Desafíos políticos en Chile: Incertidumbre y contradicciones en un contexto de crisis institucional
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Un análisis detallado de la situación política actual en Chile da lugar a una creciente preocupación. La prolongada crisis política e institucional desatada en octubre de 2019 parece no contar con una solución clara a la vista. Un ejemplo notorio que refleja esta inquietud es el caso de Miguel Crispi, actual Jefe de Asesores del Segundo Piso de La Moneda, quien mantiene una actitud de «rebeldía» al negarse a comparecer ante la comisión investigadora encargada de examinar el Caso Convenios, relacionado con Revolución Democrática. Esta situación plantea una notable contradicción, dado que Crispi había participado activamente en diversas comisiones investigadoras en el pasado, lo que contrasta con su aparente resistencia cuando se trata de una investigación dirigida hacia su persona. Esta falta de «coherencia» resulta alarmante y plantea interrogantes significativas sobre la transparencia y la rendición de cuentas en el ámbito político.
La situación de Crispi no solo suscita cuestionamientos sobre su propia conducta, sino que también arroja luz sobre una cuestión más amplia en la política chilena: la percepción de que las élites políticas pueden estar exentas de rendir cuentas. El comportamiento de Crispi refuerza la necesidad de establecer y aplicar normas claras y consistentes en materia de transparencia y responsabilidad en la esfera política. La ciudadanía espera que sus líderes políticos establezcan un ejemplo de integridad y ética, y las situaciones como la que involucra a Crispi solo socavan la confianza en el sistema político y sus instituciones.
No obstante, todo este escenario se ve agravado por el respaldo que Crispi ha recibido tanto del Ministro de Justicia, Luis Cordero, como del propio Presidente Gabriel Boric. El argumento de defensa del ministro Cordero, en el que Crispi no es considerado un «funcionario público» a pesar de su labor en el Palacio de La Moneda y su participación en la formulación de políticas públicas, plantea una seria preocupación. Esta postura puede dar la impresión de que aquellos que ostentan posiciones de poder no se sienten obligados a rendir cuentas por sus acciones. Esto resulta particularmente alarmante, ya que muchos miembros del Gobierno habían criticado en el pasado esa misma actitud en la derecha política y el sector empresarial. La percepción de una doble vara de medir en materia de rendición de cuentas socava la confianza en la transparencia y la integridad del gobierno, minando la credibilidad de las promesas de cambio y progresismo.
En virtud de lo anterior, la cuestión trasciende el caso individual de Crispi para convertirse en un asunto más amplio de cómo se maneja la ética y la responsabilidad en el ejercicio del poder. La falta de claridad en la definición de quién es considerado un «funcionario público» y quién no, junto con el respaldo de figuras prominentes en el Gobierno, plantea preguntas fundamentales sobre la integridad y la equidad en la administración pública. En un momento en el que se esperaba un mayor énfasis en la rendición de cuentas y la transparencia, este escenario pone de manifiesto la importancia de mantener un estándar uniforme y riguroso en la aplicación de los principios éticos y legales en todos los niveles del gobierno, independientemente de la afiliación política de los implicados.
En lo que respecta a la situación económica del país, se vislumbra un panorama preocupante que ha generado inquietudes generalizadas. El anuncio del Ministro Mario Marcel de la intención de contraer una deuda de 21 mil millones de dólares para el próximo año ha suscitado una serie de cuestionamientos y desencadenado un debate acerca de la salud financiera del país. La proyección de que la deuda pública alcance el 41.1% del Producto Interno Bruto (PIB) es motivo de alarma, dado que una deuda pública creciente puede ejercer una presión adicional sobre las finanzas nacionales y limitar la capacidad del gobierno para financiar programas esenciales y servicios públicos.
Adicionalmente, la perspectiva de que la deuda neta alcance el 38% para el año 2028 debido a la disminución de los recursos del tesoro público representa un desafío importante. El requerimiento del Consejo Fiscal Autónomo para que el Ministro Marcel brinde una explicación detallada sobre cómo planea utilizar los fondos que busca adquirir genera vacilación en cuanto a la coherencia y efectividad de la estrategia económica del Gobierno. Esta falta de claridad y transparencia en la gestión de los recursos públicos y el manejo de la deuda pone en tela de juicio la sostenibilidad y la viabilidad a largo plazo de la política económica implementada. La ciudadanía espera que el Gobierno sea capaz de garantizar la estabilidad financiera y el crecimiento económico del país, y la actual situación económica plantea interrogantes sobre la capacidad de las autoridades para cumplir con esta responsabilidad en medio de un entorno económico incierto.
En este contexto, es crucial que el Gobierno aborde de manera efectiva los desafíos financieros actuales y futuros. La decisión de contraer una deuda sustancial debe ir acompañada de una estrategia clara y de medidas concretas que aseguren que estos recursos se utilicen de manera eficiente y en beneficio de la población. La falta de transparencia y la percepción de opacidad en la gestión financiera pueden erosionar la confianza de los ciudadanos en las políticas gubernamentales y socavar la estabilidad económica. En consecuencia, es fundamental que el Ministro Marcel y su equipo proporcionen una explicación sólida y detallada de cómo pretenden utilizar los fondos solicitados, demostrando así su compromiso con una gestión responsable de los recursos públicos y una economía sostenible.
Por otro lado, la posibilidad de que el próximo gobierno en Chile adquiera una orientación de tendencia derechista se erige como un tema de significativa relevancia en el actual panorama político. Sin embargo, la falta de un proyecto de país claramente definido dentro del espectro político de la derecha plantea una serie de cuestionamientos que merecen abordarse con rigor analítico. Es plausible argumentar que el triunfo de esta corriente política podría no estar necesariamente vinculado a la presentación de un proyecto político innovador, sino más bien a la carencia de alternativas novedosas en el escenario político. La derecha ha demostrado en el trabajo en la Convención Constitucional que no tiene ningún interés en modificar el estado actual de cosas; lo peor de todo es que ha sido protagonista de generar un texto constitucional aún más conservador que la actual Constitución de 1980, con el apoyo de todos sus partidos políticos, incluido la derecha “liberal” objetivada en Evopoli. En consecuencia, la persistente incertidumbre que rodea tanto el rumbo político como la configuración de políticas futuras suscita una legítima impaciencia, especialmente en lo que respecta a la posibilidad de que el statu quo se mantenga sin experimentar modificaciones sustanciales. Este escenario resulta aún más intrigante a la luz de los eventos recientes, recordando que el «estallido social» ocurrió tan solo cuatro años atrás, lo que subraya la rapidez con la que la política y la dinámica social pueden cambiar en una sociedad en constante cambio.
En suma, la falta de un proyecto político definido dentro de la derecha chilena refleja una preocupación más amplia en relación con la consolidación de la democracia y la capacidad de los partidos políticos para proporcionar una visión coherente y atractiva a los ciudadanos. Un panorama político en el que el triunfo de una fuerza política se sustenta en la ausencia de alternativas sólidas puede socavar la calidad del debate democrático y debilitar la confianza de la ciudadanía en el sistema político en su conjunto. En este contexto, es esencial que los partidos de derecha y, de hecho, todas las fuerzas políticas, aborden de manera proactiva el desafío de desarrollar proyectos políticos sólidos y coherentes que atiendan las demandas y necesidades de la sociedad, y que respondan de manera efectiva a las complejidades y dinámicas cambiantes de la política chilena.
Fabián Bustamante Olguín –
Doctor en Sociología, Profesor e Investigador del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo.
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Gino Arturo Vallega says:
En un país de altísima corrupción en TODO SENTIDO, que la población espere de las autoridades un ejemplo de acción, es ridículo; no olvidemos que esa población eligió por 2 períodos a un reconocido ladrón que se salvó de la cárcel por Pinochet.
No se trata de una manzana podrida….todas lo están en la política, que actúa para salvar el propio pellejo sin importarle la suerte del país. Crispi o no Crispi, con lo robado por los milicos todos y las municipalidades del barrio alto y demás, cualquier búsqueda de honradez en los cuadros políticos, es futil.