Los chilenos del exterior, también existen…
Tiempo de lectura aprox: 8 minutos, 3 segundos
Las conmemoraciones del 50º aniversario del golpe militar ya han pasado, tanto en Chile como en el resto del mundo. Señalo esto porque probablemente en cada rincón del planeta donde ha habido chilenos de esa generación de los años 70, “la generación del exilio”, la fecha ha tenido una especial resonancia. Se ha conmemorado no sólo la pérdida de ese proyecto político que uno abrazó lleno de fervor en esos años juveniles, sino, también, haber perdido las vivencias del país al cual todavía esa generación menciona como “el país de uno”. De cierta manera es también un país al cual uno se relaciona de manera ambigua: conozco a personas que, habiendo sufrido prisión y tortura, decidieron separarse para siempre de él, como si nunca hubieran nacido y vivido allí. Para otros, en cambio, sigue siendo su marco referencial emocional: sus casas se adornan con fotos, imágenes y banderas del país lejano. En Chile, para ser franco, las cosas no las hacen muy fáciles para los emigrados, sobre todo cuando hay que lidiar con los incontables vericuetos que hay que sortear para cualquier trámite cuando uno está allá: que la clave única, que el RUN, que el carnet de identidad ya no está al día, y—sobre todo—que “esto hay que firmarlo ante notario” (los notarios de Chile deben ser algo así como una cofradía que custodia secretos de todos).
Súmese a ese peso institucional de la burocracia chilena, el resquemor que algunos sienten hacia los chilenos del exterior, especialmente por parte de más de algún pelafustán con un poco de poder. Permítanme dar un ejemplo que me tocó de cerca, pero estoy seguro de que casi todos quienes visitan el país como emigrados han pasado por experiencias parecidas. A comienzos de 2023, uno de esos jefes del Servicio Nacional de Migraciones que usa el rimbombante título de Jefe del Departamento de Productos Digitales y Gestión, de la Dirección de Operaciones, seguramente “apernado” desde los tiempos de la dictadura, le rechazó a mi señora su extensión de permiso como turista al pasarse de los 90 días. Al final el asunto se arregló a otro nivel y pudo salir sin problemas y sin pagar multa, pero lo que nos quedó en claro fue el resentimiento del tipo que hizo el rechazo. Todo esto agravado por el hecho que ese sujeto actuó de manera ilegal ya que en su nota de rechazo escribió: “Para poder continuar con el análisis de su solicitud de prórroga de permanencia transitoria, dado que usted es nacida en Chile, debe adjuntar Certificado de pérdida de nacionalidad Chilena.” Argumento ilegal de parte del burócrata ya que hace unos 20 años que, incluso con reforma constitucional, se dejó en claro que si uno toma la ciudadanía de otro país ello no implica la pérdida de la chilena, ni siquiera en casos donde el nuevo país pone como requisito renunciar a la nacionalidad anterior (Estados Unidos tiene ese requisito, así como algunos países europeos, pero no Canadá). Es perfectamente legal en Chile, como en muchos otros países en este mundo moderno, tener doble nacionalidad. No sé si el burócrata en cuestión es simplemente un ignorante o lo hizo de mala fe, por tenerle inquina a los chilenos del exterior. Más bien me inclino por esto último, aunque también hay que recordar que en Chile ser ignorante puede que sea un requisito, no escrito, para ser jefe en la administración pública.
El poco aprecio por los chilenos del exterior se observa también en el ámbito de la política. Aunque después de largos años de gestiones en 2015 se consiguió el derecho a voto de los chilenos que residen fuera del país, ese logro no estuvo exento de obstáculos. Para algunos, no era pertinente que ciudadanos que residen fuera del país tuvieran la facultad de influir en políticas que no les van a afectar directamente; ese fue el argumento en contra más utilizado. Lo cierto es que hoy día numerosos países en todo el mundo permiten que sus ciudadanos residentes en el exterior voten en elecciones nacionales. En el caso chileno aun se mantuvieron ciertas restricciones para los hijos de chilenos nacidos fuera del país, a los cuales se les exige un tiempo de residencia en Chile antes de concederles la ciudadanía, requisito bastante inusual y que lleva a que muy pocos de esos chilenos tengan interés en pasar por él (para los jóvenes varones contiene otro elemento que lo desincentiva: podrían verse llamados al servicio militar obligatorio, lo que no les haría ninguna gracia).
Los chilenos del exterior además de demandar que se elimine ese requerimiento para los nacidos en el exterior, también han estado pidiendo que, como otras naciones entre ellas Italia, Ecuador y República Dominicana, tengan la oportunidad de elegir a sus propios representantes al Congreso Nacional. Esas propuestas que se habían incluido en el proyecto de la Convención Constitucional rechazado en 2022, no se contemplan en absoluto en el actual proyecto constitucional que ha sido redactado a gusto de la derecha. En términos realistas, lo más probable es que tales demandas no llegarán a concretarse ni siquiera en un mediano plazo. La generación de los 70, la del exilio, hará bien en descartar que alguna vez vayan a elegir a sus propios diputados o senadores. Lo que por cierto no significa que ello no vaya a ocurrir en un futuro más lejano, seguramente cuando la demografía del exterior haya cambiado lo suficiente como para que la derecha sienta que puede obtener beneficios en esa eventual representación parlamentaria de los chilenos del exterior. Las cosas como son, ¡para qué engañarnos!
No se crea, sin embargo, que esa visión de los chilenos del exterior como “bichos raros” frente a los cuales no se siente mucha simpatía, no alcanza también a algunos círculos de la propia izquierda. En más de una ocasión ha habido quienes han comentado con cierta molestia algunas de mis columnas, como diciendo “por qué este tipo, desde Canadá, nos viene a decir qué hacer aquí”. En los partidos políticos se da algo parecido. Probablemente es el Partido Socialista el que en la actualidad posee una estructura medianamente organizada a través de la mayor parte de los países donde se concentran las comunidades chilenas, esto es Europa occidental, algunos países de América Latina, Australia, Canadá y Estados Unidos. Organizaciones como el Comité Chile Somos Todos o La Red, aunque en los últimos años han visto sus respectivas membresías un tanto mermadas, continúan teniendo cierto grado de presencia en las comunidades del exterior. Organismos más especializados como aquellos que agrupan a mujeres, artistas, investigadores académicos, aunque a veces limitados a países o continentes, también mantienen cierta actividad.
Paradojalmente, este grado de actividad e interés por el país, que exhiben los chilenos del exterior, no es necesariamente apreciada entre los actores políticos del interior. En reuniones presenciales con dirigentes nacionales del Partido Socialista—como señalaba, probablemente el partido con más adherentes en la diáspora chilena—esas visitas de chilenos, notorias especialmente en los meses del verano austral cuando es invierno en el hemisferio norte y los chilenos de allí buscan escapar de la nieve y el frío, son recibidas con lo que pudiéramos llamar una “cortés, pero a la vez, discreta bienvenida”.
Lo que sucede con estos viejos militantes podría quizás compararse a esas reuniones familiares a la que llega algún abuelo o tío-abuelo y empieza a hacer intervenciones que incomodan a más de algún miembro de la familia: van a llamar por el nombre de la ex señora a la nueva mujer de alguno de sus sobrinos, o van a tener la mala idea de recordar algún negocio oscuro del marido de otra de sus sobrinas. Similarmente, estos viejos militantes, veteranos del 73, empiezan a hablar del “imperialismo” por ejemplo, término que, aunque presente en el himno del Partido Socialista (“contra el pulpo del imperialismo / que a los pueblos desea atrapar…”) mucha de la militancia y dirigencia actual ve esa estrofa más bien como una licencia poética sin mayor relevancia, no algo que haya que tomar al pie de la letra. Qué decir de cuando esos veteranos hablan de la burguesía (algunos militantes jóvenes piensan que esos militantes forasteros están traduciendo del francés: la bourgeoisie, a lo mejor estos chilenos del exterior todavía hablan de la Revolución Francesa, se preguntan…) Por cierto, en el nuevo lenguaje de algunos en la izquierda, eso de “burguesía” suena un tanto “demodé”, prefieren simplemente referirse a los empresarios o la clase empresarial, y que para ellos tampoco hay que demonizar (si hasta unos cuantos socialistas se han incorporado a sus filas entonces el empresariado no tiene por qué ser tan malo, razonan en esa nueva izquierda).
Un ejemplo muy ilustrativo de esa nueva manera de mirar al imperialismo y al empresariado se dio en esos años de la Concertación cuando, en respuesta a ciertas alegaciones contra la cadena de comida chatarra McDonald’s, un alto funcionario gubernamental, y destacado socialista, se fue a servir un Big Mac para solidarizarse con la transnacional y desmentir a los que habían criticado la calidad de sus sándwiches. Gesto que sólo denotó la ignorancia o mala fe del comedido personaje: aquí en Norteamérica McDonald’s es sinónimo de comida barata y de mala calidad, preferida por gente que no tiene cómo acceder a mejor alimentación, estudiantes un tanto cortos de dinero o algún turista desubicado. Eso sí, sus baños son generalmente limpios, por lo que, como alguien ha dicho, McDonald’s es un lugar donde más vale “depositar” que “girar”; pero en cuanto a sus hamburguesas, en un análisis al azar de sus contenidos hecho en Estados Unidos, se encontró en ellas hasta trozos de cartón…
Volviendo a nuestro tema, así, los viejos militantes, exiliados quizás no del país sino de un tiempo que ya no existe más que en su imaginación y memoria, harán sus peregrinajes por los viejos lugares que entonces les eran familiares, los locales partidarios o sindicales, los cafés y boliches de la bohemia sesentera o los bares del barrio; hoy muchos de ellos desaparecidos. Torres de oficinas o condominios los han reemplazados.
Habrá, por cierto, los encuentros con otros compañeros de esa misma generación, juntos beberán alguna botella de vino mientras harán recuerdos de las propias experiencias del exilio: los que fueron a parar a la RDA contarán cómo se encontraron con que los dirigentes del partido alemán pensaron que era bueno que esos exiliados, especialmente los provenientes de la entonces llamada pequeña burguesía, se “proletarizaran” y entonces los mandaron a trabajar en fábricas, para el horror de aquellas y aquellos aspirantes a princesas o príncipes de la revolución, que siempre habían sentido gran solidaridad con la clase obrera desde sus cómodas posiciones de clase media, pero que, claro, eso de convertirse ellos mismos en clase obrera, no les hizo la menor gracia.
También estarán los que, como quien escribe esta nota, estuvieron a punto de marcharse de Argentina a Rumania, sólo para que en una segunda visita el funcionario de la embajada anulara la visa porque el portador estaba en la facción socialista que el partido rumano y por ende el gobierno de Nicolae Ceausescu no reconocía, tarea un tanto compleja también en esos años en que al menos cinco diferentes entidades políticas llevaban el nombre de Partido Socialista.
Habrá a lo mejor tiempo para hacer balances de lo mucho que se hizo en el exilio, y destacar algo que no siempre se ha remarcado lo suficiente: la gran producción cultural de los exiliados. Libros de novelas, poesía, ensayos o crónicas, películas de ficción y documentales, piezas de teatro, música de variados géneros, artes visuales de mucha diversidad de estilos, en fin, un aporte sin duda importante, por cierto, más allá de las evaluaciones críticas que se puedan hacer de todas esas creaciones. En todos esos casos hubo el interés de expresar el sentir y las reflexiones que la inédita experiencia del exilio despertaba en los chilenos del exterior.
Los chilenos del exterior también pudieron forjar importantes lazos con las sociedades que los recibieron y en algunos casos incluso llegaron a desempeñar roles políticos en ese nuevo país. Canadá, un país y un pueblo que desplegó una gran solidaridad con los exiliados chilenos, cuenta hoy día con una diputada y ministra federal de origen chileno, a nivel provincial hay otro chileno diputado en la legislatura de Quebec y hubo otro en Alberta. Toronto, la mayor ciudad del país, alberga también a la mayor comunidad de chilenos, Montreal, Vancouver, Ottawa, Edmonton y Calgary son otros centros urbanos con significativa presencia chilena y donde la solidaridad canadiense se hizo presente de manera muy generosa también. Esto es algo que hay que resaltar, aunque no se trata tampoco de entrar en una pueril competencia de quién fue más solidario: tanto pueblos latinoamericanos con quienes nos conocíamos por estar en el vecindario, como sociedades con las que podíamos tener poco en común como las de Suecia o Finlandia fueron también enormemente solidarias y no es sorprendente que los chilenos de la generación exiliada sientan también cierto orgullo y cariño al hablar de sus países de acogida cuando se reúnan nuevamente en torno a una copas en el verano chileno. También quien escribe esta nota brindará por este, el país de la hoja de arce cuya solidaridad fue tan impactante en la vida de quienes tuvieron que salir de Chile y anclarse aquí. Por lo demás, hasta hay más de algún parecido entre Chile y Canadá en cuanto a cómo enfrentamos ciertas cosas, así, en una frase atribuida al ex presidente Ramón Barros Luco se dice “los problemas de Chile son de dos tipos: los que se arreglan solos y los que no tienen solución”; el historiador canadiense A.R.M. Lower, por su parte, escribió: “Canadá es un país cuyos principales problemas nunca se solucionan” (My First Seventy-Five Years, 1975; citado en Colombo’s Concise Canadian Quotations, 1976).
Por cierto, en esos encuentros no faltarán esta vez los recuerdos de cómo, a 50 años de ocurrido, la generación de los exiliados conmemoró con emociones y a veces sentimientos encontrados esa fecha que—eso sí, en esto todos estarán de acuerdo—cambió también sus vidas, “de golpe”, si pudiéramos decir.
por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)
Patricio Serendero says:
Gracias Sergio Martínez, a quien conozco desde Canadá.
Sin duda que los exilados chilenos del 73, muchos de ellas y ellos militantes de los partidos de la UP, desparramados por todo el mundo fueron un enorme apoyo a la denuncia de la Dictadura. Organizados en todos los países donde llegamos, se juntaba dinero de todas las formas posibles para ayudar las organizaciones políticas y sindicales que luchaban en el Interior.
Toda una generación de jóvenes perdida para colaborar potencialmente al desarrollo del país, del que ahora debían huir por el solo pecado de sus ideales. Sindicados como enemigos mortales de un regimen de terror y muerte. Alejados físicamente por largos años de sus familiares a quienes no podían visitar por temor a los esbirros del regimen asesino. Ni siquiera cuando uno de ellos fallecía. Para algunas y algunos significó literalmente tener que rehacer sus vidas desde cero, esta vez sin la ayuda de familiares y amigos. Muchos con problemas mentales productos de la tortura y prisión en el caso de los que fueron saliendo un poco más tarde. Discriminados, como es más o menos discriminado normalmente cualquier extranjero en pequeñas o grandes cosas. A menudo acusados de no haberse quedado a «ponerle el potito a las balas» por los camaradas que quedaron en Chile, en el caso de aquellos que eran militantes de los partidos de la UP. En fin.
Casi todos superaron el difícil proceso de adaptación a otra cultura con otra lengua. Esta última, una verdadera barrera inicial para comunicar.
El aporte de los que volvieron posteriormente al país también ha sido un contributo no despreciable en un país cuyo conocimiento de la realidad exterior es escaso. Contributo que en general pasó desapercibo, excepto el de algunos políticos que volvieron para volver a apernarse en el aparato del Estado. En el PS hubo unos cuantos de esos. Otros no volvieron. La segunda generación echó raíces familiares en los países de adopción. Los abuelos no resisten estar sin sus nietas y nietos.
Emigrantes. Una vida de muchas esperanzas frustradas y por eso difícil de superar. Incomprensible para quienes no la vivieron.
Hugo Bauer says:
Muy interesante artículo que me atañe totalmente, ya que yo he pasado la mayor parte de mi (larga) vida en distintos países extranjeros. Salí de Chile en 1964 gracias a una becaque obtuve para estudiar ingeniería en Suiza (país de mis antepasados paternos) Algunos puntos. Yo tengo 3 hijos y 6 nietos, todos nacidos en el extranjero (salvo una nieta que nació en Chile). Todos tienen la nacionalidad chilena y la Suiza . En la antigua Constitución del 1925 decía entre otras cosas, «hijos de chilenos nacidos en el extranjero, serán chilenos, por el sólo hecho de avecindarse en Chile» esta era una frase bastante elástica ya que no especificaba en ninguna parte que significaba exacamente «avecindarse» en Chile. Para mis hijos bastó, que demostrara que habían estado alguna vez en Chile y habíamos estado varias veces de vacaciones den Chile. Para mis nietos no fue necesario, fueron inscritos sin mayores trámites.
Votos de los chilenos en el extranjero: Aquellos que argumentan que nosotros votamos en el extranjero, pero no «sufrimos» las consecuencias de nuestro voto, para ser franco, no dejan de tener razón. Yo tengo mi circunscripción electoral en el consulado chileno » mas próximo» (Frankfurt). Bueno, pero nuestros votos son mas bien algo simbólico, que no tienen ninguna relevancia. Leí, en alguna parte, que en todo el mundo habían 1.030.000 chilenos. Para el plebiscito del año pasado, estaban inscritos en el padrón electoral del extranjero según recuerdo 83.000 personas o sea menos del 1% de los votantes y de ellos, menos de la mitad fueron a votar. Ejercer el voto en el extranjero no es tan fácil ya que se puede votar tan sólo en los consulados chilenos y no hay muchos. Aquí en Alemania hay 4, lo que es bastante. En Francia por ejemplo sólo 1 en Paris. O sea cualquier chileno que viva en el sur de Francia por ejemplo si quiere votar, tiene que viajar a París, lo que demanda un gran cantidad de tiempo y dinero. Un caso extraño, fue en el plebiscito. pasado en Suiza. En ese pequeño país, había un sólo posible lugar para votar en Berna. En Ginebra si vivía la Sra Bachelet y unos cuantos chilenos funcionarios de la distintas organizaciones internacionales. Bueno Ginebra queda tan sólo 126 Km de Berna por una excelente autopista (sin TAG!!) o bien continuas comunicaciones ferroviarias en los excelentes, rápidos y puntuales ferrocarriles suizos. Pero como eso era demasiado para la Sra. Bachelet, el gobierno arrendó un local Ginebra (a costa de los imponentes por supesto), para que ella y los pocos funcionarios internacionales pudieran ir cómodamente a votar.