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¡Depredadores del mundo: Uníos!

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Vivimos una sociedad competitiva, algo así como una sociedad “darwinista”, donde todo vale para  dominar, para posicionarse en la escala alimenticia como el “máximo depredador”.

Se discute si es el ser humano la especie superior en la escala de los depredadores. Hasta ahora parece que tiene bien ganado el título, pues el resto de los animales pueden sufrir auges de expansión (plagas de roedores, de insectos), pero prontamente su auge los lleva a autolimitar sus posibilidades. En cambio el ser humano, por ser imaginativo, creativo y estratega, es capaz de superarse a sí mismo y evadir el auto ajuste natural.

 

Es por ello que en tiempos en que la sobre población nos constriñe los recursos y los espacios, el cálculo nos empuja a ver cómo el ser humano se las arregla para ser un depredador dentro de su misma especie, es decir, como dominar y disciplinar, cómo sacar ventajas hasta llegar a considerarse una “casta supremacista”, en que se reserva para su sector todas las ventajas y niega todo deber para con el resto: debe dominar, sin barreras ni controles, pues cree ser  el más apto. Los virus piensan lo mismo de sus víctimas, y vean como terminan con la vida propia, al liquidar la vida de su huésped.

 

Las estrategias supremacistas han existido desde que el hombre guarda memoria: tribus, urbes, reinos, naciones, colonias, imperios. Pero desde la dominación por la fuerza de los ejércitos con ocupación territorial (desde las hordas al colonialismo) hemos pasado a una mixtura de dominación militar y productiva (Imperialismos). Sin borrarse completamente esas otras etapas, hemos llegado a dar con una fórmula blanda de dominación: la globalización neoliberal.

 

Esta fórmula de dominación se aplica sustentada ya no en los ejércitos y la dominación industrial-comercial (que permanecen como fondo de respaldo), sino mediante el dominio del capital de inversión y especulación, es decir la FINANCIARIZACIÓN de las economías. Es decir, quien controla el capital, controla el mundo.

 

La compulsión por capturar el capital y acrecentarlo de manera casi mágica, se viene evidenciando en los procesos de concentración del mismo. Así, por los años 60  del siglo XX, la diferencia  de riqueza entre los países que conforman el 20% más rico de la humanidad (desarrollados) y los países que se conforman con el 20% más rezagado, era de 30 veces; ya por los años 80, esta diferencia se  disparaba a 60 veces y en la medida que nos instalamos a la segunda década del siglo XXI, estas diferencias superan largamente las 80 veces, es decir se hace absoluta.

 

Pero si a esto le agregamos que al interior de los llamados  “países de desarrollo intermedio”, se repiten segregaciones de riqueza no muy diferente a las que se dan a nivel global .En el caso de América Latina, que figura como la región más desigual, el 1% más rico se viene apropiando del 49% de la producción, cada año, y ese mismo 1 es dueño del 80% del capital acumulado.  Esto lo que produce es un aplastamiento de las masas pobres  cada vez más abajo en la escala de segmentación económico social.

Usted se preguntará cómo puede suceder un fenómeno tan “anormal”, tan suicidamente irracional.

Bueno, la verdad sucede desde que los Estados se han convertido en comparsa sumisa de los grandes negocios. El Estado fue el gran redistribuidor de riqueza mediante la captación de impuesto y su llamado “gasto social”. Eso permitió a los países más progresistas generar  el “Estado de bienestar”, es decir una convivencia social y política que permitía un desarrollo compartido e integrativo; fue el milagro de la economía de postguerra, desde mediados del siglo XX. Además se forjó en ese tiempo una doctrina de colaboración para el desarrollo entre los países altamente desarrollados y los países en vías de desarrollo (Tercer Mundo), lo que se conoció como las relaciones de cooperación entre el Norte y el Sur.

 

Todo este reino cooperativo, que en verdad no fue tan generalizado ni tan intenso, ya que ningún país fue capaz de alcanzar el objetivo de transferir a los países más pobres la meta del 1% del PIB de los países ricos a los países pobres, como lo recomendaba Naciones Unidas en su resolución de 1961. Se comprobó que en realidad estas transferencias de recursos nunca superó el 0.3% del PIB de los países industrializados, y la integración social en los países subdesarrollados nunca superó al 30% de la población; tampoco se avanzó en los precios de intercambio y en la industrialización como en transferencia tecnológica de manera desinteresada, pues las transferencias venían amarradas a compras desde los países que prestaban o en áreas  de armamentos o de muchas inversiones sin real efecto para el desarrollo.

De esta incongruencia nació el pensamiento tercermundista sobre la inviabilidad del “desarrollismo” y en la Cepal se elabora el pensamiento del “estructuralismo” y la “Dependencia”, en la que se sostenía que el problema no era la incapacidad de los países para desarrollarse, sino que la causa era la forma adoptada por el desarrollo; es decir el estilo de Desarrollo de los ricos era el causante del subdesarrollo de los países pobres.

 

Los esfuerzos del Banco Mundial, de conceder préstamos en condiciones favorables y los empeños del GATT por liberalizar y agilizar los intercambios comerciales, terminaron por profundizar la rigidez de las estructuras primario exportadoras en el Tercer Mundo y las exportaciones industriales desde el Primer Mundo. Además los Términos de Intercambio (es decir el balance entre unos y otros patrones de intercambio) siguieron siendo favorables a los países ricos, debido a la continua alza de precios de los productos industriales y a la fluctuación enorme de los precios de las materias primas.

 

Se desarrolla, entonces la estrategia de cooperación SUR-SUR, la UNCTAD, asume el liderazgo de tal propósito. Pero justo en ese  tiempo (años 70 y 80) viene la crisis de la energía (alza del petróleo), inflación y recesión en el mundo capitalista de postguerra; surgimiento del fenómeno del endeudamiento mundial y luego la crisis de los países del socialismo real. El paradigma keynesiano del “nuevo trato”, como fórmula exitosa del capitalismo occidental, entra a ser cuestionada por la escuela monetarista neoliberal, tanto en las academias de Estados Unidos como  de Inglaterra.

OTRA HISTORIA.

Con la caída de las economías y los regímenes socialistas, las economías capitalistas de Occidente que venían reordenando su modelo de economía, tomaron rápidamente la ventaja que les proporcionaba el retiro del juego del modelo antagonista: el colectivismo de Estado, el socialismo real o los regímenes de detrás de la Cortina de Hierro.

Al quedar liberados de esa presión y acoger una doctrina económica que propiciaba las libertades de negocios sin restricciones ni controles estatales (escuela neoliberal de Chicago), se arremete de manera decisiva para instalar la idea del “FIN DE LA HISTORIA”  o el imperio de la fórmula la única de gestionar la economía global (Fukuyama). Estados Unidos lanza el “Consenso de Washington”, inspirado en el “Programa de Santa Fe” (Reagan), en que se instala como poder de dominación político, económico y militar a nivel planetario, cuyas políticas serían desarrolladas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

 

EN una América Latina endeudada y tiranizada, una Europa Occidental y Oriental debilitada, Africa crónicamente empobrecida, constituyó el terreno fértil  de hegemonía  para imponer políticas de salida de la crisis que se basara en una nueva dimensión global de la rentabilidad del capital financiero, que se estaba privatizando aceleradamente y que se lanza a conquistar mercados de manera especulativa, generando no más producción real, sino más de 40 crisis financiera en diversos países, normalmente países que buscaron salir de la crisis aceptando la incursión de los capitales internacionales. La tecnología de las comunicaciones ayudó a instalar el reinado de los flujos rápidos del capital, el que circulaba más de 80 veces más rápido que los productos reales.

ASIA: OTRA ESTRATEGIA.

La economía mundial se hizo financiera y especulativa. Pero Asia tomo la posta del desafío productivo real, con las ventajas a largo plazo que ya todos observamos. América Latina siguió la receta equivocada del Consenso de Washington, y ahí tenemos también los resultados.

Pero como la economía de Occidente estimula la especulación como fórmula para enriquecerse, la competencia económica se desarrolla en función de este mecanismo. El darwinismo se convierte desde la eficiencia productiva a la eficiencia especulativa, rapaz, depredadora y delincuencial.

 

No sólo se “depredan” las riquezas naturales de los países pobres (transnacionalización de su explotación), sino también sus ahorros escasos o medianos (expropiación de los ahorros, mediante inversiones extravertidas). Los “empresarios nacionales” hacen lo suyo: defraudan, evaden y eluden los tributos debidos al Estado; sacan de manera tramposa los recursos a paraísos fiscales y no los invierten en el país (FUT); usan los ahorros de los trabajadores (AFP) para acrecentar sus negocios financieros, que luego derivan como dividendos hacia sus reservas privadas.

 

Al no contribuir al desarrollo ni a financiar los compromisos básicos de todo Estado moderno, se transforman en verdaderas hordas depredadoras, que conforman verdaderas “MAQUINAS PARA DEFRAUDAR”.

Lo complicado es que estas estructuras están muy unidas en sus propósitos, dominan la economía internacional (tratados comerciales, imperio de las empresas transnacionales, que se enlazan en el sistema financiero), dominan el aparato militar, las comunicaciones, la institucionalidad protegida de las  “democracias controladas”, los parlamentos genuflexos al poder económico y hasta los sistemas de justicia. Como manifestó francamente el magnate americano Warren Buffett: estamos en medio de una lucha de clases, y esa lucha la ganamos nosotros”.

Esta gente filibustera, ha tenido éxito absoluto en imponer su proclama contrarrevolucionaria y contrapopular y hasta antidemocrática (TRUMP, BOLSONARO).

Un viejo cínico del siglo XIX rumoreaba ante las exhibiciones cortesanas de los regímenes corrupto, la siguiente sentencia: “En los antiguos tiempos de la historia, a los ladrones colgaban en cruces, pero en este siglo de Las Luces, en el pecho del ladrón es que se cuelgan las cruces”.

¡DEPREDADORES DEL MUNDO, UNÍOS!

 

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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