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Simone Weil y el imperio de la fuerza

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Simone Weil pensaba, discrepando con Marx, que para entender el mundo y actuar en él había que poner atención, percibir y entender, antes de los fenómenos económicos, la presencia y acción de lo ella llamaba la fuerza.

Casi sin excepción, dice Weil, los seres humanos durante el transcurso de sus vidas sufrirán hechos, situaciones o acontecimientos donde estarán envueltos, enlodados, explotados o arrasados por la fuerza. Ganar terreno al imperio de la fuerza en las relaciones humanas de todo tipo, es una ardua labor. Tal era un profundo anhelo de la filósofa francesa.

En el escrito “La Ilíada, o el poema de la fuerza”, Weil constata que la fuerza, en este caso desplegada en la guerra entre troyanos y griegos, daña, con rasgos particulares y diferentes a unos y otros, vencedores y vencidos.

Desde muy joven Simone Weil se interesa por el acontecer político y social, siendo partícipe de los problemas, conflictos y luchas de la clase obrera. Vivió solo 34 años, y su historia vital y escritos asombran por su contenido, intensidad y amplitud.

La fuerza aplasta a los seres humanos, y vivimos en un mundo de constante combate donde predomina. Simone Weil enfrenta esta realidad violenta en los hechos, físicamente se compromete, e intelectualmente desarrolla una obra muy extensa planteando cambios radicales en el pensamiento y la sociedad.

Siempre rechazó el sometimiento de seres humanos a la fuerza física y psicológica. Pacifista cuando muy joven, había nacido el año 1909 en una familia judía no practicante de la burguesía francesa. En 1932, con veintidós años, viajó a Berlín a ver con sus propios ojos qué estaba pasando en Alemania convulsionada. Publicó a su vuelta a Francia una serie de artículos en revistas de izquierda donde denunciaba alarmada cómo la pugna entre la socialdemocracia y los comunistas estaba abriendo la puerta del poder del estado al nacismo.

El 36, apenas explota la guerra civil en España el 18 de julio, tras el parcialmente fallido golpe de estado fascista, Weil aparca su pacifismo y se embarca en un tren con destino a Barcelona. Toma contacto con los anarquistas y se incorpora de inmediato a la columna de Buenaventura Durruti que estaba a punto de partir al frente de Aragón. Hay una foto sorprendente de la muchacha sonriente en una calle de Barcelona vestida con el overol de miliciana y un rifle en la mano. No alcanza a estar un mes en el frente, sin participar en combate ni disparar un tiro, cuando sufre un accidente en una cocina del campamento al tropezar con un caldero con aceite hirviendo. Trasladada a un hospital en Sitges, luego de un par de semanas viaja de vuelta a París.

La experiencia española fue turbadora para la joven. Le consternó la insensibilidad de sus compañeros anarquistas ante los hechos violentos que protagonizaban, jactándose en las conversaciones nocturnas en los bares de Barcelona de los fascistas que habían asesinado durante la jornada. Al salir de España iba Simone Weil estremecida por lo vivido, impactada y adolorida de no haber escuchado a nadie manifestar espanto, horror y condena ante las barbaridades perpetradas por miembros de sus respectivos bandos.

La fuerza explotando a los pobres la constata y comparte Simone Weil adentrándose en las condiciones de vida de los trabajadores en las fábricas del capitalismo francés. Deja su trabajo de profesora de filosofía e ingresa a trabajar como obrera en una cadena de producción industrial de la Renault.

Luego de un año de trabajo deshumanizante sale destrozada en cuerpo y alma. Escribirá un libro sobre la condición del trabajo y la vida de mujeres y hombres de la clase obrera francesa, denunciando el aplastamiento y la cosificación que sufren.

Para Simone Weil la constatación de que un obrero soviético en cuanto cruza la puerta de la fábrica comparte la misma condición reductiva impuesta sobre un obrero en el capitalismo, era suficiente evidencia y razón para considerar que en la Unión Soviética no se había instalado una revolución, sino el dominio de una burocracia partidista en el marco de un estado totalitario.

En una reunión en París en casa de sus padres, donde se encontraba cobijado León Trotski, la estudiante de filosofía le manifestó su desacuerdo al líder ruso con seguir llamando estado proletario o de los trabajadores a la Unión Soviética regida por Stalin y administrada por una burocracia. A la mañana siguiente Trotski con humor le dijo a la mamá de Simone que en la discusión de la noche anterior había nacido en su casa la Cuarta Internacional.

Lo último que hizo Simone Weil antes de morir en Londres fue incorporarse activamente en la lucha liberadora de Francia en manos de los alemanes desde 1940. Propuso la idea al equipo del general De Gaulle de organizar un comando de mujeres enfermeras para ir al frente a socorrer a los heridos. El general descartó tal posibilidad, expresando de paso que la filósofa estaba loca.

Al contrario, quienes la conocían bien y la valoraban en el comando francés londinense, un par de profesores y políticos eminentes, le encomendaron escribir sobre la Francia que podía y que debía renacer tras la tremenda experiencia de la invasión y el dominio nazi.

En un estado de salud muy precario, escribiendo intensamente, redactó los textos que hoy reúnen los libros “Echar raíces” y “Escritos de Londres”. Le habían pedido que delineara un proyecto de constitución para Francia. Ella se explaya, lejos del derecho y de la norma, en la necesidad de un cambio cultural, de la mentalidad y el espíritu, a la par que acentuaba su misticismo religioso particular, proponiendo otra civilización, sin dominio y explotación entre seres humanos, donde no impere la fuerza.

 

Por Pedro Armendariz

Periodista

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