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La Constitución del 80: después de todo no es tan mala

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Sobrevuela el territorio una sombra trágica: la posibilidad cercana de la entronización de una Constitución medieval a la que solo le faltaría un Torquemada, a pesar de que habría numerosos postulantes al cargo.

El avance dramático de la ultraderecha no ha encontrado una respuesta adecuada desde quienes deberían ser no solo el muro de contención de esa gente inhumana, sino que los obligados por discurso, principios e historia, a levantar la más férrea unidad popular en contra del avance de un sector que no vacilará en fusilarte sin las cosas se les dan mal.

De discursos aguachentos y sin ideas, mucha gente está aburrida, hastiada y comprensiblemente desesperanzada.

Lo hemos dicho en más de una vez: en el avance arrollador de la ultraderecha, los únicos culpables han sido los partidos, dirigentes y movimientos que se proponen este mundo y el otro, pero que en la práctica se han dedicado a organizar desfiles y mítines higiénicos y formales, afianzando y legitimando el actual orden.

Esa izquierda no ha sido capaz de hacer calzar el derrotero actual de la historia con las teorías. Algo no entra. Algo no calza. Algo omitieron los clásicos de la revolución que no aparece en los manuales.

La pregunta, una de miles, es si en verdad se ha llegado a la conclusión de que el sistema es imbatible, único e inevitable. Y que no hay fuerza capaz de proponerse superar este medio siglo gris amargo en el que se ha impuesto la traición, además del odio, la explotación, el desprecio, la marginación y el exterminio.

Vea que, en efecto, luego de los fastos con que se conmemoró el año 50 de esta época trágica, luego de los desfiles, pancartas, pañuelitos, banderas, puestas en escena, conciertos, declamaciones, de mucha nostalgia y pena por los que cayeron, hay que decir con pesar y amargura, que no quedó nada.

Una rosa mustia pende de una grieta en la base del monumento a Salvador Allende, hasta donde llegan los turistas a fotografiarse, mientras un guía entrega una versión descafeinada de su gesta.

Luego del once de septiembre de 2023, el mundo siguió andando y los criminales se anotaron otro punto en su estrategia de olvido y negación.

Habrá que reconocer que la izquierda, prácticamente toda la de rango institucional, y muchas organizaciones gremiales y sindicales e instituciones de heroico recuerdo, fueron domesticada por el enemigo

Suena duro. Es duro.

Y en ese envión de medio siglo el enemigo de la gente ha ganado la guerra estratégica: la guerra de las ideas. Es decir, ha logrado imponer su concepto de cultura, su hegemonía.

Lo que parece ser una visión pesimista del momento, es mucho más que eso. Es una visión pesimista de medio siglo de insistir, sospechosamente habría que decir, en todo aquello que no ha servido.

A contrario sensu, ha hecho retroceder.

Preguntémonos: ¿En qué se avanzó, qué se ganó, cuanto se creció en dirección a una idea contrahegemónica en esta pasada de conmemoración/celebración del cincuentenario de la asonada cobarde?

Hace tiempo lo decíamos en el dominio ácido de la ironía: en un tiempo más las generaciones de renuevo dudarán de que hubo algo llamado dictadura alguna vez.

Hoy, bajo este cielo nublado de octubre, solo un tercio de los habitantes vivían ese martes once, nublado y con Hawker Hunters.

En breve, habrá que creerles a los historiadores de los ganadores. Como ha sido siempre.

Resulta una paradoja aleccionadoramente vergonzosa que, llegado el momento, se tenga que optar por la Constitución del tirano para salvar algo de las garras funestas de criminales, extremistas y fanáticos.

Y cuando gane el rechazo, de hacerlo, y la constitución medieval sea derrotada por su impronta desfachatadamente extremista e inhumana, agreguemos: en el mejor de los casos, habrá que sacar batucadas, pañuelitos, banderines y dirigentes para celebrar.

Después de todo, habrá ganado la Constitución de Pinochet, la que, según los que han gobernado en este medio siglo de oprobio, no es tan mala si se le mira de cerca.

 

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 

 

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