Chile: Entre Peso Pluma y farándula
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¿Cómo caracterizar al país que uno—como chileno del exterior—visita de vez en cuando? Los recientes sucesos noticiosos me lo hacen fácil: este es un país “peso pluma”. Por cierto me cuelgo aquí de la información de que el cantante mexicano conocido como Peso Pluma decidió cancelar su participación en el Festival de la Canción de Viña del Mar por razones personales. Supuestamente el personaje estaría afectado por un cuadro de stress. Sea como fuere, lo cierto es que su bajada dejará más tranquilo a los organizadores ya que ese sujeto es conocido por sus canciones que promoverían el uso de drogas duras y harían la apología del narcotráfico. Por cierto, invitarlo fue un descriterio de quienes elaboraron la lista de artistas, justo en un momento en que el gobierno trata de desincentivar el uso de drogas.
Pero olvidemos al cantante de marras; es Chile mismo el que se halla en la categoría de “peso pluma”, tanto por la liviandad de los temas que cautivan la atención ciudadana, como por los que preocupan a nuestras elites. (“¡Ah, nuestras elites, esa caterva de monos amanerados y ridículos!” nos decía el profesor Juan Rivano en esos tiempos lejanos y gloriosos del Pedagógico de la segunda mitad de los años 60. No es que yo fuera uno de sus seguidores, muy lejos de eso, pero en esa caracterización él tenía razón).
Por cierto, el que un Festival de la Canción alcance tal repercusión e impacto es desde ya un signo de cómo vienen las cosas en este país: pan y circo, la vieja fórmula romana para mantener al pueblo medianamente contento sigue siendo efectiva, aunque en el caso chileno se han ahorrado el pan y limitado sólo al entretenimiento. En fin, algo es algo dirán algunos que se aprestan a concurrir al anfiteatro de la Quinta Vergara para ser parte de esa masa informe que tiene sus “noches de gloria” cuando se hace llamar el “monstruo” y puede halagar hasta el absurdo a un artista o hundirlo. En verdad ese “monstruo” se asemeja mucho a esas barras bravas que han invadido el otrora alegre y sano espectáculo del fútbol, para transformarlo en un evento propio de trogloditas.
El “monstruo” del Festival opera de un modo muy parecido, también con sus jefes que a una señal lanzan su veredicto triunfal o fatal para el que está en el escenario. No es que personalmente sienta una gran simpatía por los que allí se presentan, los peores y a quienes yo pifiaría con todo entusiasmo son los humoristas. (Hago excepción de Kramer, que probablemente es el único que hace un humor inteligente en este país). En general los y las humoristas que se presentan en el Festival tienen como único talento el hilvanar alguna historia salpicada de muchas groserías que esa audiencia—ya idiotizada por la televisión, el reggaetón y las redes sociales—celebra con una expresión facial acorde. Expresión facial de ese público que me recuerda aquella que los geniales Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman nos ofrecían en el episodio de los boxeadores retirados, en esa hilarante película de 1963 llamada I mostri (Los monstruos) dirigida por Dino Risi: “siamo contenti” (“estamos contentos”), decían los retirados púgiles que mostraban los efectos de años de recibir golpes.
Ni siquiera vale la pena mencionar aquí la lista de celebridades cuyos entuertos conyugales y sexuales llenan las páginas de los medios digitales y ocupan un amplio espacio de ese engendro televisivo llamado los matinales. Por cierto, espacio que comparten con esa otra gran atracción que los medios usan para idiotizar a la gente: la crónica policial.
Con todo, no hay que creer que la atención que acapara la farándula y el crimen desplace del todo a otros temas como la política, pero cuando el foco se torna sobre ella se hace más o menos en el mismo tono con que se aborda la farándula o el crimen. Esto es, en forma superficial o especulativa. El reciente caso del ex oficial militar venezolano Ronald Ojeda, por ejemplo, ha dado lugar a toda una seguidilla de historias de misterio, por supuesto alimentando rumores de que esta persona habría sido secuestrada por agentes de contrainteligencia de Venezuela. En realidad nada se sabe sobre el caso, que bien podría estar vinculado al accionar criminal de bandas de venezolanos que, como es bien sabido, se han dedicado a hacer extorsiones y secuestros.
De cualquier modo, la manera liviana con que se ha abordado el tema, creando ese clima de telenovela, viene de perillas a la derecha tanto en Chile como en Venezuela. En el caso chileno puede ahondar o crear nuevas fisuras entre los distintos socios en el gobierno. En cuanto a Venezuela, si se ha de seguir la pista del presunto secuestro, cabría preguntarse si este señor Ojeda es en verdad tan importante como para merecer ser secuestrado y llevado a su país. Todo eso hace pensar que bien puede ocurrir que algunos han estado viendo muchas películas de James Bond.
Por cierto, esta liviandad “peso pluma” con que se abordan los temas no excluye ni siquiera a situaciones trágicas como fue el fallecimiento del ex presidente Sebastián Piñera: la retahíla de alabanzas tontas transformándolo poco menos que en un santo podría dar para una edición póstuma de las “Piñericosas”; por otro lado, tampoco algunas de las cosas que se dijeron desde nuestro propio sector fueron las más atinadas. En estricto rigor, el fallecido ex presidente tampoco fue un demonio y quienes en el colmo de la desmesura lo intentaron igualar a Pinochet simplemente no tienen idea de lo que violar los derechos humanos realmente significa. Pero en el análisis final, esto de santificar o demonizar al hombre fueron también expresiones de este Chile “peso pluma”.
Algunas de las prioridades de nuestras elites también retratan superficialidad. Hace algunas semanas se confirmó la remodelación de la Plaza Italia, anunciada ya hace un par de años. Eso a un costo de varios centenares de millones de pesos. El principal cambio, la remoción de la rotonda donde hasta antes del estallido social estaba la estatua del general Baquedano. Con un típico lenguaje de “elite hablando al pueblo”, cuando esto primero se anunció se hicieron muchas alusiones a crear un espacio para la gente, un punto de encuentro. Sin embargo, eso la Plaza Italia eso ya lo es, el problema es cómo conciliar esa vocación de “espacio ciudadano” con mantener esa área de la ciudad en una condición civilizada (la “civitas” es la ciudad justamente). Esto es, un espacio para que la gente se exprese, pero también un lugar seguro y habitable para los vecinos y también seguro y acogedor para los negocios que allí existen (y que espero sigan funcionando allí, lo digo como cliente de la Fuente Alemana, hoy Antigua Fuente, un sitio emblemático de Santiago y donde sirven probablemente los mejores sándwiches de lomito de la ciudad).
Lo curioso y contradictorio con la proyectada eliminación de la rotonda (ya desfigurada en los años 60 cuando se la convirtió en una suerte de óvalo), es que con esto la Alameda y la Avenida Providencia adquirirán total continuidad, en buenas cuentas, se trata de un proyecto—reciclado de uno que ya se había presentado en los años 60— que va a beneficiar primeramente a los automovilistas que hasta ahora deben reducir su marcha al aproximarse a la rotonda. Sin ella, ahora será “chipe libre” para los que quieran apretar el acelerador apenas le pongan luz verde en la esquina de Vicuña Mackenna e internarse velozmente en Providencia. ¿Espacio para la gente? “Mon cul” como diríamos en Montreal. Esta remodelación de la Plaza Italia ha sido un típico caso de diseño elitista, que en teoría, sin embargo, se publicita como beneficioso para la gente común, y en un ambiente marcado por la liviandad algunos se lo van a creer.
La declinación cultural de la sociedad chilena, aparte de manifestarse en la liviandad con que la gente percibe la realidad, se expresa también en curiosas actitudes cotidianas. Es sorprendente la penetración que tienen en este país los refrescos que utilizan edulcorantes químicos. Bajo la consigna de que el consumo de azúcar tiene efectos negativos para la salud, ahora lo más común es que en un restaurante o fuente de soda la gente pida una “Coca Light” o una “Pepsi Zero”, productos endulzados con sustancias sintéticas como el aspartamo o la sucralosa. Respecto del aspartamo (aspartame en inglés) la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo tiene listado como un probable cancerígeno. Información que por cierto aquí en Chile la mayoría de la gente ignora. Mientras no hay duda que el consumo excesivo de azúcar puede ser dañino para la salud—como también lo es el de alcohol, carnes rojas, frituras, sal, etc.—por otro lado esos mismos productos, consumidos moderadamente pueden no tener efecto negativo alguno. Todo reside en la cantidad, se puede decir. Lo paradojal y casi cómico en todo esta suerte de paranoia anti-azúcar, es que en más de una ocasión he visto como el que ha pedido un refresco “light o zero” en seguida se engulle un gigantesco sándwich de hamburguesa con queso y mayonesa, o ese monumento al colesterol que se llama la “chorrillana”. En Chile la gente tiende a aceptar todo lo que se pone de moda, en gran parte porque rara vez se pone a leer e informarse más.
Y ciertamente si hablamos de leer, las estadísticas indican que un alto porcentaje de los chilenos ya no entienden lo que leen. Hay un creciente número de analfabetos funcionales. Como aficionado al cine lo constato también en otra curiosa costumbre que se ha instalado en muchas salas de exhibición en este país: la mayoría de las películas (provenientes de Estados Unidos, por cierto) son presentadas ahora dobladas al castellano (generalmente por mexicanos), algo que nunca se hizo en tiempos en que la gente debía y, sobre todo, podía leer subtítulos. El doblaje, muy común en la España de postguerra, era necesario porque ese país tenía una alta tasa de analfabetismo. En Canadá, en la provincia de Quebec, muchos filmes se doblan al francés pero por una costumbre heredada de los tiempos cuando un alto porcentaje de la población francófona era analfabeta, situación que ya no es tal, pero la costumbre perduró. Para el público anglófono en cambio, los filmes hechos en otros idiomas nunca se doblaban, porque en esos tiempos la población de habla inglesa era más educada que la francófona, hoy ambas comunidades tienen niveles educacionales muy parejos.
Para quienes apreciamos el cine, presentar películas con conocidos actores y actrices anglófonas, ambientadas en Nueva York o Chicago y todo eso hablado en castellano es un atentado a la autenticidad de la creación artística. Naturalmente de ello no son culpables los que ahora prefieren ver las películas dobladas, sino la sistemática destrucción que sufrió la educación pública chilena desde los tiempos de la dictadura y que lamentablemente aun no se ha recuperado como para que nuestra gente pueda hacer algo tan simple como leer los subtítulos proyectados en una pantalla.
Chile ya no es lo que fue, nos decimos los que desde diversas partes del mundo convergemos en el país durante el verano austral. Mucho menos es lo que alguna vez aspirábamos a que fuera: una sociedad más justa y menos desigual. O al menos una sociedad donde se podía hacer reír a la gente con una humor sutil y sin groserías, donde se podía ir a un partido de fútbol sin que se terminara con el estadio a medio quemar y donde la vida privada de cantantes, futbolistas y políticos no era ni tenía por qué ser tema central de la televisión. Quizás ya se ha hablado mucho cómo se ha caído en este estado de “peso pluma” cultural y social, la pregunta es cómo salir de él y volver a una categoría de más peso intelectual.
Por Sergio Martínez (temporalmente desde Ñuñoa, Chile)
Renato Alvarado Vidal says:
En general concuerdo con esta visión de nuestro país, pero debo hacer dos alcances.
Los lomitos de la ex fuente Alemana actualmente son muy desabridos.
Los subtítulos de las películas omiten gran parte de los parlamentos y a menudo los tergiversan.