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Ubres para los infelices

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Desde que Chile se convirtió en república, ha tenido ubres de vaca holandesa. A veces, rebosantes, otras menos generosas en tiempos de sequía, incapaces de dar de beber a una guagua. Desde siempre, ha habido mamones insaciables, que casi las vacían, cuya sed lactante, los hace chupar a cuatro manos. Como la ubre del estado, permite ser succionada de tarde en tarde, y por milagro no se seca, invita a la libación. Ubre, llamada teta por los conocedores del tema, recuerda a la creación de la Vía Láctea. Fenómeno celeste que, al ser observado de noche, produce un indescriptible placer. Regresemos a las rosadas ubres del estado, donde lactantes de todos los pelajes, desde patipelados, unidos a los trepadores sociales, se disputan los cuatro pezones. Ahora y siempre.

La mayor mamada a dos manos y cuatro carrillos que se tenga memoria, sucedió en la dictadura de Pinochet. Época, donde todas las tropelías en contra del pueblo y recursos del Estado, eran calificadas de lícitas. Festival, incluido confeti y serpentina, que duró 17 años y se prolonga hasta hoy, con matices, para no causar escándalo. En dictadura, constituyó un saqueo, latrocinio o rapiña, aunque ciertos eruditos en la materia, a modo de emperifollar el calificativo, dijeron que había sido viveza. El lenguaje oral o escrito, sabe cómo adecuar los términos y darles las intensidades del caso.

Históricas mamadas, con babero o sin babero y bajo la luna llena, están reservadas a los consentidos. Escandalizarse por semejantes ventajas, no contribuye a resolver el tema. Más bien es propio de nuestra idiosincrasia republicana y criolla. Tradición que convierte a Chile en el cuerno de la abundancia. Usted manifestará que cada vaca holandesa, aunque nazca en Chile, proporciona alrededor de 15 litros de leche por ordeñada. Sin embargo, son muchas las disponibles, para ser mamadas al unísono. Un ejército de vacas rumbo al establo, mientras mugen, con su campanilla al cuello. Que se utilicen campanillas en el Congreso Nacional, nada significa. Solo se trata de una coincidencia y no es mi ánimo vincular a ciertos políticos, en esta historia láctea. Nunca ha sido mi propósito dañar la reputación de nadie, aunque el vocablo reputación suene al viejo oficio milenario. No olvidemos que las campanillas tienen múltiples usos y han sabido sobrevivir al tiempo.

También hay mamadas que se realizan en público, y son las más socorridas. Y desde luego, desvergonzadas. Veamos el tema a la luz de las últimas chupadas. En ciertas municipalidades, bajo el apoyo de la alcaldía, se organizan carnavales, donde se lanza confeti, serpentina y cada participante, recibe un peluche de obsequio. O esas cornetas bulliciosas, cuya estridencia recuerda a la corneta llamando al asalto. Otras, donde impera cierta urbanidad, pues se privilegian las buenas costumbres. Toda esta farándula grotesca se realiza bajo sigilo, protegido por las sombras, y en vez de mamar, se reparten sobres de medio oficio. No contienen desde luego, esquelas de amor, citas clandestinas o cobranzas judiciales. Menos aún, invitaciones a cenar en el restorán X, donde cualquier menú, vale la friolera de $115.000. Debe imperar cierta delicadeza, sujeta a la urbanidad, en un sector social donde la ordinariez, está desterrada.

En esta crónica, no me referiré a aquellas mamadas protegidas por la ley. Se entra en un terreno pantanoso y no me asiste el ánimo de quedar atrapado en el fango. La frágil libertad de expresión, no garantiza nada. Sí, debemos permanecer alerta, por si alguien nos ofrece una vaca holandesa de dos ubres y ocho pezones, para tener leche fresca a diario, sin necesidad de comprarla. Desde bebés, aprendemos a mamar y algunos, jamás se olvidan de su época de lactantes.

 

Por Walter Garib

 

 

Walter Garib

Escritor

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