Nuestra Región Latinoamericana Portada

Esequibo: donde puede ganar el que nadie quiere

Tiempo de lectura aprox: 5 minutos, 34 segundos

Cuando un amigo, alguien a quien uno aprecia o por quien siente admiración y respeto comete un error que puede tener graves consecuencias ¿debe uno decírselo? El plano de las relaciones humanas es diferente de otras relaciones, eso es verdad, sin embargo, a veces algo de esa dinámica que se da entre personas, puede extrapolarse a las relaciones que establecemos con hechos sociales.

El proceso político venezolano, la Revolución Bolivariana como la llamó su fundador el Comandante Hugo Chávez, ha contado desde siempre con el apoyo de la mayor parte de la izquierda latinoamericana. Claro está, algunos sectores más identificados con la socialdemocracia o con posturas liberales, han criticado e incluso han condenado ese proceso, utilizando el argumento de los derechos humanos que, según ellos, serían atropellados por el gobierno de Caracas. Además, el que este proceso haya surgido desde las fuerzas armadas lo ha hecho un fenómeno político muy sui generis, y que, en cierto modo, descolocó a algunos analistas de la izquierda—la Revolución Bolivariana, al menos en su gestación, se salió de los manuales clásicos de la izquierda. (Aunque, en rigor, no debiera extrañar mucho, en Chile mismo, el efímero proceso de la República Socialista de los 12 días en 1932 fue liderado por un alto oficial de la entonces rama de aviación del ejército: el comodoro Marmaduke Grove, que luego sería uno de los fundadores del Partido Socialista).

Mis simpatías están sin duda con ese interesante proceso de cambios sociales iniciado en 1999 y que en todos estos años ha tenido que soportar los duros embates de Estados Unidos y sus aliados que han buscado desestabilizarlo. Sin embargo, o más bien por la misma simpatía que el proceso bolivariano puede despertar, es importante hacer presente cuando quienes lo dirigen cometen un error. Peor aun, un error que puede traer muy malas consecuencias.

El pasado 3 de diciembre el gobierno del presidente Nicolás Maduro convocó a un referéndum cuyo tema central era el de la reivindicación del territorio conocido como el Esequibo, región que toma su nombre del importante río que lo cruza. Una de las preguntas de la consulta contenía la creación de un nuevo estado, el número 24 en la división administrativa del país, bajo el nombre de Guayana Esequiba. El problema es que ese territorio hace parte actualmente de la vecina República Cooperativa de Guyana, el país surgido en 1966 luego de independizarse del Reino Unido, hasta entonces una colonia conocida como Guayana Británica.




Para mejor entender este diferendo hay que hacer un poco de historia. El Esequibo fue un punto de contención entre españoles, holandeses y británicos desde los primeros tiempos, cuando las potencias europeas corrían a apoderarse de cuanta tierra podían encontrar en el Nuevo Mundo. Originalmente los primeros europeos que establecieron asentamientos en la región fueron los holandeses, los españoles admitieron esa presencia en el Tratado de Paz de Münster de 1648, aunque ese documento no fijó sus fronteras.  En virtud del Tratado Anglo-Neerlandés de 1814, ese territorio pasó a manos británicas que lo retuvo hasta 1966, claro está, de paso y poco a poco—muy en el estilo imperial británico—los asentamientos originales fueron expandiéndose, de ser pequeños enclaves generalmente costeros a terrenos interiores que fueron adaptándose para diversos cultivos, especialmente la caña de azúcar, entonces muy lucrativo. Para esta actividad los británicos importaron mano de obra esclava desde África y también trabajadores a contrato fijo desde la India. En la Guyana independiente de hoy, son descendientes de esos grupos étnicos los que constituyen la mayoría del país (un 70 por ciento).

Cuando se produjo la independencia de los países hispanoamericanos en el siglo 19, el propio Simón Bolívar escribió al gobierno británico a propósito del caso de los asentamientos en el Esequibo. Sólo en 1899 se buscó dar solución al diferendo mediante un laudo arbitral, el que emitió un dictamen favorable a los británicos. Venezuela, sin embargo, ha objetado la transparencia e imparcialidad de los árbitros, por lo que, en buenas cuentas, al menos para Caracas, el pleito ha vuelto a fojas cero.

El tema, sin embargo, es esencialmente político y debe ser resuelto como tal. Eso, porque ambas partes tienen buenos argumentos jurídicos para sus respectivas posiciones. El principio de derecho internacional conocido como uti possidetis iuris, que se aplica cuando un territorio colonial se convierte en un estado independiente, favorecería a Guyana. Este principio establece que el nuevo estado adquiere el mismo territorio que poseía cuando era colonia: como el Esequibo formaba parte de la antigua Guayana Británica, Guyana simplemente lo heredaría. (Venezuela argumenta ese principio también, pero tendría menos fuerza por el simple hecho que al momento de su independencia no tenía control de ese territorio, sólo aspiraba a tenerlo. Como señala en su título ese principio legal, “posesión” es el concepto clave).

Ahora bien ¿por qué es tan importante esa región en disputa? Se calcula que ella contiene importantes reservas de petróleo, gas natural y otros recursos minerales; además, en la zona marítima adyacente a ella hay también importantes recursos petrolíferos. Es decir, esto les abre el apetito a muchos: sí, los mismos que ya conocemos y que están en todas partes buscando cómo hacerse de las riquezas de otros países. En Guyana misma hay quienes denuncian el rol de las transnacionales petroleras que ya operan en el país: “Los saqueadores de Exxon tratan la herencia de los guyaneses como si fuera suya.  Es su propiedad marítima para ser explorada y explotada con la mayor libertad.  Olvídense de la equidad y del reparto justo del patrimonio nacional, ¿Qué ha sido de nuestro sentido de la vergüenza?  ¿No nos queda ningún sentido del orgullo, ningún bocado de dignidad, salvo cuando se trata de apuñalarnos unos a otros por la espalda en beneficio de quienes esclavizan a todos los pueblos de esta nación?” escribía hace unos días GHK Lall en el periódico Kaieteur News de Georgetown.

 

Sin embargo, las cosas son mucho más complejas y en ese sentido la postura venezolana en lugar de contribuir a arreglarlas puede enredarlas aun más. Un primer punto que debe considerarse aquí es que si bien la expansión de la entonces colonia británica que antecedió a Guyana fue parte de un conducta muy usual del imperialismo británico: establecer pequeños enclaves a partir de los cuales mediante ocupación de hecho, arreglos comerciales con los nativos o acuerdos logrados a base de amenazas, terminaba extendiendo esos territorios; eso no debe significar que los actuales guyaneses, que nada tuvieron que ver con esa conducta imperial, sean los que ahora tengan que pagar los platos rotos. Si hubiera una real justicia mundial, serían las autoridades en Londres las que deberían arreglar este entuerto mediante una adecuada compensación por daños causados. Lamentablemente eso no es para nada factible en este instante y sólo puede ser un sueño utópico.

Segundo punto para considerar es que el reclamo venezolano—de hacerse realidad—muy probablemente haría a Guyana inviable como estado ya que la zona en disputa corresponde a dos tercios de su territorio la que además contiene las principales fuentes de ingreso para el país. Además, ello significaría el masivo desplazamiento de la población guyanesa de la zona reclamada por Venezuela, precisamente en estos mismos instantes en que vemos la tragedia de otros pueblos siendo expulsados de sus tierras. No sería para nada un hecho aceptable que tal cosa ocurriera en nuestro propio continente. Los guyaneses tienen su propia identidad como nación y no sería justo que aquellos que viven en el Esequibo pasaran a vivir bajo la jurisdicción de un estado ajeno.

En tercer lugar, tanto Venezuela como Guyana tienen una trayectoria como estados con una postura internacional progresista, tercermundista. Ya mencionaba al Comandante Chávez en Venezuela; en el caso guyanés su hijo más ilustre ha sido sin duda Cheddi Jagan, un hombre de ideas socialistas que fue uno de los luchadores por la independencia del país, fue perseguido por eso, y presidió el país entre 1991 y 1997. Él fue el líder del Partido Progresista del Pueblo (PPP), un partido de izquierda en Guyana.  Por el carácter progresista de ambos estados, la súbita escalada de las tensiones entre ellos es algo preocupante para todos quienes adhieran a posiciones de izquierda o progresista en el continente.  También es importante no saltar a un primer impulso emotivo apoyando acríticamente la movida venezolana por solidaridad latinoamericanista. Los guyaneses no son unos rubios y arrogantes anglosajones, sino descendientes de los esclavos africanos y los trabajadores a contrata traído desde la India y otras colonias asiáticas del antiguo imperio colonial. Se trata de un pueblo que también merece ser respetado y que tiene todo derecho a la integridad territorial de su país y a su viabilidad económica.

Por último, y quizás lo más importante en términos geopolíticos, si este conflicto pasara de las palabras a los hechos (intervención o invasión por parte de Venezuela, que tiene un mayor poderío militar)—cosa que esperamos no ocurra—eso encendería un conflicto que necesariamente involucraría a Estados Unidos. Sería una “invitación” al imperialismo de hoy para lograr lo que no ha podido en todos estos años: invadir Venezuela y destruir la Revolución Bolivariana y de paso amarrar a Guyana cuyos gobiernos no suelen seguir los dictados de Washington. Tal escenario sería muy probable, no porque Washington salga en defensa de Guyana en simpatía por el más débil—a Estados Unidos los guyaneses les importan tan poco como en su momento les importaron los ciudadanos de Kuwait invadido por el Irak de Sadam Hussein—sino porque ocurre que los dos países envueltos en la disputa tienen las mayores reservas petrolíferas de la región.  Paradojalmente, en esta disputa, puede terminar ganando el que nadie quiere que gane. Esperemos que la sangre no llegue al río, frase que ahora cobra un sentido muy literal.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)



Desde Montreal, Canadá

Related Posts

  1. Serafín Rodríguez says:

    Esto trae a la memoria «Las Malvinas son Argentinas» del año 1982. Por el momento, sólo una cuestión comunicacional interna. Maduro sabrá hasta dónde lo lleva.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *