Reaparece Diana: Una nueva memoria barrial
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Bendita la cerilla que se consumió encendiendo llamas
Bendita la llama que ardió en lo recóndito del corazón.
Hannah Szenes, 1944
Una tarde de primavera del año 1974, el día 18 de noviembre para ser exactos, una joven venía caminando por la calle Emilia Téllez de un barrio de la comuna de Ñuñoa. Al acercarse a la esquina con avenida Ossa se percató de una camioneta Chevrolet blanca que se detuvo bruscamente. Presintió peligro y empezó a correr. Desde la camioneta, hombres de civil dispararon una, dos, tres y cuatro veces, perforando su abdomen. A la fuerza la metieron al vehículo que arrancó a toda velocidad.
El nombre de la joven era Diana Frida Arón Svigilsky, periodista a cargo de comunicaciones del MIR en esa época, cuando la dictadura civil-militar llevaba poco más de un año en el poder en Chile. Posteriormente fue vista en Villa Grimaldi, en el Hospital Militar y en la ex clínica de la DINA en la calle Santa Lucía, antes de que su rastro se perdiera para siempre.
Casi 50 años más tarde, en esa esquina de la vereda sur, se erige un alto edificio de condominios; en la vereda de enfrente, del lado norte, unos vehículos entran y salen de un pequeño centro comercial, donde varias palmeras altas hacen guardia a la entrada. Un lugar así no permanece en la memoria más que los segundos que les lleva a los autos pasar raudamente cada día.
El sábado 16 de marzo, en Plaza Fanor Blanco, una placita triangular a dos cuadras de esa esquina, casi 200 personas se reunieron para inaugurar un memorial que devuelve la figura de Diana Arón al barrio donde vivió por última vez, el mismo donde fue detenida. Dicho memorial representa la culminación de un proyecto que durante más de tres años fue impulsado por la Agrupación Judía Diana Aron (AJDA) para rescatar del olvido a Diana y a los acontecimientos que ocurrieron en ese lugar. Cuenta con el reconocimiento del Consejo de Monumentos Nacionales como hito de memoria y con el apoyo de la Municipalidad de Ñuñoa.
Entre quienes se dirigieron al público fueron la Alcaldesa de Ñuñoa Emilia Ríos, el jefe del Departamento de Patrimonio de Ñuñoa Alejandro Ancalao, la hermana de Diana, la psicóloga Ana María Arón y su gran amiga Loreto Rebolledo, decana del Instituto de Comunicaciones y de Imagen. También hablaron representantes del Colegio de Periodistas, de la Corporación por la Paz Villa Grimaldi y del Sitio de Memoria ex Clínica Santa Lucía. Con su música y compromiso acompañó a los presentes la cantautora Cecilia Concha-Laborde.
La Alcaldesa Emilia Rios resaltó su relevancia: “Hoy es una fecha que será muy importante para nuestra comuna porque es la primera vez que, como institución, la municipalidad colabora directamente en marcar nuestro espacio público a partir de la memoria de las víctimas de la dictadura. […] Señalizamos a la comunidad que el horror también pasó por nuestros barrios. Este trabajo colaborativo lo tenemos que profundizar. […] Felicitaciones a la organización colectiva que en nombre de Diana Aron ha hecho esta contribución para la comunidad y para nuestra comuna”.
Ana María Arón es psicóloga experta en gestión de trauma, y elaborar el dolor es algo que ella conoce de primera mano, a raíz de la incertidumbre asociada con la interminable ausencia que vivió y vive luego del secuestro de su hermana menor. En el evento afirmó: “Este hito y la iniciativa de crear un camino de la memoria es tan importante porque no se trata de recordar solo a la Diana. A la Dianita la tenemos en el corazón todos que la conocimos, todos que la queremos. Este es un recordatorio de que, hace 50 años en este país que queremos tanto, pasaron cosas muy terribles y muy dolorosas. […] Cuando los jóvenes no recuerdan es porque los viejos no les contamos. Por eso la responsabilidad nuestra de los que llevamos más años en este mundo es contar una y otra vez lo que pasó para que no vuelva a pasar”.
Semillas de conciencia social
Diana y su hermana Ana María crecieron cantando y guitarreando canciones tradicionales en hebreo. También cantaban canciones populares de la época y los jingles publicitarios para el programa radial de sus padres. Era una familia muy conocida dentro de la comunidad judía. En 1920 Samuel Rotter, bisabuelo de Diana, fue un fundador de la sinagoga Círculo Israelita y tanto su madre Perla Svigilsky como su padre Elías Aron eran dirigentes comunitarios. También tenía bastante contacto con el entorno no judío. Los visitaban muchos colegas y amigos de su padre, que publicaba la revista de música pop Radiomanía.
Ana María Arón señala: “Teníamos en nuestra familia un compromiso social muy fuerte con los más pobres, con los que estaban sufriendo, desde nuestra posición privilegiada. Eso estaba muy presente tanto para judíos y no judíos: ayudar”.
Otro elemento muy presente en la cultura de esta familia era la historia del Holocausto. En 1950, año en que nació Diana, el campo de concentración Auschwitz llevaba solo 5 años clausurado; las cenizas del exterminio eran memoria reciente. La familia conoció sobrevivientes con tatuajes en el antebrazo, y las novelas históricas de León Uris como Mila 18 acerca del levantamiento del gueto de Varsovia eran libros de cabecera.
Tal vez ambos elementos sembraron en Diana semillas de conciencia social.
Su experiencia de vivir en Israel en 1967, cuando conoció la realidad palestina, “… amplió su mirada y al volver a Chile la pobreza y falta de oportunidades de muchos no le fueron ajenas”, dice su amiga cercana Loreto Rebolledo. En marzo de 1968, entró a la facultad de periodismo de la Universidad Católica, donde se hicieron amigas, y, “dada su preocupación por los demás y su entusiasmo por llevar a la práctica las cosas en las cuales creía, entró al MIR. Se embarcó con toda la convicción y la fuerza de sus 20 años en un proyecto colectivo de cambios profundos.” Era un año de acontecimientos estremecedores internacionales, y se percataron de la importancia del papel de un periodismo responsable: el movimiento universitario de Francia y de Chile, la invasión de Checoslovaquia, la matanza de Tlatelolco, la masacre de My Lai en Vietnam y el asesinato de Martin Luther King.
Loreto y Diana trabajaron juntas en la editorial Quimantú, creada por el gobierno de Salvador Allende para acercar la lectura y el conocimiento a las grandes mayorías chilenas. En todos los espacios que frecuentaba Diana se le recuerda como una mujer muy bien vestida, muchas veces con tacones, asertiva, firme y tranquila al expresar sus ideas. Recuerda Loreto: “la pasión con que emprendía todo, su compromiso y su ternura, su preocupación casi maternal para los demás, pese a su juventud, eran un sello que la caracterizaba y que dejó huellas en cada uno de los que la conocimos y la quisimos”.
El golpe civil-militar no mermó su compromiso político y social. A pesar de los reiterados esfuerzos por parte de sus padres para que se fuera del país, Diana nunca consideró la posibilidad de irse de Chile.
Resistentes judías de dos generaciones y dos continentes
En noviembre de 1944, el mismo mes pero unos treinta años antes del secuestro de Diana en la esquina de Ñuñoa, Hanna Szenes, una joven judía de 23 años, enfrentó un pelotón de fusilamiento. Se negó a que le pusieran una venda sobre los ojos para así ver las caras de sus ejecutores. El lugar era Budapest y su crimen era haberse lanzado en paracaídas para advertirles a los judíos húngaros que estaban destinados a Auschwitz. La historia de Hanna Szenes, una de cientos de jóvenes judíos que se sumaron a la resistencia contra los nazis, ha sido ampliamente difundida como una hazaña mítica.
En otra generación y en otro continente, Diana Arón también fue detenida por sumarse a la resistencia en contra de una dictadura que denigraba la dignidad humana. Sin embargo, mientras el heroísmo y la valentía de Hanna es celebrado ampliamente, en Chile formar parte de la resistencia contra la dictadura sigue siendo un fenómeno a veces condenado y casi tabú.
Menos conocido es que, igual que Hanna, la condición de judía puede haber precipitado el destino de Diana porque un hijo de cosacos y colaboradores nazis ejerció su poder absoluto sobre esta descendiente de judíos rusos. Al ser llevada detenida y malherida al centro de detención y tortura Villa Grimaldi, el teniente del ejército Miguel Krassnoff Marchenko insistió en interrogarla personalmente. Según declaró judicialmente una informante testigo de los hechos: ‘Lo que más me impactó fue que Krassnoff salió de la sala de torturas con las manos ensangrentadas gritando: ‘Además de marxista, es judía. Hay que matarla.’ Eso lo decía con la cara desencajada”.
Aunque muchos judíos que se opusieron a la dictadura fueron detenidos y por lo menos 22 fueron ejecutados o desaparecidos, es el único caso documentado en el cual la identidad judía fue un agravante de su asesinato.
Al contrario que Hanna Szenes, que cuenta con una tumba digna, las circunstancias de la muerte y el paradero de Diana Arón permanecen desconocidos. No hay dónde dejarle piedritas de memoria, como es la tradición judía. La admirada Hanna ha sido inmortalizada en monumentos, relatos, museos y sus poemas han sido musicalizados. En cambio, la memoria de Diana no está ampliamente integrada más allá del círculo de sus compañeros y la comunidad de activistas de derechos humanos. AJDA se propone cambiar esta situación a través del memorial de Plaza Fanor Blanco.
Aunque muchos judíos que se opusieron a la dictadura fueron detenidos y por lo menos 22 fueron ejecutados o desaparecidos, es el único caso documentado en el cual la identidad judía fue un agravante de su asesinato.
Al contrario que Hanna Szenes, que cuenta con una tumba digna, las circunstancias de la muerte y el paradero de Diana Arón permanecen desconocidos. No hay dónde dejarle piedritas de memoria, como es la tradición judía. La admirada Hanna ha sido inmortalizada en monumentos, relatos, museos y sus poemas han sido musicalizados. En cambio, la memoria de Diana no está ampliamente integrada más allá del círculo de sus compañeros y la comunidad de activistas de derechos humanos. AJDA se propone cambiar esta situación a través del memorial de Plaza Fanor Blanco.
Al contrario que Hanna Szenes, que cuenta con una tumba digna, las circunstancias de la muerte y el paradero de Diana Arón permanecen desconocidos. No hay dónde dejarle piedritas de memoria, como es la tradición judía. La admirada Hanna ha sido inmortalizada en monumentos, relatos, museos y sus poemas han sido musicalizados. En cambio, la memoria de Diana no está ampliamente integrada más allá del círculo de sus compañeros y la comunidad de activistas de derechos humanos. AJDA se propone cambiar esta situación a través del memorial de Plaza Fanor Blanco.
Memoria como reparación moral
El Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación reconoce el deber de realizar gestos de reparación simbólica. Resalta la necesidad de realizarlos no sólo para los familiares de las víctimas directas de la dictadura, sino también para sanar a la sociedad chilena en su conjunto. En este concepto se enmarca el patrocinio de parte del Ministerio de Bienes Nacionales hacia los hitos de memoria, como el memorial para Diana, que se han instalado por todo el país.
AJDA adaptó el concepto de memorialización cotidiana que fue difundido en 1996, primero en Berlín por el artista Gunter Demnig, quien colocó placas llamadas Stolperstein, que marcan el último domicilio de una víctima del nazismo. En 2005 el concepto arribó a Buenos Aires con las «Baldosas por la Memoria”, instaladas a partir de entonces en más de 3000 lugares del país. Las baldosas buscan “materializar la memoria” de los detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar argentina. Ambos representan un concepto de memoria urbana que sorprende al transeúnte y al vecino en su vida diaria.
En nuestro país se han desarrollado distintos proyectos similares, notablemente por el Grupo de Memoria Popular de Renca, que conmemoran a las víctimas de violaciones a los derechos humanos al instalar baldosas, placas u otros elementos de memoria material. El hito de memoria que visibiliza a Diana Aron no es una placa a ras del suelo, pero cumple igualmente con el propósito de incorporar la memoria histórica a nuestra cotidianidad, al instalarse en la vecindad donde una perseguida por la dictadura civil-militar vivió.
El elocuente diseño de la arquitecta Estelí Slachevsky consiste en un monolito con brechas que representan el desgarramiento de la sociedad. Desde sus huecos surgen plantas, las que hablan de la persistencia de la memoria. Sobre la parte superior del monolito se instaló la imagen de Diana, realizada con la técnica de pintura sobre cerámica por el artista visual Carlos Lizama. Es un diseño de bajo costo y de fácil elaboración que podría ser fácilmente replicable para marcar el paso de otras personas detenidas y desaparecidas forzosamente.
Cada fase de la producción del hito de memoria fue realizada por manos solidarias. Cuando llegó el momento de levantar la estructura, el dirigente sindical y profesor de historia Juan Gutiérrez se ocupó de convocar a las personas que construyeron la estructura. En sus palabras: “No nos sumamos porque sabemos cómo manejar el hormigón. La compañera Diana fue compañera nuestra. No nos cabe duda que la intención de la compañera era la de transformar la sociedad. Es una víctima más de este sistema que quiso borrar la memoria del pueblo”. Otro miembro de la cuadrilla, Daniel González, experto en cibernética, afirmó: “Estoy orgulloso de participar por mantener vivo el recuerdo de Diana Frida”. A su vez, Ulises Gallardo, mirista de la generación de Diana, aclara: “No es el olvido lo que han impuesto sino una reinterpretación de la historia que nos deja al margen”. Adriana Hidalgo, por su parte, resalta:“El monolito que hemos hecho deja de manifiesto que la cooperación y el compañerismo aún existe. Nosotros cinco personas no hemos perdido esos valores”.
Ruta de las Memorias de Ñuñoa
Hace tres años AJDA inició el proceso de gestión, diseño y planificación de un hito de memoria para honrar a quien es un faro para esta organización judía progresista. Como parte de ese proceso, integrantes de AJDA han participado activamente en la Mesa de la Ruta de las Memorias convocada por la Oficina de Patrimonio de la Municipalidad de Ñuñoa junto a la concejala Kena Lorenzini y la Corporación Agitar Memorias.
El geógrafo Tomas González, que forma parte del equipo del Departamento de Patrimonio, siguió pistas que lo llevaron a descubrir muchos inmuebles que se utilizaron no solo para torturar sino para planificar el exterminio.
El memorial para Diana Aron es el único instalado en Ñuñoa en el contexto de los 50 años transcurridos desde el golpe militar. Será incorporado al circuito de la Ruta de las Memorias trazado en la comuna, que incluye el Estadio Nacional y el Centro de Memoria José Domingo Cañas, entre otros espacios.
Durante la inauguración, Alejandro Ancalao, jefe del Departamento de Patrimonio de Ñuñoa, dijo: “No es solamente la construcción de un monumento. Es la recuperación de la dignidad arrebatada y secuestrada. Marcar el espacio de nuestra comuna es reconocer la tragedia que marcó nuestra historia. Estamos contentos porque este trabajo visibiliza no sólo los crímenes ocurridos durante la dictadura, sino que será un acto de reparación y homenaje a Diana Aron como mujer, como soñadora y como vecina de nuestra comuna”.
Barrio Arturo Prat 50 años después
Gran parte de su adolescencia Diana la pasó en Ñuñoa. La familia Aron-Svigilsky vivió en la frontera entre Ñuñoa y Providencia, los hermanos fueron al colegio y al liceo en el Instituto Hebreo, situado, en aquellos años, enfrente del antiguo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Ñuñoa.
En los primeros meses después del golpe militar Diana y su pareja Luis Muñoz iban de casa a casa, a veces solos y otras veces juntos. Una noche se alojaron en un hotel sin poder dormir porque temían que los administradores denunciaran que había una pareja sospechosa. En algún momento de 1974 supieron que un amigo de la familia Arón ofrecía un departamento para arrendar. Así llegaron a calle Rosita Renard, que les brindó respiro. Hoy no existe la dirección 1269 de Rosita Renard, entre las calles Las Agustinas y Emilia Téllez y de la casa no quedan rastros.
El sector se llama Población Arturo Prat, constituida en los años ‘30 como población de autoconstrucción y una de las primeras poblaciones obreras de Santiago. A principios de los ’60 el dirigente vecinal Alejandro Jiménez, quien se crió y todavía vive en el barrio, iba a la calle Príncipe de Gales a recoger moras. Donde hoy está la plaza Fanor Blanco- a 2 cuadras de la casa arrendada por la pareja – hasta el borde del alto edificio de condominios, estaba la cancha y sede del antiguo Club Maltería.
Desde 1961, a pocos metros de donde arrendaban Diana y Luis, está el Colegio Helen Keller, un establecimiento educacional para personas con discapacidad visual, que sigue funcionando en ese lugar. Otro local que perdura desde esa época es El Griego, un histórico almacén en la calle Hamburgo, donde sin duda más de una vez entraron a comprar papas, pan o abarrotes, y fueron atendidos por Juan Cucumides a pocos metros de la placita. El señor Cucumides, cuyo hijo forma parte de la Junta de Vecinos y hoy atiende en el local, fue detenido durante la dictadura. La casa de Alejandro Jiménez fue allanada, igual que varias otras. En frente a la placita, donde hoy está un complejo de departamentos de ladrillo rojo, existía un campamento. En 1975, la dictadura desalojó al campamento y las personas fueron dejadas en camiones en rural Lampa, al norte de Santiago.
Por todo el borde de la avenida Ossa había casas quintas con grandes terrenos. Quizás en una de esas casas o en el Colegio La Salle el almuerzo se interrumpió esa tarde del 18 de noviembre de 1974 porque se oían ráfagas de disparos.
Hoy, quizás a un vecino que vuelva de la feria, a los niños que juegan en los columpios, a las personas que pasean sus perros o andan en bicicleta les llame la atención el monolito recién instalado en la plaza. Quizás hagan una pausa para contemplar la imagen de una joven que les sonríe desde el monolito y puede que se agachan un poco para leer de cerca la inscripción grabada en la placa. De este modo reaparecerá, una y otra vez, Diana en Ñuñoa.
Por Maxine Lowy