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Cena en la clandestinidad

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“También el universo tiene un basurero. Se llama tierra”.

Dionisio Albarrán.

 

Si a usted lo invitan a comer, tome las precauciones del caso. De tratarse de una cena o almuerzo en un restorán, no habría problemas. Ahí se está expuesto a ser observado por cualquiera. Ahora, si es en una casa encumbrada por allá en la Dehesa o en el faldeo de lo Curro en Santiago, el tema cambia. En aquellos sitios, parece localizarse la gente misteriosa que, bajo la apariencia de ser personas desprendidas, ocultan aviesas intenciones. Las personas perversas menudean. Bien podrían ser espías de una potencia extranjera, empeñadas en robarnos el litio. No el agua, pues hace tiempo ya se la robaron. ¿Y dónde estaría lo deshonesto en el asunto si el mercado lo tolera? De ser alguien sibarita, deguste lo que se le antoje y ríase de los envidiosos y de quienes se llenan la boca con críticas a los amantes de la buena mesa.

Nadie regala dispendios, ostras a la vizcaína, faisán doré y filete de alce, adobado con especias traídas de la India. Ranas cocinadas con vino español de la viña Vega Sicilia de medio millón de pesos.  Menos aún, aperitivos de whisky Chivas o el famoso 69, para los amantes de las novelas del Marqués de Sade. De picadillo, salame de venado, paté de ganso, acompañado de arac del Líbano, destinados a abrir el apetito. ¿Quién se resistiría a semejantes viandas, que ni siquiera se conocen en el resto del país?  Nada de papas con cochayuyo, cazuela de ave y vino bigoteado de cualquier boliche. Un insulto, para quienes saben de gastronomía.

Da el caso que feligreses de distintas parroquias, aceptaron la invitación de un contado hombre de mundo y marcharon a cenar a su casa. Todo bajo el secreto, la complicidad de la noche, donde los pájaros son negros. Nadie había en los alrededores que pudiese observar estas andanzas nocturnas, protegidas por el anonimato. Imperaba el sigilo, en un sector donde siempre hay sigilo. Ni un encuentro amoroso encubierto, hubiese tenido mayor clandestinidad. De a uno concurrieron al lugar, para no levantar sospechas. Dicen que los vio un ciclista que reparte agua de vertiente, obtenida de un grifo de incendio. ¿O no es legítimo vivir a veces de argucias, que no dañan a nadie?

De a uno ingresaron a la vivienda, que no era una media agua, ni una casita de Lo Hermida, mientras mostraban la invitación. Un ujier enguantado de uniforme negro, los recibió y condujo al salón principal. Ahí los aguardaba el dueño de casa, cuya sonrisa de vendedor de ilusiones, a cualquiera habría preocupado. A esa hora, la noche mostraba los encantos de tener luna llena, como los cuentos de Las mil y una noches. Al principio, el anfitrión había pensado ofrecer un “cheese and wine”, expresión que yo no conocía y tuve que consultar el diccionario. Sin embargo, los invitados se redujeron a una docena de conspicuos comensales. Venidos de diferentes barrios, donde mora la pequeña burguesía, ni siquiera conocían esos andurriales, más parecidos a un barrio de Berna. Vestían la moda del pequeño burgués; nada de prendas trepidantes u ostentosas, fuesen varones o damas. Llegaron en taxi para no ser identificados, de haber merodeadores en el sector.

Desde luego, entre las personas invitadas no había patipelados, gente del medio pelo, trepadores sociales, menos aún dirigentes sindicales. Ni si quiera esos chiquillos revoltosos, que protestan si hace frío o calor. Bien podría ser la elite de una clase social emergente, que se acomoda al poder, producto de los nuevos tiempos, que soplan en esta larga faja de tierra. ¿Qué se sirvió de cena aquella noche?

No me interesa saberlo, aunque hice suposiciones. Da el caso, que nadie se quedó con hambre y todos concluyeron con la pancita bien llena.

 

 

Escritor

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  1. Sergio Cuyul says:

    Como ha cambiado la vida del PC. Antes se reunían clandestinamente con el pueblo; hoy se reúnen clandestinamente con los dueños del país. Pobres comunistas neoliberales

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