La organización comunal. ¿Una alternativa de participación política desde la base? (I)
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Ad portas de una nueva elección municipal, la ciudadanía nuevamente acudirá a las urnas sin contar con una alternativa propia. Aun cuando la corrupción en las municipalidades es noticia constante, el despilfarro de recursos es la norma, nada interrumpe el funcionamiento de las elites políticas por imponer sus candidatos. Aun cuando todo llama a cambio, cuando el desprestigio de los partidos no puede caer más bajo, llegaremos a la próxima elección a votar, pero no a elegir. Quienes ya eligieron o están eligiendo son las elites partidarias, dejándonos solo la responsabilidad de hacer una marca en un papel.
Comenzamos a ver en los medios informativos, personalidades de la farándula siendo cortejadas o proponiéndose como candidatos/as, sin más currículo que es el de ser conocidos.
Se dice, que para cambiar esta realidad y romper el aislamiento de la ciudadanía en las decisiones políticas en lo que se refiere al estado y su manejo, se necesita una organización política nacional como estructura y alternativa política. Pero, ¿qué ocurre cuando eso no existe ni se percibe que pueda existir? ¿Qué ocurre cuando todas las alternativas en las cuales la ciudadanía deposito sus ilusiones fracasaron? ¿Qué se hace entonces? Nos quedamos a la espera de que algo surja o hacemos algo nosotros mismos junto a los sectores más consienten de la sociedad o el 38 % de acuerdo con el último plebiscito.
La exclusión
Desde la transición a un gobierno civil en 1990, la situación no ha experimentado cambios significativos; más bien, se ha mantenido e incluso profundizado la tendencia dictatorial de excluir a la ciudadanía de las decisiones políticas. A pesar de transcurrir más de tres décadas, este patrón de exclusión persiste y, de hecho, se ha agudizado. La ciudadanía aún no ha logrado quebrantar esta secuencia de aislamiento.
A lo largo de todo este período, de tanto en tanto, se han introducido alternativas políticas prometiendo a los ciudadanos la posibilidad de involucrarse y ser escuchados, como fueron en su momento el “Juntos podemos más” o el TALM (Todos A La Moneda). Sin embargo, estas propuestas no prosperaron de manera favorable para la mayoría. El resultado adverso de estas experiencias desmotivó a numerosos activistas sociales que veían en estos movimientos una vía para superar la exclusión. La aspiración de distintos grupos por imponer uniformidad y el constante jaloneo de estas organizaciones hacia diversas facciones sectarias culminaron en el desmantelamiento de estas oportunidades de participación.
Recientemente, con el inicio del nuevo gobierno, las esperanzas depositadas en el Frente Amplio y en un renovado entusiasmo de “ahora sí” se vieron defraudadas por los repetidos actos de arrepentimiento del presidente Boric acerca de sus pretéritas opiniones políticas. Esto hace difícil creer o dar confianza a lo que diga en el futuro. Asimismo, los esfuerzos por renovar la política se vieron obstaculizados por actos de corrupción por parte de los jóvenes que llegaban para transformarlo todo, pero terminaron transformándose solo ellos mismos.
Durante más de tres décadas, esta ha sido la experiencia ciudadana, la indiferencia y exclusión de los partidos hacia los ciudadanos, lo que ha llevado a que activistas sociales se alejen de la esfera político-social. Esta situación ha agravado el desamparo de la población, especialmente de los grupos más vulnerables y marginados. Estos sectores no solo fueron dejados de lado, sino también culpabilizados injustamente por la derrota organizativa y electoral sufrida en el último plebiscito, etiquetándolos como responsables de la derrota y la inmutabilidad de la situación política. Se les ha denigrado con términos como «fachos pobres» y «borregos», entre otros calificativos injustificados, generando divisiones y mayor aislamiento social. Es importante distinguir entre analizar el papel de los grupos más desfavorecidos en la sociedad, que carecen de referentes cercanos, y otra es responsabilizarlos por nuestra incapacidad de establecer una conexión auténtica con ellos.
No es primera vez
Por cierto, no es primera vez que la ciudadanía se encuentra sola y sin guías. Inmediatamente después del golpe de Estado, cuando las organizaciones políticas de entonces debieron buscar refugios y su militancia tratar de sobrevivir la arremetida de la represión, la ciudadanía quedo sola con sus organizaciones sociales y populares con las que sobrevivieron las cargas económicas que la dictadura ponía sobre los hombros de la sociedad buscando introducir el sistema neoliberal. No obstante, las limitaciones represivas, las organizaciones barriales fueron capaces de construir sus organizaciones de defensa económica. Crearon comités comprando juntos por barrios, ollas comunes y comités de defensa contra la delincuencia y si esto fuera poco fueron estas organizaciones barriales comunales las que comenzaron las primeras protestas contra la dictadura en el año 81-82, enseñando que es posible romper el aislamiento.
¿Por qué las comunas son un buen lugar para comenzar un trabajo organizativo?
Porque Las comunas son reales como concepto, son únicas y conectadas entre ella. Abrimos la puerta y estamos en la comuna, no tenemos que pensarla como ocurre con el concepto país, que es algo más abstracto. Es el único lugar dentro del concepto país, donde no existen jerarquías ni título, otro que no sea el de ser “vecino”. Es el lugar donde el obrero, el estudiante y todo trabajador en sus diferentes áreas puede descansar de las estructuras jerárquicas de las empresas y deja de ser trabajador o estudiante, para convertirse en vecino en igualdad a todo el resto. La comuna es reveladora y no miente sobre nuestra igual condición social, donde el arribismo y clasismo social se disuelven en el sin sentido. La comuna es el lugar donde aflora de manera concreta nuestros sentimientos solidarios y de cooperación ante las tragedias personales y colectivas. Las sentimos como nuestras. La comuna es el lugar donde no nos podemos ocultar y debemos ser nosotros mismos ya sin máscaras, donde nuestros nombres y apellidos significan algo al resto de los vecinos y comunidad, donde somos personas y no solo consumidores, donde somos alguien. La comuna es la unidad más pequeña del país estado. En realidad, es un pequeño estado compuesto por vecinos que buscan desarrollo socioeconómico y trabajar en las soluciones a sus problemas. La comuna, con sus particulares características dentro del estado país, se presenta como el lugar más apropiado para comenzar el trabajo reorganizador y trasformador del individuo y la sociedad que permita hacer participar de manera activa a la ciudadanía en las decisiones políticas que les atañen. Es aquí donde es posible unir todas las visiones de las organizaciones sociales, todos los lentes existentes en uno solo y así poder mirar más lejos de lo que ahora hacemos. El problema al que nos enfrentamos es como convertir este conocimiento en acción colectiva.
Podríamos
Recuperar las experiencias de las coordinadoras de organizaciones sociales activas durante la época dictatorial, que gestionaban vastas áreas en las zonas sur y norte de Santiago para coordinar manifestaciones contra la dictadura. Actualmente, estas estrategias podrían replicarse a nivel local. Se podría unificar en una coordinadora diversas organizaciones sociales y juntas vecinales para la defensa de intereses comunes. Sin embargo, para poder ser escuchados o producir cambios en la comuna, esta unión debe trascender lo meramente social y adentrarse en el ámbito político. Dar un salto que no implica renunciar a su función social en las diversas causas que respaldan, sino más bien entregarle a la coordinadora un rol político que les permita presentar sus propios candidatos a cargos municipales, aspirando a obtener el control administrativo local. La premisa es «Nuestras comunas, nuestros representantes». Nuestras necesidades son mejor comprendidas por nosotros mismos, los residentes, negando la necesidad de liderazgo externo, lo cual no solo es deshonroso al sugerir la falta de capacidades locales, sino también antidemocrático al marginarnos del proceso electoral de nuestros propios representantes. Para asegurar el éxito de tal organización, es crucial mantener una independencia política completa de cualquier partido político existente. La misión debe centrarse en salvaguardar los intereses comunales todos, asegurando la integridad y la gestión eficaz de los recursos. Este enfoque iniciará un proceso de aprendizaje y empoderamiento sobre gestión del poder y experiencia para enfrentar a grandes desafíos, sirviendo como una incubadora para el desarrollo de posturas políticas más maduras y complejas. Por cierto, presentar una idea así, será denostada como divisoria de gente sin experiencia para desempeñarse en puestos de responsabilidad local, algo que los partidos sí tienen. A eso solo se puede responder con Cathy Barriga.
Rafael Alfredo Cerpa