Banderas que el viento se llevó
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Hace unos días, y a propósito de la huelga de hambre que llevan adelante desde el 13 de noviembre del año pasado un grupo de presos políticos mapuches de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), y ante el espeluznante silencio con que nuestra sociedad lo contempla, Guillermo Correa Camiroaga planteó una acuciante pregunta ¿Dónde están las miles y miles de banderas mapuche que flameaban al viento en las movilizaciones y manifestaciones que se produjeron en todos los rincones de Chile durante la rebelión del 2019?
Más adelante en el artículo, y buscando alguna explicación al fenómeno, menciona como “algunos elementos que sirven para entender por qué las compañeras y compañeros, otrora activos y organizados luchadores populares, se conformen hoy con las manifestaciones virtuales a través de las redes sociales y no se vuelquen masivamente a solidarizar y protestar en las calles de nuestro país con quienes están llevando adelante una decidida lucha por la autonomía y liberación del pueblo nación mapuche” a:
“La división y desarticulación de las organizaciones populares que se fueron conformando al calor de la lucha durante la rebelión del 2019, con la aceptación de acuerdos políticos emanados desde la elites y el posterior embobamiento por participar en procesos constitucionales encuadrados en la institucionalidad capitalista, junto al individualismo cultural propio del sistema neoliberal imperante”.
Todos estos estos elementos son datos de realidad, pero tal como plantea el columnista, son sólo algunos; para averiguar algunos más y así acercarnos a una respuesta a la pregunta inicial, se le encargó la tarea al siempre diligente espía de Güiquilics Patagonia.
Este acucioso asalariado comenzó por buscar en sus propios archivos de “fuentes abiertas” y encontró en un oscuro pasquín electrónico llamado Clarín o Clavecín o algo así, un artículo publicado tras el naufragio del Apruebo y que en partes decía así: Tanto sopló el viento que se llevó muchas banderas, muchas que se veían muy atractivas y que parecían alzadas por mucha gente, pero parece que no eran tantos los dispuestos a sostenerlas. Muy llamativo resulta que el año pasado por estos días la ciudad se engalanaba con banderas mapuches, ahora se ve muy solitaria esa que frente a la Alcaldía, como dijo un recordado chonchino, blasfema en su mástil.
Luego en el artículo se leía: La voladura de banderas mapuches se ha visto acompañada también por una ventolera de denuestos para los peñis, en la que ignorantes ha sido lo más suave, pero cabe preguntarse qué tan justo es nuestro juicio. Tal vez nuestra oferta de plurinacionalidad satisfacía sólo a nosotros los huincas y nos sentíamos de lo más contentos y purificados de todo sentimiento de culpa; pero como Héctor Llaitul ha expresado muy claramente, lo que los peñis demandan es territorio, por lo que el asunto de la plurinacionalidad fue como regalar condones en un asilo de ancianos.
Buscando información actualizada nuestro ágil espía trepó a la pobla, en los cerros de Melipulli, también conocido como el Noble Emirato de Puerto Mol, a ver qué podía aportarle la muchachada de “Aguanta Marisol”, y allí le dijeron que mejor le preguntase a Dumbledore.
¿Y ese quién es? Preguntó nuestro inquisitivo héroe.
Un viejo patipelao de barba blanca que vive abajo en el puerto, más allá de la isla de los curas, le dijeron.
Así que allá partió nuestro abnegado espía, en un trayecto de alto riesgo, debido a la cantidad de santiaguinos manejando a lo largo de la costa en esta época del año.
De alguna forma sobrevivió y esto es lo que escuchó, una vez que su entrevistado logró materializarse:
Mire m’ijo, hay algo que ocurrió en esta parte del sur del mundo, en el largo archipiélago de color verde y que fue particularmente visible en lo que ha sido el núcleo geográfico socio-cultural durante los últimos seis siglos en estas costas; a la luz de los acontecimientos posteriores, creo que esto se dio en todo Chile.
En paralelo a la desaparición del “socialismo real” en general y de la Unión Soviética en particular, se evidenció, dentro de lo podríamos denominar la izquierda política y cultural más ligada al mundo popular, la búsqueda de algo a qué agarrarse.
Fue tan duro el impacto de la súbita orfandad, que la convicción intelectual del materialismo histórico no fue suficiente y para poder seguir convencidos de que lo trascendente existe, manoteamos a lo que pudiésemos agarrar y así encontramos “lo originario”. Pienso que apelar a lo étnico era algo muy predecible, ya que en nuestra matriz cultural occidental-cristiana existe un espacio para el “noble salvaje” y a través de este espacio podemos proyectar tanto nuestros sentimientos de culpa como su contrapeso: la valoración del “originario” como noble víctima de nuestra injusticia, y la mitificación de las virtudes de esta víctima.
Esta valoración formal de las etnias originarias ha estado presente desde los albores de las repúblicas en nuestra América morena, es cosa de ver los primeros escudos nacionales que tuvo Chile, pero esto iba a parejas con la fidelidad irrestricta a los moldes culturales europeos; esos mismos próceres que diseñaban escudos con mapuches flanqueando el pedestal de la libertad, la luz y la razón, eran los que estaban tratando de ubicar algún príncipe cesante en Europa, para instalar monarquías en estas tierras. En Chile el doble discurso siempre ha estado presente, es igualmente probable encontrar el término “indio” seguido de “altivo e indomable”, como de “flojo y borracho”.
Pero lo “étnico y originario” tiene el prestigio de lo que ha tenido mucho tiempo para mostrar lo que vale, tiene la solidez de lo que ha permanecido, de lo que ha sobrevivido a la injusticia; por esta razón aquí pueden reflejarse todos aquellos quienes resienten injusticia, por esta razón había tantas banderas mapuches en las calles en octubre de 2019.
En busca de otra opinión nuestro espía visitó a su abuela Candelaria, en isla Huar, y doña Cañe, que desde que se hizo socia de Elon Musk tiene guaifai y había leído el artículo de Guillermo Correa, hizo la siguiente reflexión:
Mira chico chiquichicho, ese último párrafo, donde pone “Al parecer, las banderas mapuches enarboladas masivamente durante la revuelta solo formaron parte de una multicolor puesta en escena y hoy, cuando debieran estar flameando solidariamente por miles a lo largo y ancho del territorio nacional, han quedado olvidadas y probablemente permanezcan guardadas solo como “pintorescos” adornos”, lo encuentro terrible, sobre todo porque tiene mucho de verdad, pero si vamos a verlo como expresión de una moda hay que reconocerle al menos el mérito de ser una moda nuestra, mientras que el largo surtido de banderas con que llegaron los redactores de ese primer intento constitucional reflejaba las preocupaciones que nos habían ido llegando desde el dichoso primer mundo; de modo que no podemos aceptar que el viento se lleve así como así la bandera de los peñis, su causa es justa y merece el apoyo de todo el pueblo.
¡Ahora y siempre! Dijo entusiasmado nuestro espía, devolvió el mate a doña Cañe y partió raudo a puerto a entregar su informe; lamentablemente no había ni jota de viento y su velamen colgaba más desinflado que el programa del Frente Amplio, por lo que tuvo que darle al remo. La última vez que lo vieron venía a la cuadra de isla Maillen.
Renato Alvarado Vidal
Desde los atareados muelles de Chinquihue, 14 de febrero de 2024.
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