El valor patrimonial del vino chileno: la poesía de Alas de Parra
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Septiembre es el mes en que los chilenos comunes más se acercan a algunas de las tradiciones campesinas, como un brote que advierte la primavera. Algo de carnaval se presenta en las Fiestas Patrias justificando el motivo para comer y beber celebrando aquello que nos parece propio. Algunos con sentido del humor se refieren a este mes como «sedtiembre». Esto tiene cierta lógica, por una parte los carnavales se caracterizan por la desinhibición, y por otra, es bien sabido que para una buena digestión es conveniente beber una copa de vino.
La historia del vino chileno es contundente, aunque nos faltan relatos significativos que desarrollar para una épica cultural, un signo al respecto es que entendemos las fiestas y la buena alimentación acompañadas de este fruto privilegiado de nuestros campos, pues esta bebida adquiere cierto protagonismo en una parrilla que se precia acogedora a los comensales y contertulios congregados a una celebración. En estas fiestas es también cuando mayor importancia adquiere el vino campesino auténtico de nuestras tierras fértiles y generosas con las parras.
Un referente geográfico importante -no el único- es el Itata que en estos últimos años ha logrado reinstalar una creciente identidad vitivinicultora reconocida por amantes y conocedores de esta manifestación cultural universal. En este valle, entre sus variadas cepas desde un criterio patrimonial destacan la País y Cinsault. Como bien lo saben Léster Rojas y Adrián Feliú el vino adquiere una importante connotación desde la valoración del terroir, de ahí la capacidad expresiva usando un tono lárico del terruño en un lenguaje poético expresan: «Fueron sus tierras llenas de historia y su riqueza agraria lo que lleva en honor el nombre Alas de Parra».
Alas de Parra produce exquisitos mostos con estas cepas patrimoniales mencionadas, pero también de otras como la no tan conocida Garnacha y de la muy conocida Cabernet Sauvignon habitualmente territorializada en el Valle Central. La visión de Alas de Parra se ve nutrida con la experiencia y sabiduría de José Urrutia y del enólogo Javier Romero. El proyecto releva la importancia de viñateros del Itata y logra una significativa representación propia de los vinos campesinos honestos. La experiencia de saborearlos, en algunos casos, es un viaje de reconocimiento a una bicentenaria herencia de parte de nuestra historia vinocultora.
Reconocer nuestra identidad con el estímulo a los sentidos es parte irrenunciable de una cultura del buen beber, como bien manifiesta la imagen de este equipo que trabajando en noches de luna pudo ver en estas centenarias parras la imagen de los brazos extendidos que ofrecen el cariño para compartirlo con los que ven en el campo, o si se quiere en la tierra, un lugar propicio para la existencia que encuentra cobijo en la convivencia en un rincón de nuestra extensa geografía, presente en sus danzas y tradiciones que brotan en este mes simbólico del sentir lo que somos no sólo desde la imagen típica del Valle Central.