Cuando llovía en Moscú
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En una alusión al Partido Comunista que pretendía ser jocosa y que apuntaba a su alineamiento con las posiciones del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), sus adversarios solían decir eso de que “cuando llueve en Moscú, los comunistas salen con paraguas”. La intención era cuestionar la “chilenidad” de sus militantes, parte del anticomunismo esgrimido por la derecha; pero, por otra parte, no puede negarse que la mentalidad de la militancia del PC—para bien o para mal—estaba entonces fuertemente influida por los modelos sociales y culturales soviéticos.
La Revolución Rusa, cuyo aniversario número 106 se cumple este 7 de noviembre, sin duda tenía en la cultura de la militancia comunista un enorme peso y los logros de la “Patria del Socialismo”, como los voceros del PC la llamaban, eran seguidos con orgullo por la militancia. Desde el primer satélite artificial lanzado en 1957, pasando por los viajes al espacio de Yuri Gagarin y Valentina Tereschkova, las grandes producciones de su cine que entonces veíamos en los cines Nilo y Mayo (sí, los mismos que hoy exhiben pornografía) o en la pequeña sala del Instituto Chileno-Soviético de Cultura en una casona de la calle Lord Cochrane, las presentaciones del grupo de danza Beriozhka, o simplemente escuchar esa hermosa canción Atardecer en Moscú, en un disco original traído por el padre de alguna camarada que había viajado a esa suerte de Tierra Prometida, eran momentos muy valorados por los militantes “rojos”.
Tampoco se podía olvidar el aspecto épico, después de todo, el soviético era un pueblo admirado por el valor demostrado en la lucha contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Filmes como Vuelan las cigüeñas y La balada del soldado hacían emocionarse y reafirmar una suerte de fe militante en quienes entonces eran miembros de la que afectuosamente llamaban simplemente “la Jota”—el autor de esta nota incluido también.
Naturalmente en esta reafirmación de los valores que encarnaba la URSS, había mucho de réplica a los ataques que emanaban desde los medios de comunicación reaccionarios y del sistema político mismo. Osvaldo Salas, el caricaturista de El Siglo y creador del personaje Don Inocencio reflejó con mucho humor ese ambiente de anticomunismo en una de sus tiras cómicas: justo en esos días de gloria espacial de los soviéticos con sus cosmonautas dando vuelta alrededor de la Tierra, una señora con pinta muy beata habla con un cura y le dice que ya no quiere irse al cielo; ante la sorpresa del sacerdote le responde, “¿No ve padre que ahora el cielo está lleno de comunistas?”
Ese paraíso terrenal no duraría mucho, y eso trajo consecuencias. En muchos países, el colapso de la Unión Soviética impactó, a veces de modo letal, a los partidos comunistas, pero no en Chile. Cualquiera que observe la política chilena constatará que a diferencia de otros partidos comunistas que en el resto del mundo cayeron en una total irrelevancia, cuando no desaparecieron completamente —incluyendo a algunos de venerable trayectoria como el italiano, y la mayoría de los PC latinoamericanos—el PC chileno muestra una razonable buena salud. Por cierto, no es la fuerza con la presencia masiva de los años 60 y 70, pero, a pesar de la feroz represión durante la dictadura militar, el PC se las ha arreglado no sólo para sobrevivir, sino también para continuar siendo un actor político que no se puede ignorar.
¿Cómo explicar esta obstinada presencia de los “rojos”? Algo que sin duda debe exasperar a unos cuantos que apostaban a su desaparición. Al revés de otros partidos comunistas que fueron fundados por el impacto de la Revolución Rusa o en algunos casos, bajo directa participación de agentes de la Internacional Comunista (el libro Falsos pasaportes de Charles Plisnier entrega una fascinante descripción del trabajo de los revolucionarios profesionales, principalmente en el período entre las dos guerras mundiales), el partido chileno fue realmente un producto nacional. Fundado como Partido Obrero Socialista en 1912, es decir con anterioridad a la Revolución Rusa, cambió su nombre a ‘Comunista’ sólo en 1922. Sin embargo, y esto es lo paradojal, a pesar de su origen muy criollo, el PC chileno se distinguiría por su innegable seguidismo respecto de las posiciones del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Este pro-sovietismo incluso en alguna oportunidad lo colocó en contradicción con sus propias propuestas programáticas. El caso de la invasión a Checoslovaquia por parte de la URSS en 1968 es un caso ilustrativo. Sólo semanas antes del fatal desenlace del experimento checo, el PC chileno comentaba favorablemente el concepto de “socialismo con rostro humano” que se estaba dando en ese país. Esa noción de socialismo, con apertura y pluralismo era el que el PC proponía también para Chile y que luego se plasmaría en la noción del socialismo “con vino tinto y empanadas” que fue el sello característico de la experiencia del gobierno de la Unidad Popular. Sin embargo, el PC chileno—apartándose en esto de otros partidos de la izquierda chilena de entonces—justificó y defendió la invasión a Checoslovaquia bajo la excusa de que se hacía en defensa del socialismo. Por cierto, nunca sabremos si esa invasión hizo abortar una posibilidad renovadora que a la postre podría haber salvado a ese socialismo o si en los hechos dejó al descubierto la debilidad interna del llamado socialismo real que sólo podía mantenerse sobre la base de una estructura política autoritaria, la que de todos modos colapsaría en un plazo de poco más de veinte años.
Para la militancia comunista de esos años de auge de la izquierda en Chile y en gran parte del mundo, esos problemas que surgían de vez en cuando no alteraban su visión de que la “rueda de la historia” no podía ser detenida: se marchaba hacia el socialismo, y más aun, en esa marcha la URSS, a nivel global, y los comunistas, en sus respectivos países, serían los principales protagonistas. En ese contexto, esa visión “sovietista” no era de sorprender, desde pequeños gestos: las celebraciones del aniversario de la URSS en el Teatro Caupolicán (este autor estuvo en una de ellas y como muchacho apenas quinceañero, quedó muy impresionado) o el gran actor Roberto Parada, cantando con su voz grave el himno soviético traducido al español (“Unión irrompible, de libres repúblicas / Rusia la grande por siempre formó…” decía en su estrofa inicial, palabras que hoy suenan un poco irónicas en vista de lo ocurrido).
“En el futuro la gran contradicción va a ser entre los comunistas y los ex comunistas” comentaba alguien que había sido parte de “la Jota” y que, como el autor de esta nota, había sido marginado por ser parte de una tendencia interna (la Disidencia Comunista, o Discom, que había surgido entre 1968 y 1969). Las cosas no fueron exactamente como ese ex camarada decía, pero, eso sí, la experiencia de militancia comunista ha dejado importantes marcas en muchos, para bien y para mal. Resulta irónico recordar que, en esos tiempos, los que pasaban a ser “ex comunistas” para la militancia se transformaban en “renegados”. En más de una ocasión me tiraron el insulto, irónicamente, por parte de algunos que con el correr de los años se convertirían ellos mismos en “ex camaradas”, y—eso sí—en reales renegados, porque se han prestado para atacar a su vieja tienda desde la derecha, desplegando un renovado y reforzado arsenal anticomunista.
Atrás han quedado ahora esas largas horas de conversación en la cafetería del viejo local de “la Jota” en Avenida Matta 832 (allí hay ahora un negocio de reparación de automóviles), instancias que remarqué en mi libro Entre Lenin y Lennon – La militancia juvenil de los años 60 (Mosquito Comunicaciones, 1996). Muchos de esos antiguos camaradas han engrosado también las filas de los “ex”, otros han muerto. Quedan sin embargo los recuerdos de esos años en que se era no sólo militante, sino parte de una suerte de fraternidad—o secta dirán otros en forma más sentenciosa—en que ser comunista era algo especial: “Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo” escribió Neruda en la última estrofa de su poema “A mi partido”; y en efecto, en la práctica del PC había algo un poco metafísico en la referencia a la que al fin de cuentas no era más que una organización de seres humanos con sus virtudes y defectos. “El Partido no se equivoca, camaradas…” se oyó decir a algún dirigente en más de una ocasión—una suerte de infalibilidad similar a la del Papa, si se la analiza con atención.
Por cierto, el PC de hoy no es el de esos años de mis tiempos juveniles. La dictadura diezmó las filas de los miembros de entonces. Por otro lado, a pesar de las diferencias surgidas, con algunos de esos ex camaradas mantuve una auténtica amistad. La Unión Soviética, la “Patria del Socialismo” que muchos jóvenes militantes entonces ansiaban conocer, pero que al final sólo se conformaban con leer sus revistas y ver sus películas, se derrumbó sin pena ni gloria. El socialismo en la Vieja Europa desapareció también. Este autor sólo conoció—como turista por unos pocos días—Berlín Oriental, capital de la entonces RDA, cuando la otrora admiración militante ya se había convertido más bien en curiosidad y si había algo que admirar era la belleza de algunas de las muchachas de la Juventud Libre Alemana, la organización juvenil del partido gobernante, armando unos stands en un parque y, por cierto, una buena cerveza para contrarrestar el calor del verano.
¿Podría un comunista ser presidente de Chile? Preguntaba un amigo durante una tertulia en un café de Montreal hace unas semanas. ¿Por qué no, respondí? Por cierto, en principio, no hay impedimento para que alguien del PC llegue a la presidencia, el problema lo ponen los prejuicios y el anticomunismo patológico que aun perduran y que seguramente jugaron un rol contra Daniel Jadue. Como observador a la distancia, sin embargo, no tendría duda en considerar a Camila Vallejo como una legítima aspirante a tal puesto, ella ha tenido un gran desempeño como ministra y destaca como líder; o también a Karol Cariola, a juicio de este observador, una de las figuras jóvenes más brillantes no sólo del PC sino de la política chilena actual.
“Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético” escribió Neruda en otra estrofa de su poema “A mi partido”—claro está, no hay que olvidar que malvados hay en todas partes, también en el partido de Neruda, después de todo se trata de entidades humanas. Pero también hay que tener presente que en el PC hubo y sigue habiendo gente muy valiosa y en una apreciación muy personal, en tiempos de crisis de propuestas programáticas y liderazgos sólidos, no me sentiría sorprendido si en la próxima elección presidencial hubiera que dar el voto a militantes del viejo PC como las mencionadas. En verdad sería más bien un honor, porque además estaría contribuyendo a un cambio generacional en los liderazgos de la izquierda tradicional.
Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)
Hugo Bauer says:
Interesante artículo, la historia del paragua, ya la conocía. Pero algunos puntos de la dependencia del PC-Chileno a la entonces USSR. El PC-chileno, fué el
primer partido comunista fuera de la órbita soviética, que justificó, la invasión de Checoslovaquia para acabar con la «primavera de Praga». Poco después, el gobierno declaró, que le darían asilo político a personas checoeslovacas, que habían logrado escapar de la invasión. El PC chileno protestó enérgicamente. Una vez llegó de visita a Chile, el entonces alcalde de Berlin occidental (y posteriormente Canciller Federal de la RFA) Willy Brandt. El PC chileno lo declaró «visita no grata» y llamó a demostraciones contra el. Personalmente yo tuve una interesante experiencia a fines de los 60. Por una beca, yo estudiaba en la Universidad Técnica de Zürich. Ahí participé voluntariamente en un proyecto estudiantil que me llevó a vivir casi 3 meses en la entonces comunista Polonia (el dictador de turno era un Sr. Gomulka). Bueno, lo que ví y viví ahi, la pobreza, la corrupción desforada y sobre todo la opresión, me dejaron vacunado contra el comunismo para el resto de mis días. Cuando conversabamos con un grupo de polacos, nunca nadie de ellos hablaban de política, pero hablando con uno sólo despotricaban contra el régimen. Una vez le pregunté a uno, porqué era así y me dijo muy sencillo, si estás con un grupo de polacos, tu nunca sabes, si alguno de ellos es un soplón de la policía política y si te delata que hablastes mal del régimen estás jodido para el resto de tus días.
Renato Alvarado Vidal says:
Hasta donde yo entiendo, la razón de ser de mi viejo partido no es obtener cargos dentro de la administración pública, sino ser la herramienta para que los trabajadores eleven su conciencia de clase y su capacidad organizativa, tarea que en este momento no está cumpliendo.
Es la clase trabajadora quien debe ostentar el poder, no necesariamente el Partido.
Si el Partido se constituye en vanguardia, será un honor ganado por méritos y espero que así sea, pero no puede usurpar el sitial que corresponde al pueblo organizado.
Lo que pude ver en la URSS en 1986 fue que el PC y el aparato administrativo, el Estado, se habían fundido en una sola entidad y que la organización de poder popular, el Soviet, no cortaba ni pinchaba. En mi opinión, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se derrumbó tan sin pena ni gloria porque dejó de ser soviética.