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Masculinidad y femineidad en tiempos de cuestionamentos

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La cercanía del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, me lleva a reflexionar sobre estos términos que, por cierto, tienen muchas aristas polémicas. Hace unos días hubo un foro virtual sobre Masculinidad y violencia de género, por ejemplo. El tema sin duda llama a la discusión, a veces incluso muy acalorada.

Algunos y especialmente algunas, empezarán por preguntarse si cabe hablar de ‘masculinidad’ y ‘femineidad’ en estos tiempos en que muchos conceptos referidos a la identidad de género están sometidos a fuertes cuestionamientos. En muchas instancias hoy en día la distinción entre lo masculino y lo femenino aparece muy fluida, incluso en sus expresiones más visibles. Cuando el año pasado estuve en el Festival Internacional de Cine de Toronto, me llamó la atención que en el principal complejo de salas del evento, los carteles para indicar los baños ya no estaban identificados con palabras (men, women), sino sólo por una serie de ideogramas, por lo que para distinguir el servicio higiénico masculino había que encontrar aquél que incluyera el ideograma de un urinario. ¡Qué decir que en más de una ocasión vi a alguna dama irrumpir confundida en el baño de hombres! En fin, signo de los nuevos tiempos, dirán algunos.

Pero por cierto el tema lleva a aspectos más de fondo que la señalización de los baños públicos. ¿Es que los conceptos de ‘masculinidad’ y ‘femineidad’ tienen aun vigencia? ¿Son estas categorías válidas en un tiempo en que hay muchos cuestionamientos a los parámetros tradicionales que definían lo femenino y lo masculino?

En estricto rigor, nadie puede negar la distinción, primariamente biológica, que existe entre hombres y mujeres al interior de lo que llamamos la especie humana. Desde esa perspectiva entonces ‘masculinidad’ y ‘femineidad’ son aun conceptos vigentes, pero eso sí, entendidos en un contexto dinámico de cambio. La masculinidad en su concepción tradicional de “sexo fuerte”,  caracterizada por ejercer dominación, por ejemplo, es hoy prácticamente indefendible, al menos dentro de lo que llamamos la ‘cultura occidental’.  Lo mismo se puede decir de la caracterización tradicional de la femineidad como expresión del “sexo débil” sujeta por tanto a la dominación masculina. Ninguna de esas conceptualizaciones de  lo masculino y lo femenino puede considerarse como válidas hoy, sin embargo ello no implica que masculinidad y femineidad, en tanto significantes de algo específico, hayan dejado de existir. Los conceptos están aun allí, quizás no se les use mucho porque todavía arrastran connotaciones que hoy nos parecen obsoletas y retrógradas. Así, cuando decimos “ese tipo se las da de macho” o “decir groserías es poco femenino”, lo decimos con un dejo irónico o burlón. No hablamos en serio.

Claro está que, si los conceptos de masculinidad y femineidad aun tienen vigencia y ya hemos rechazado las acepciones tradicionales de ambos términos, lo que ahora corresponde es intentar formular nuevas definiciones de ellos. Tenemos entonces que—siguiendo un ejercicio platónico—preguntarnos qué es la esencia de lo masculino y lo femenino en este tiempo. En esto, por cierto, nos estamos refiriendo a las connotaciones sociales del “ser hombre” o “ser mujer” y no a los roles biológicos de ambos sexos que obviamente son bien diferenciados. Y esto sin desconocer que—aunque minoritario—hay también un sector de personas que no concuerda con su identidad biológica, pero para quienes lo masculino o femenino aun aplicaría como categorías referenciales, u  otro grupo que incluso no adhiere a la dicotomía masculina-femenina.

Carl Jung en su concepción de los arquetipos solía atribuir al “lado masculino” de nuestra personalidad las dotes de liderazgo, mientras que la sensibilidad era reflejo de nuestro “lado femenino”.  Sin duda asociaciones que hoy serían cuestionadas, aunque Jung hacía notar que esos arquetipos habían sido formados como parte de lo que llamaba el inconsciente colectivo, por la experiencia acumulada de toda la vida de la especie humana, es decir, eso de que lo masculino se asociara al liderazgo se habría originado en que desde el tiempo de las cavernas los hombres habrían desarrollado ese rol, en tanto que las mujeres por su capacidad de ser madres estimularon su arquetipo sensible.

Aunque desde una perspectiva psicológica la visión de Jung puede ser interesante, por otro lado investigaciones antropológicas revelarían que en verdad las mujeres desarrollaron y tuvieron roles de liderazgos ya en tiempos prehistóricos lo que echaría por tierra esa explicación de lo masculino y lo femenino.

Así las cosas, probablemente la redefinición de lo masculino y lo femenino permanecerá como un tema abierto. Desde una perspectiva de izquierda uno puede apuntar a ciertos aspectos que pueden estar como característica central tanto en la masculinidad como en la femineidad: la solidaridad o el mutuo apoyo de hombres y mujeres, por ejemplo, lo que debiera manifestarse tanto al interior de la vida de pareja como en la esfera social. La capacidad de complementar las carencias de uno y otro sexo podría contarse también como un aspecto central tanto en lo masculino como lo femenino. Un hecho estadístico innegable nos dice que en la mayoría de los casos el hombre, en su juventud y adultez, es físicamente más fuerte que la mujer, lo que se ha reflejado en miles de historias y en el imaginario popular de prácticamente todas las culturas. Ese rol protector en esa instancia de la vida humana no tiene por qué repudiarse o ser considerado un “resabio machista” sino que es más bien un hecho de la vida. Por el contrario, en la etapa del ocaso de nuestra existencia, las estadísticas indican que hay más mujeres que hombres capaces de lidiar con esas nuevas circunstancias y en ese escenario, son muchas las mujeres que asumen el rol protector de su pareja masculina. Claro está, sólo en tiempos más recientes ese escenario se empieza a retratar en el cine y la literatura, al revés de la abundante producción cultural donde los jóvenes varones venían al rescate de sus doncellas. En algún momento habrá que reconocer y retratar en la creación artística el rol protector que esas mujeres mayores asumen respecto de los que alguna vez fueron sus jóvenes galanes.

Por último, no puede apartarse este afán de redefinir lo masculino y femenino de lo que es el proceso de buscar pareja y luego cortejarla o cortejarlo, por cierto, lo que a su vez está íntimamente ligado al concepto de belleza. Aquí también, sin duda, entro en terreno un tanto pantanoso. En 1990 la estadounidense Naomi Wolf  publicó su libro The Beauty Myth: How Images of Beauty Are Used Against Women (El mito de la belleza: como se utilizan imágenes de la belleza contra las mujeres), básicamente en él la autora denuncia como las mujeres son sometidas a un constante bombardeo mediático para adaptar sus apariencias físicas a los standards de belleza dictados por las grandes compañías de la industria de los cosméticos y de las que comercializan productos para bajar de peso.

Aun cuando coincido plenamente con la denuncia misma de esa poderosa industria que explota la imagen de las mujeres, por otro lado ello no debe llevar a descartar el concepto mismo de belleza. Después de todo desde los tiempos de Sócrates y Platón la idea de belleza viene siendo materia de serias consideraciones. Por cierto, la belleza como concepto también ha estado sujeta a cambios de percepción, aunque a mi juicio el intento de Platón en el diálogo El banquete sigue siendo la más simple de entender: “bello es lo que es mesurado, armonioso y proporcionado”. La caracterización es además pertinente porque el tema central de ese diálogo es el amor. Por cierto, esto no va a satisfacer a todos porque nos lleva a lo subjetivo u objetivo que esos requisitos de la belleza pueden ser. “Beauty is in the eye of the beholder” (“la belleza está en el ojo del observador”) dice la conocida expresión inglesa que libremente se podría traducir también como “todo depende del color del cristal con que se mira”.

La cultura popular es seguramente una de las fuentes más ilustrativas de la belleza (o la ausencia de ella): en la popular historieta Condorito, sin duda que Yayita representa en todo su esplendor la noción de belleza que nos diera Platón. Doña Tremebunda, por el contrario, representa lo opuesto de la belleza (aunque por otro lado, si nos atenemos a otra fuente de la cultura popular, la hermosa canción El tiempo, el implacable de Pablo Milanés, alguien tendría que decirle a Condorito que es muy probable que eventualmente Yayita cuando sea muy mayor, luzca como su madre…)

De cualquier modo, y esto es bueno tenerlo presente, la búsqueda de la belleza, foco de atención de esa rama de la filosofía llamada la estética, sea en el arte, la naturaleza o las personas, es algo muy humano y por tanto muy entrelazado también a nuestras concepciones de lo masculino y lo femenino. Las distorsiones mercantilistas de esta sociedad no nos deben llevar a negar que, tanto en lo que nos atrae de lo femenino como de lo masculino, hay una legítima búsqueda de lo que consideramos bello, tanto a un nivel subjetivo (lo que a uno le gusta: “la belleza es una bella doncella” dice el sofista Hipias en el diálogo socrático transcrito por Platón, Hipias Mayor), como a uno más objetivo (lo que apreciamos como bello de acuerdo a ciertos cánones establecidos culturalmente, lo que hace que a algo o alguien le atribuyamos belleza, es decir que comparte la “esencia de lo bello”, como replicaría Sócrates).

Ciertamente, el hecho que la belleza sea uno de los factores determinantes en la manera como los seres humanos nos gustamos unos a otros, no debe dar pie a la explotación publicitaria que denuncia la autora Wolf, pero tampoco debe llevarnos a intentar desterrarla de nuestras concepciones de masculinidad y femineidad. En este sentido, sólo tenemos que hacer que todos estos conceptos, masculinidad, femineidad, y los que hemos asociado a estas ideas ya sea como elementos esenciales o como el de belleza, que lo hemos ligado al importante aspecto de cómo hombres y mujeres nos sentimos atraídos por otras personas, se desarrollen en un ambiente de autenticidad.  Sólo de esta manera hombres y mujeres podremos encarnar los conceptos de masculinidad o femineidad de manera plena. Y de paso, junto a la belleza, celebrarlos como los grandes ingredientes de nuestra condición humana que son.

 

Por Sergio Martínez (temporalmente desde Ñuñoa, Chile)

Temporalmente desde Ñuñoa, Chile

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