Movimiento Social: sin amor y sin odio
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Durante años se ha dicho y escrito acerca de los movimientos sociales para referirse a una indeterminada cantidad de organizaciones con diversos rasgos y propósitos, que reúnen a personas de buena voluntad, más o menos enojados con el sistema y con el desconcierto a flor de piel, que intentan reunir a cuanta gente tenga algo en común para, de vez en cuando, salir a las calles a protestar y exigir derechos.
Es gente buena, muchas con historias, casi todos maltratados por el paso del tiempo, los bajos sueldos, los políticos malditos o las policías.
Pero, en rigor, en Chile no existe un Movimiento Social.
Esta afirmación de tono radical podría contradecir lo que durante decenios se ha visto en las calles: centenares de miles de mujeres y hombres, millones en algo tras veces, exigiendo justicia, democracia y derechos sociales conculcados puntualmente por los gobiernos que sucedieron a la dictadura.
Pero al otro día el mundo ha seguido girando sin inmutarse.
Sucede que desde hace mucho se confunden los desfiles callejeros, las marchas y protestas con un concepto mucho más complejo e interesante que es de la movilización. Como se ha visto y vuelto a ver, esos desfiles con batucadas y permisos de la gobernación, lo único que han logrado cambiar ha sido el sentido del tránsito. Y por algunas horas. Al otro día el neoliberalismo sigue anclado en lo más profundo de la cultura chilensis.
La movilización popular, es decir, el pueblo movilizado, hace referencia a una acción continua, masiva, que utiliza diversos e imaginativos mecanismos y formas de lucha, que despliega una política clara, goza de dirigentes prestigiados y se ordena por una estrategia sólida y construida por muchos, por todos o casi.
Pero, por sobre todo, el pueblo movilizado debe ser el portador/creador de una mística de tal envergadura humana, de tal profundidad legitimadora y de tal calado emocional, que seduzca en lo de muy adentro a la gente víctima del sistema, al extremo de decidirse por hacer los mayores esfuerzos y sacrificios por el triunfo.
La movilización popular es un proceso, un movimiento incesante que va, viene y vuelve a venir, que se articula con otros, que se propone metas y desafíos, que es capaz de generar una mística y que pone en el centro la lucha por los derechos de las personas, impulsado por un Movimiento Social asentado en una legitimidad capaz de vencer hasta el más incrédulo. Y al más sectario.
A modo de ejemplo, digamos que la última movilización popular fue en contra de la dictadura. La penúltima, fue el proceso que llevó a Salvador Allende al gobierno popular. Que ambos procesos fueron traicionados, es harina de otro saco.
Digámoslo: un Movimiento Social es ante todo un movimiento político que se propone una resistencia transformadora, contrario a la hegemonía; que se articula a partir de sus propias experiencias, aprendizajes y errores; su estrategia es superar el orden dominante con el protagonismo inevitable del pueblo, el que, desde abajo y horizontalmente, debe ser capaz de gestar un pensamiento y una acción, una acción y un pensamiento, que proponga una nueva manera de vivir. Otro país. Otro mundo.
En pocas palabras, se trata de incursionar en la política, el dominio en donde las cosas concretan el cambio, con una estrategia que ordene, proponga el paso y ritmo, pensando con propia cabeza y caminando por propio pie, superando las formas tradicionales de hacer política.
Un Movimiento Social es ante todo una expresión política transformadora a partir de asumirse como sujetos de la transformación y no como simples herramientas de otros, para abrir camino hacia una sociedad que descarte al capitalismo y sus lacras inhumanas. Ya vemos que el fracaso de este orden es el que tiene a la humanidad al borde de la locura y de la muerte porque para intentar sobrevivir aumenta la rapiña, el genocidio y la depredación.
En nuestro país esta mecánica necesaria de los pueblos, no se ha visto ni por asomo. Quizás en algunos colectivos, marginales aun cuando valiosos y empeñosos, que hacen esfuerzos por mostrar caminos novedosos, pero, en general, ha dominado el egoísmo y el interés de grupos que no quieren perder sus prerrogativas.
Prácticamente todas las organizaciones gremiales, sindicales, estudiantiles, campesinas, obreras y de cualquier otra índole u origen, han sido puntual y metódicamente arrasadas por la políticas neoliberales sin que sus dirigentes hubiesen tomado debida cuenta del suceso.
Y, en muchos casos, se puede sospechar que esta debacle generalizada ha sido con su anuencia.
Desde que el tiempo es tiempo, se ha entendido que los llamados a hacer política son los partidos y que los sindicatos, gremios u otras agrupaciones de trabajadores y del pueblo llano, solo deben confiar en el cometido de sus representantes en el gobierno, Congreso y todo lo demás.
Pero un genuino movimiento social, empoderado con la fuerza del pueblo organizado, con todas las razones de la moral y la historia, con una propuesta que seduzca, tiene el derecho y la obligación de asumirse como sujeto del cambio y no como un grupo de personas sometidas a la buena voluntad de los partidos, por muy populares que sean o que hayan sido.
El movimiento social debe poner en juego la cuestión del poder, es decir, debe llevar su gestión mucho más allá de lo meramente reivindicativo, y trazar sus propia estrategia y formas de lucha, armados con la fuerza de una articulación tejida horizontalmente, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo y de un lado hacia el otro.
A esta mecánica democrática y democratizadora, se han opuesto sistemáticamente los partidos de izquierda al mismo tiempo que sus orgánicas han tendido a desparecer. Su influencia en el mundo popular ha ido menguando en proporción directa al grado de institucionalización que han aceptado en un orden que ha perfeccionado y profundizado el neoliberalismo.
A las organizaciones de trabajadores, pobladores, campesinos, Centrales, Confederaciones, federaciones, sindicatos nacionales y gremios, el sistema les quitó el oxígeno asfixiándolas, sin prisa, pero sin pausa, mediante leyes con ocultos incisos contrainsurgentes.
Un día despertamos y esas otrora grandes organizaciones de trabajadores ya no tienen ninguna importancia. Para qué decir de la CUT. Se quedaron en alguna parte inofensiva de la historia, al amparo del poder.
Lo que ha faltado para resolver la contradicción entre neoliberalismo y democracia ha sido, precisamente, la irrupción de un vasto Movimiento Social que se proponga disputar el poder en cada uno de los espacios en que este se expresa, poniendo sobre la mesa su propio proyecto de economía, educación, cultura, municipio, región y lo que sea.
Resulta alarmante y vergonzoso que la gente víctima de la economía, de la represión, que ha puesto el pecho a las balas y el lomo al apaleo, que ha sido perseguida, maltratada, ninguneada, despreciada, no tenga nada qué decir, ni sepa cómo hacerlo si tuviera, cuando arrecia en su expresión más descarnada e infame un orden corrupto, ladrón y homicida.
Los sucesos del octubre de 2019 dejaron muy claro que lo que faltó fue, precisamente, esa construcción hecha por la gente, esa cercanía que desordene ordenadamente, una inteligencia colectiva que se proponga metas de rango estratégico, una decisión que tercie en la política y dispute el poder allí donde les duele a los dueños de todo.
Por sobre todo, que sea capaz de seducir al pueblo y le dé una razón profunda para desplegar su amor y su odio.
Ricardo Candia Cares