Guerra ruso ucraniana Política Global

La transformación de Rusia

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Aunque en otro sentido al que manejan todos los papagayos que aparecen en este vídeo «Not About Nato» | «Never About NATO» | «Nothing to Do With NATO» | UKRAINE WAR – YouTube , es verdad que el motivo de la guerra no es la OTAN, ni el avance de la OTAN. La geopolítica del asedio a Rusia no es causa, sino consecuencia del choque de intereses entre dos capitalismos.

En los años noventa las elites postsoviéticas se dedicaron a enriquecerse vía la depredación del patrimonio nacional. Sociológicamente, se reciclaron de casta administrativa a clase propietaria. Yo llamo a eso “la reconversión social de la estadocracia” (la “nomenklatura”, por usar un término más familiar pero mucho menos preciso de aquella casta estatal soviética).

Los amos de Rusia esperaban homologarse con sus colegas occidentales. Estaban convencidos de que Occidente les iba a dejar entrar en la globalización capitalista como socios “libres e iguales”. Habían olvidado todo aquello por lo que sus abuelos hicieron la revolución en busca de una solución al problema del desigual desarrollo capitalista que empujaba al Imperio Ruso de principios del siglo XX a convertirse en una especie de gran potencia colonizada. Consideraban que la revolución de 1917 había sido una especie de accidente histórico y que con la URSS su país se había apartado de la “civilización” a la que ahora regresaban.

Moscú quería ser Nueva York, París o Londres, pero lo que la globalización capitalista ofrecía era Buenos Aires, Sao Paulo o Bombay: un estatuto subalterno y dependiente en el que la ”Tercera Roma” (Moscú en la ideología imperial abrazada en el siglo XVI) debía renunciar a su identidad secular y realidad de gran potencia, con su nueva burguesía en el papel de mera intermediaria en el comercio internacional de las materias primas de las que Rusia es número uno mundial.

Los años noventa fueron época de enormes posibilidades de enriquecimiento privado para unos pocos, y de miseria y colapso demográfico para los más. En el ámbito internacional, fueron tiempos de humillación e impotencia con la ampliación de la OTAN y el apoyo occidental al secesionismo en Rusia, mientras el ejército ruso era batido en el Cáucaso por varios miles de guerrilleros chechenos.

En un mundo sin respeto a los débiles, ¿quién iba a respetar los “intereses rusos” ante aquel espectáculo? En los noventa, los “intereses rusos” (en realidad de la elite dirigente) consistían en llenarse los bolsillos, vía la privatización. Lo del orgullo y la ambición de gran potencia iba por detrás de lo principal: el enriquecimiento personal y de grupo.

Una vez realizada con éxito la reconversión social de la casta dirigente, con Putin comenzó el restablecimiento de la potencia rusa, y con ello el choque con el “capitalismo realmente existente”. La elite rusa cayó del caballo y comenzó a elaborar un plan para hacerse respetar por ese Occidente, que nunca entendió muy bien los procesos internos de Rusia ni sus realidades. El primer paso fue subordinar a la autoridad del Estado a los oligarcas. En 2003 uno de ellos, Mijaíl Jodorkovski, propietario de la petrolera Yukos que quería meter a las empresas americanas en el sector energético y se vanaglorió de que gastándose 10.000 millones de dólares podía desplazar a Putin en la presidencia del país, fue detenido y encarcelado diez años.

Hoy, la elite depredadora rusa está formada por “capitalistas políticos”, es decir por un grupo social que extrae su ventaja competitiva de los beneficios que obtiene de su control del Estado. Para eso necesita que el capital global le reconozca su coto privado en Rusia y en su entorno geográfico. Por ejemplo: el sector energético ruso es propiedad “nacional” controlada por Rusia, es decir por los propietarios del Estado ruso. Los “oligarcas” rusos son objetos subordinados del Estado ruso, como la nobleza rusa lo fue de la autocracia zarista. (No son peores, pero son diferentes a sus homólogos occidentales).

En el entorno geográfico de Rusia, debe reconocerse un dominio, o como mínimo un condominio, en el que los intereses de la clase capitalista rusa sean tenidos en cuenta y respetados por el capital transnacional occidental.

Para la elite depredadora occidental eso es inadmisible. Sus compañías, a las que los gobiernos están supeditados, no admiten ningún “coto”. Los recursos naturales de Rusia deben ser abiertos a la rapiña del capital global y los capitalistas políticos rusos deben convertirse en una mera clase compradora, subalterna e intermediaria. Pero ese papel la élite rusa no lo acepta. Y al no aceptarlo se produce el conflicto.

Quiero decir con esto, que si el capital occidental hubiera tenido libre acceso al control de los recursos energéticos y minerales de Rusia, y si en ese negocio la élite rusa se hubiera conformado con un papel subalterno y solícito hacia los intereses extranjeros, no habría habido ampliación de la OTAN ni se hubiera excluido a Rusia ni demonizado al régimen de Putin, cuyas conocidas fechorías y defectos no lo hacen peor sino bastante mejor que el de otros países “amigos”, como Turquía o Arabia Saudí, y, desde luego, mucho menos criminal en su comportamiento internacional que las potencias occidentales que han ocasionado más de 4 millones de muertos y 38 millones de desplazados en sus guerras e intervenciones tras el 11-S neoyorkino, según el magnífico trabajo (Cost of Wars) de la Universidad Brown de Estados Unidos. Costs of War (brown.edu)

Así que todo esto se aclara mucho si se lee en el marco de un conflicto en el que unos intentan que se reconozca su coto “geoeconómico”, lo que el Kremlin designa como “nuestros legítimos intereses”, mientras que los otros no lo admiten porque su coto es el mundo entero y Rusia y su entorno no pueden ser excepción.

Lo más interesante de todo esto es ¿Cómo transforma, cómo transformará, cómo está transformando, este conflicto a la elite rusa, al régimen bonapartista ruso y a la sociedad rusa en su conjunto?

La pelea entre el capitalismo globalista transnacional occidental y el capitalismo político ruso, así como la negativa a tratar a la elite rusa como una igual en el club global de los depredadores, está empujando a Moscú a cierta “sovietización”; a cambiar el contrato social en política interior con más distribución, más control estatal, más keynesianismo y menos mercado, y, ciertamente, con más represión. De puertas afuera, se hace más énfasis en el anticolonialismo, antiocciodentalismo, potenciando el papel de los BRIC´s, de las relaciones con África, América Latina y por supuesto Asia.

El resultado es tan pintoresco como observar al Presidente Putin, un decidido conservador, anticomunista y partidario de la “economía de mercado”, hacer el elogio de Fidel Castro, el Che Guevara y el Presidente Allende, en su último discurso ante el foro latinoamericano celebrado en Moscú en septiembre de 2023. http://duma.gov.ru/es/multimedia/video/events/93354/ O al secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Pátrushev, un cuadro del KGB, arremetiendo contra “el proyecto colonial-imperialista occidental” y su “civilización depredadora” y ofreciendo al mundo, especialmente al Sur global, la “vía alternativa” de Rusia. http://svr.gov.ru/upload/iblock/3eb/15092023r.pdf Esta transformación está ocurriendo ahora y debe ser observada con la máxima atención.

Todo esto puede resultar bastante desconcertante viniendo de personajes tan conservadores y poco izquierdistas como los actuales dirigentes rusos, pero de alguna forma esa fue la paradoja de la URSS: una superpotencia autocrática y tiránica en lo político, conservadora y tradicionalista en muchos aspectos, y al mismo tiempo, igualitaria y niveladora en lo social, y fundamental por su papel de contrapeso al hegemonismo occidental en el mundo.

La Rusia de hoy no es, ni será, la URSS de ayer, pero la lógica de la pelea entre el capitalismo subordinado al Estado característico de Rusia y el capitalismo transnacional occidental, está dando lugar a una transformación de gran importancia para el conjunto del mundo.

 

Por Rafael Poch de Feliú

(Publicado en Ctxt)

Corresponsal internacional durante 35 años, la mayor parte de ellos en URSS/Rusia (1988-2002) y China (2002-2008) para La Vanguardia. También fue corresponsal en Berlín, antes y después de la caída del Muro, y en París. En los años setenta y ochenta, estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de Die Tageszeitung, redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 – 1987).

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