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El vergonzoso día que la selección chilena venció a un rival fantasma

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Le ganaron a nadie. Sin rival enfrente, anotaron un gol ante una portería vacía y en una cancha donde semanas antes habían torturado y asesinado a prisioneros políticos. Todo, ante la mirada indulgente de la FIFA, que avaló el encuentro para beneplácito de la dictadura. El 21 de noviembre de 1973, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, un par de meses después del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende, se jugó el partido más vergonzoso de la historia. O quizás el más triste.

Poco antes de salir al campo de juego, los futbolistas chilenos no sabían que la selección rival, la Unión Soviética, no se presentaría a la cita. Era el partido de vuelta del repechaje para el Mundial de Alemania 1974. Ante la crisis que provocó el golpe de Estado, el equipo visitante decidió no acudir a la cita, por seguridad y para no ser cómplice de los usurpadores. De manera absurda, la FIFA, en acuerdo con la incipiente dictadura de Augusto Pinochet, decidió que el juego tenía que celebrarse a pesar de no contar con el representativo de la URSS.

No llegó la selección. Nos enteramos poco antes del juego que el rival no llegaría. Ni siquiera sabíamos que estaba el club Santos de Brasil para jugar después contra Chile. Pero me tocaba representar a mi país, así que nos vestimos y salimos al campo, recuerda Carlos Reinoso, el goleador chileno que triunfaba con el América de la liga mexicana.

Yo sólo era un futbolista que estaba en México, no me metía en política, pero tenía familia allá en mi país a los que sí les tocó vivir el golpe y sufrieron mucho, añade en entrevista con La Jornada.

Los dirigentes del futbol chileno de aquel entonces aseguraron que estuvieron esperando al equipo soviético hasta la hora del partido. Lo cierto es que los días previos hubo un clima de tensión e incertidumbre con la URSS. O de qué otro modo se explicaba que también fue convocado el Santos brasileño como rival emergente para jugar un partido ante la ausencia de la selección oficial.

Hasta el último minuto nosotros no sabíamos si por el túnel del estadio aparecería la Unión Soviética, insistió Alfredo Asfura, directivo de la federación chilena en esos años, para un podcast de Radio Ambulante.

Lo que vivieron los jugadores en los vestidores parecía una comedia del absurdo. Esperaban a un adversario que no llegaría y cuando no quedó más remedio que enfrentarlo, simularon un partido inexistente: se pasaron la pelota como si se tratara de una jugada ofensiva y le anotaron un gol a un adversario imaginario. Entre las figuras convocadas discutían cómo manejar de la manera menos bochornosa aquella situación.

El más crítico de todo el plantel era Carlos Caszely, abierto simpatizante del gobierno derrocado de Allende y que despreciaba la dictadura de Pinochet, expresó de manera descarnada lo que vivió. Esa selección hizo el ridículo más grande de la historia, dijo hace unos años en una entrevista con Radio Ambulante.

“Hubo una discusión tonta sobre quién sería el encargado de hacer el gol del honor, si el Chamaco Valdés o Carlos Reinoso. ¡Qué gol de honor! Si eso era una cosa absurda”, contó en otra ocasión Caszely.

El encargado de meter la pelota al arco vacío fue Francisco Chamaco Valdés, quien lo vivió de otra forma. Cuenta el autor de ese tanto que al llegar al Estadio Nacional para el remedo de partido se encontró en las gradas a un amigo futbolista, Hugo Lepe, defensa central y ex seleccionado de Chile.

Lepe fue uno de los miles de presos políticos que liberaron unas semanas antes para despejar la cancha y celebrar esa farsa. Chamaco Valdés lo había visitado en esas mismas plateas durante su cautiverio.

Casi me voy de espaldas porque al primero que vi en las gradas fue a Hugo Lepe, que hacía dos semanas había estado detenido ahí mismo, declaró Valdés en el documental Estadio Nacional, de Carmen Luz Parot.

Con ese gol simbólico que daba la clasificación a Chile al Mundial, yo quería darle una alegría a tanta gente que estuvo detenida, dice el Chamaco Valdés con un tono que se va apagando, a saber si por la vergüenza de lo sucedido o por la tristeza de aquel recuerdo infame.

 

Por Juan Manuel Vásquez

Fuente: La Jornada

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