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La arpillera de Estación Memoria: permanencia y resistencia

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Una gran tela colorida es el telón de fondo que abría hacia finales de octubre la representación de la tragedia chilena en la obra Estación Memoría, del parisino Teatro del Silencio. Las demandas y los sueños de varias generaciones chilenas cosidas en un relato de arpillera de 50 metros cuadrados desplegadas en la Plaza de Renca estaban colgadas desde el centro en la figura del presidente Salvador Allende y en coloridos retazos que perfilan aquella construcción social que levantó la simbología política de las izquierdas del siglo pasado: el sueño de la casa propia, una educación de calidad, una vida digna y una comunidad basada en la cooperación, la solidaridad y el poder popular.

 

La gran arpillera solo aparece los primeros seis minutos de la obra. Una representación retirada en silencio de la escena por la violencia que se instaló por casi dos décadas y que no conoce tregua ni en la historia chilena ni en el desarrollo de Estación Memoria. La tela fue rescatada del fuego, la destrucción, la sangre y la muerte. La arpillera resiste como su simbología representada.

 

¿Por qué una arpillera? Mauricio Celedón, director del Teatro del Silencio, ve en la arpillera una característica que integra la representación escénica con la confección de las telas: el trabajo comunitario es uno de los ejes en la elaboración creativa tanto en Estación Memoria como en la arpillera.  Y está también su condición única como trabajo colectivo de la resistencia. La arpillera es posiblemente la creación cultural popular más propia de la resistencia a la dictadura civil militar.

 

Durante la primera quincena de enero esta pieza fue desplegada en el hall de ingreso del Centro Cultural Estación Mapocho junto a un video de Estación Memoria. Un vínculo para la conmemoración de los 50 años del golpe de estado que nos devuelve a una escena incompleta. La obra del Teatro del Silencio termina, si es posible usar esta expresión para un proceso en pleno curso, en el estallido social y con el caballo de Baquedano en llamas. El trabajo de la arpillera sigue también su curso como vehículo de denuncia desde los territorios.

 

La arpillera Estación Memoria fue elaborada en La Casa de la Mujer de Huamachuco, un taller colectivo pero especialmente un centro de formación y de diversos servicios comunitarios. Allí, pero también desde los hogares, trabajan en el corte y confección de estas telas seis mujeres renquinas. Las arpilleras son hasta el día de hoy herramientas de expresión popular, denuncias testimoniales y también, porque así ha sido desde su origen, de declaración política.

 

Aida Moreno es la presidenta y fundadora, hace más de 35 años, de la Casa de la Mujer de Huamachuco. Es desde ese mismo lugar en Renca y hacia el final de la dictadura cuando organiza el trabajo de acciones colectivas primero como sobrevivencia y resistencia, como ollas comunes y confección de arpilleras, pero también como gestora de servicios sociales de ayuda, de acogida y cuidados a la comunidad. Capacitación, diversos talleres, vida comunitaria y solidaria. “La arpillera representó para nosotras un elemento crucial en nuestro proceso de liberación económica. Nos permitió dejar atrás la dependencia de la olla común y nos brindó la oportunidad de trabajar de manera independiente. No hay nada más gratificante que obtener ingresos a través de nuestras propias creaciones y esfuerzos.»

 

El trabajo de las arpilleras se inscribe en la profunda chilenidad como resistencia y subsistencia. Hay algunas confecciones similares recuperadas por Violeta Parra, las que no tienen el simbolismo de las actuales. Es una actividad guiada y canalizada por la Vicaría de la Solidaridad para ayudar a mujeres, esposas, madres e hijas de detenidos desaparecidos. Eran talleres de cesantes, herramientas para la emergencia, para amortiguar la pobreza y la persecución. Un trabajo de retazos, de sobras, realizado en el anonimato y en la clandestinidad.

 

Hay una memoria colectiva escrita sobre estos paños con figuras coloridas hilvanadas y cosidas a mano. Fueron piezas en circulación, objetos viajeros, denuncias que salían desde los talleres en cadenas solidarias al mundo, principalmente a Europa, donde eran vendidas. Es en el exterior donde la arpillera se consolida como expresión de arte popular, de denuncia, de sobrevivencia y resistencia.

 

Esta es la carga simbólica que entrega la mayor arpillera confeccionada en la Casa de la Mujer de Huamachuco. Un gran telón emancipatorio que es también de memoria y resistencia. Una base colectiva hoy permanente.

 

Por Paul Walder

 

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Paul Walder

Periodista

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