Demanda por un nuevo proceso constitucional
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Aunque tras el reciente plebiscito de salida sobre la propuesta de una nueva Constitución Política – en contra 55,7% y a favor 44,2% – el presidente de la República se ha apresurado a afirmar que “en nuestro mandato está cerrado el proceso constitucional”, claramente no se puede negar al pueblo la legítima aspiración de contar en el corto plazo con una Carta Magna democrática y ciudadana al cabo de tantos años de espera.
Algunos – no todos – dirigentes del bloque oficialista Apruebo Dignidad han apoyado las palabras del mandatario y lo propio ocurre con la invitada de piedra que es la ex Concertación, actual Socialismo Democrático, nombre de fantasía de viejos estandartes que buscan encubrir su fracaso de 30 años.
Obviamente el anuncio presidencial ha sido bien recibido por la derecha reaccionaria que en este plebiscito manejó la situación desde el comienzo, introdujo una comisión de expertos, descartó toda participación popular y ahora se queda con la Constitución pinochetista que es contraria a los cambios y cuya permanencia se prolongaría de manera indefinida.
Hay políticos que no dan pie con bola pero que se arrogan la representatividad de las mayorías, cuyos requerimientos desconocen. Se trata de rostros pertenecientes a partidos desacreditados y sin credibilidad, cuyos verdaderos intereses están puestos en las próximas campañas y candidaturas.
Para la casta política, sin embargo, hay un aspecto no menor que no ha sido considerado: no se ha consultado al pueblo ni a la ciudadanía, ni a los trabajadores o los movimientos sociales o sindicales ni poblacionales, ni a los pobres y menos pobres que son las grandes mayorías. El pueblo no pasa de ser un actor secundario, de segunda clase, al que se puede marginar con facilidad.
Los desposeídos no están seguramente entre “los verdaderos chilenos” que mencionó la presidenta del Consejo Constitucional. La señora Hevia, alma del Partido Republicano, tiene tanta estatura académica que no le permite el menor esfuerzo para conocer lo que sucede en la calle, sus miserias, urgencias y esperanzas.
Quizás por ello perdió el texto que reafirmaba el modelo neoliberal y sus máquinas tragamonedas que son las AFP y las Isapres, que reducía derechos ganados por las mujeres y que desfinanciaba a las municipalidades de las comunas mas pobres. Ese texto retrógrado significaba volver a largo tiempo atrás.
La propuesta de Kast y el fascismo no hacía alusión al principal problema que afrontan los chilenos, que es el de la desigualdad. No había allí ninguna referencia a la concentración económica que mantienen unos pocos que no siempre actúan con transparencia. Desde la tiranía castrense Chile es uno de los países más desiguales del mundo.
Allí está el comienzo de la delincuencia que tiene con números rojos a todo el territorio nacional. En Chile muchos disponen de muy poco o nada y como brutal contraste una minoría hace ostentación de sus enormes fortunas, bienes y propiedades, provocando malestar en grandes sectores que debido a sus escasos recursos hacen malabares para llegar a fines de mes. Ello acrecienta el mundo delictual, que con frecuencia llega a los robos, asaltos, balaceras, portonazos y hasta homicidios.
No se trata tampoco de legitimar la Constitución fraudulenta de la dictadura que se ha mantenido vigente desde hace 43 años. Las dos derechas que luego de la tiranía se alternaron tres décadas en La Moneda, permanecieron impávidas y hasta se acomodaron a sus disposiciones redactadas entre cuatro paredes y a puertas cerradas por favoritos de los cuatro generales negros, sin contar con registros electorales y bajo terrorismo de Estado.
La Casa de Todos tiene que ser habitada por valores fundamentales que signifiquen un avance, como la democracia, la igualdad, los derechos humanos y las conquistas sociales de la ciudadanía. Por esos valores millones de personas se movilizaron durante el estallido social, pero la clase política ha demorado una respuesta.
Las dos opciones que se votaron en el reciente acto plebiscitario no pasaban de ser mas de lo mismo que instaló la dictadura en el siglo pasado, sin representar alternativa alguna. Por eso el descontento se expresó a través de los votos nulos y en blanco que triplicaron a los que se registran en cualquier jornada electoral en el país.
Tras los resultados el pueblo no tiene nada que celebrar salvo la estruendosa derrota de la extrema derecha que alguna vez ganó por contar con una mayoría circunstancial que fue flor de un día. Ahora el mayoritario ámbito ciudadano tiene que proyectarse, porque ha quedado el campo abierto a favorables expectativas que con voluntad pueden cumplirse.
El tiempo próximo es el momento propicio para un nuevo proceso constituyente y una nueva y definitiva Carta Magna de todas y todos, con participación ciudadana y el mundo popular: una Constitución democrática sería el mejor legado del presidente Boric a Chile y los chilenos. Además, hay que sacarse de encima la Constitución del dictador supremo, cuanto antes y de una vez por todas.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
Hugoalcayagaperiodista@gmail.com
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