Caminar en la noche
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A mediados del siglo XX, los alumnos del Internado Nacional Barros Arana, acudían a la Plaza Brasil a reunirse con las muchachas en flor. Acontecimiento social a todas luces, que revolucionaba el sector. Cada sábado el lugar se convertía en hervidero. Coto de caza exclusivo de una juventud bullanguera, amante de la poesía. Bastión o ciudad amurallada. Esto vuelve a la memoria, al enterarnos que el presidente Gabriel Boric, frecuenta la plaza Brasil a recrear sus ojos con aquella zona de nostalgia. Le seduce quizá el sector que bien puede ser el ombligo de Santiago.
Infinidad de novelas chilenas transcurren en el lugar y en otras épocas, se vio a poetas, sentados en las bancas, a escribir su obra. ¿Estuvieron en la plaza, Gabriela Mistral, Pablo Neruda o Pablo de Rokha? Sí, la frecuentó Alfonso Calderón, Premio Nacional de Literatura. Ahí hay palmas canarias, jacarandá y tilo, para engalanar una zona típica del Santiago bohemio. “Se hace camino al andar”, como dijo el poeta español Antonio Machado.
No se trata de un recorrido casual, realizado por el mandatario. Las noches suelen ser de quietud y llaman a la meditación. Envueltas en el perfume de las flores, silenciosas habitantes de sus jardines. El rumor a la quietud, impregna el lugar.
A los empleados de la oligarquía, en su generalidad parlamentarios, adoradores del becerro de oro, no les agradó enterarse que Boric pasee por esa zona. ¿Porque huele a nostalgia? ¿Acaso al Santiago profundo? ¿Les inquieta que el presidente se exponga en forma innecesaria? “Debe quedarse en casa, sentado en una silla mecedora, tratando de resolver los verdaderos problemas de la gente”, terció un diputado, quien no conoce la Plaza Brasil. Barrio emblemático de la capital del país, plagado de historias. Otro parlamentario de su camada, cuya tarea es denostar a granel, dijo, como si quisiera imitar a un pensador, de la talla de J. P. Sartre. “Boric demuestra absoluta desconexión”. Quizá se refería cuando el mandatario expresó: “Más Narbona y menos Craig”. Esta enigmática frase, bien podría ser un verso o el inicio de un cuento.
No he vuelto a la Plaza Brasil, desde mi época de estudiante en el Internado Nacional Barros Arana, aunque infinidad de oportunidades, la quise frecuentar. La modorra, la vejez y la lejanía, conspiran en la búsqueda del pasado. Desconozco su actual presencia, aunque todavía siento el rechinar de las ruedas del tranvía, mientras vuelvo a recordar a quienes conocí ahí. El vecindario es otro y como cualquier sitio de una ciudad en constante trasformación, el pasado se diluye y nada continúa siendo igual. Cae la noche envuelta en el silencio, y quienes circulan por el sector, buscan azarosos donde comer o en qué sitio sentarse a descansar. Sombras furtivas, fantasmas nocturnos, manchan las paredes de las viviendas. La noche tiene encantos y sorpresas, ajenos al día. Ignoro si hay todavía palomas, y si las hay, son alimentadas por otros viejos. Sí, una vejez encalillada, jodida desde hace lustros, expuesta a un destino, próximo a la miseria. Todo lo marchita el tiempo y la nostalgia, nos remite al lejano pasado.
Pensar y caminar durante la noche; recrearse con los escondrijos. Observar los zaguanes de las viejas casonas, que se niegan a ser demolidas; en tal caso, es un estímulo para encontrar la sabiduría, el necesario sendero por donde transita la existencia. Meditar y detenerse por unos segundos a contemplar el cielo. Quizá haya luna. Y si no la hay, disfrutar el silencio. Teñida de poesía y nostalgia, la plaza Brasil es el obligado paseo de quienes buscan el escurridizo sentido de la vida. Ajena a la imbecilidad de los agoreros.
Walter Garib