productivas, arquitectónicas y artísticas más impresionantes y, también de conductas altruistas, cooperativas y de reciprocidad, lo que le ha permitido no perecer frente a otras especies y a los embates de la naturaleza. Pero las sociedades cazadoras-recolectoras de algunas decenas de miembros fueron reemplazadas, desde el nacimiento de la agricultura hace unos 10-12 mil años y de las ciudades hace unos 6-7 mil años, por la jerarquización social, el incremento de las violencias y el sometimiento patriarcal de las mujeres a los hombres. La aventura del imperfecto Homo sapiens incluye una estructura psíquica en la que conviven,  junto a los atributos mencionados, agresividades conscientes e inconscientes y patologías mentales que pueden transformarse en agresiones individuales y colectivas de una violencia simbólica y física inauditas. Su desafío es saber si prevalecerán las conductas socialmente paranoicas y destructivas, y las representaciones mentales que las justifican, o serán controladas y canalizadas por las mencionadas dimensiones altruistas, cooperativas y de reciprocidad, que le han permitido no solo sobrevivir sino estructurar convivencias constructivas y crear obras impresionantes para su propio goce a lo largo de la historia.

Adicionalmente, los ecosistemas requieren, y con urgencia, ser preservados de la acción humana irracional y depredadora y ser manejados para permitir su resiliencia frente a los más de 8,1 mil millones de seres humanos que los habitan y utilizan sus servicios vitales. La pretensión liberal de que las interacciones individuales arreglarían las cosas del mejor modo (la «mano invisible del mercado») es una de las malas ideas que tienen al mundo como está, pues validan a las oligarquías que ejercen poder en su beneficio en detrimento de las colectividades humanas y de la naturaleza.

En suma, ciertas acciones colectivas y sistemas de ideas pueden ser muy perniciosos, como lo demuestra la historia, pero no hay otro camino que el de la acción común democrática, local y global, para lograr en el largo plazo sociedades en las que prevalezca una convivencia digna porque es equitativa y sostenible.

 

 

Gonzalo Martner

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Gonzalo Martner

Economista, profesor de la Usach, expresidente del PS.

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