De la citroneta a la Alta Gama
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A mi amigo Maximiliano le van a regalar un automóvil de Alta Gama. La familia desea que no sufra inconvenientes al viajar, a una edad, donde todo es inconveniente. Anda feliz, buscando el lugar más apropiado de su casa, donde guardarlo. El garaje en el cual tiene la citroneta de toda la vida, no sirve ni para meter la mitad del nuevo vehículo. Piensa demoler uno de los dormitorios, donde vivió su nieto Pepe mientras estudiaba en la universidad. No existe otra alternativa y ya ha consultado a una empresa del ramo.
Mientras bebemos café en el “Amatista” de Viña del Mar, me refiere detalles de su flamante “cacharro”, como él lo designa y observo en su expresión, algo de rubor. Rubor propio de nuestra edad, rumbo al ocaso. Y es él quien da inicio al diálogo, mientras observa su taza de café y la huele, como buen conocedor del milenario brebaje.
—No me atreví por respeto a la familia, rechazar el regalo. (Bebe un sorbo) Tú dirás que es un exceso del advenedizo burgués, contaminado por la farándula y el frenético consumismo. Da el caso, que mi nieto Pepe, realizó hace unos meses, un negocio con empresarios hindúes. A cambio, para evitar impuestos y otras gabelas, le ofrecieron, en parte de pago, un automóvil marca Kamasutra…
—¿Kamasutra has dicho? Albricias. Si divulgas la marca de ese prodigio automóvil, vivirás el acoso universal. Te lo garantizo. A esta edad, querido Maximiliano, todo se nos debe permitir, pues no le hacemos daño a nadie. Ni siquiera nos aceptan en las marchas callejeras.
—Claro que, como tú lo avizoras, el tema me complica. Por tal razón, quiero que me des algún consejo, destinado a superar este embrollo.
—Las lluvias del amor, querido Maximiliano, te llegarán sin tú mover un dedo. Lo aseguro; ¿o no es tu ánimo mojarte a esta edad, donde el agua escasea? Yo veo cierta sequía a mi alrededor, pero he descubierto la manera de suplirlas, dándome duchas mentirosas. Como la vulgaridad se ha convertido en un asunto cotidiano y socorrido, tener un automóvil marca Kamasutra, va a enloquecer a las candidatas a cualquier cargo en la política.
—¿No será una exageración tuya?
—Ya lo verás al cabo de unos días. El bendito Kamasutra, ha llegado justo donde necesitamos nuevas “posturas sicalípticas” en el Congreso. Hay una sequedad que fastidia. Por fin, alguien obsequia algo de real utilidad, mientras languidece la imaginación.
—Eso, querido pendolista, es mi mayor inquietud. Estoy metido en un berenjenal. Claro que, no me van a renovar el carnet para conducir, entonces, debo contratar a un chofer.
—¿Y dónde se halla el inconveniente, si tú lo puedes solventar? Anímate al cambio.
—Así es. Por vergüenza, no había querido decirte nada de las características del Kamasutra. Sentía temor. Me abruma de sólo pensarlo. ¡Cómo añoro mi vieja citroneta! Con decirte, que es la envidia del barrio. Cuando celebramos la fiesta de la primavera, me la piden, para que la reina pasee en ella.
—Algo sabía del tema.
—El bendito Kamasutra, tiene aire acondicionado, piloto automático, TV, espejos en el cielo, rodillos para hacer masajes. Pebeteros destinados a perfumar el ambiente. Vidrios polarizados. Asientos reclinables que se transforman en cama, provistos de almohadones, plumas…
—¿Te refieres a las plumas para escribir un poema?
—No, no, mi amigazo. Están destinadas para hacer cosquillas. Todo en regla, pero existe una enorme dificultad, que me aflige y aún no resuelvo.
—¿Y cuál es el inconveniente, que tanto te abruma?
—El tal Kamasutra por dentro y por fuera es rosado.
Walter Garib