50 años del Golpe Opinión e identidades Poder y Política

Hora de retomar los sueños inconclusos

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Cuando el presidente Salvador Allende cayó abatido por la traición militar inducida por el imperio norteamericano y la oligarquía nacional se detuvo un inédito proceso histórico admirado en todo el mundo que generaba alentadores sueños democráticos  del pueblo y la clase trabajadora, los que quedaron inconclusos el 11 de septiembre de 1973, pero al cabo de medio siglo transcurrido es tiempo de que las mayorías los recuperen y los retomen en busca de un Chile mejor.

Esos sueños populares apuntan a una democracia plena que acabe con la irritante desigualdad que imponen los poderosos y con la concentración económica que mantiene una minoría privilegiada, desequilibrios que vienen de la dictadura y que apabullan a la población que carece de recursos y que permanece en la indefensión en medio de una sociedad impertérrita.

Más temprano que tarde, sin duda, las grandes expectativas ciudadanas empezarán a concretarse, se consolidarán y se traducirán en cambios profundos a partir del término de la neoliberalización y del rescate de la trampa mercantil en que permanece el país secuestrado para instalar en su lugar el legado allendista que significa igualdad, solidaridad y justicia social.

Allende, cuya muerte acontecida hace 50 años se recuerda con emoción  este mes de septiembre, fue un demócrata  intransigente, un político consecuente a lo largo de toda su trayectoria, un socialista en el más noble sentido de la palabra y sus grandes objetivos fueron el bienestar  y progreso de los trabajadores y sus familias.

El líder socialista encabezó un proceso revolucionario que no se conocía en el país, que siempre estuvo en manos de la oligarquía. Explicaba que revolución no es sinónimo de violencia ni destrucción, sino que de un progreso acelerado y transformaciones profundas  en favor de las condiciones de vida del pueblo.

A comienzos de los 70 el proceso transformador avanzó decididamente, resistiendo los embates de la intervención externa y del poder económico interno junto a sus representantes políticos. Allende nunca pensó en plegarse al centro sino en cómo plegar el centro a la izquierda, lo que forma parte de su ejemplo de consecuencia.

Esa voluntad  por cambios estructurales indignó a la derecha y al empresariado, acostumbrados a manejar bajo control a millones de pobres y menos pobres. La burguesía ocasionó un clima de odios y de terror que derivó en aquel «11» aciago y el inicio de una tiranía brutal que se tradujo en el asesinato, desaparición, torturas y exilio de cientos de miles de compatriotas, la demolición del sistema republicano y la frustración de millones de hombres y mujeres que compartían las aspiraciones por un Chile igualitario y proyectaban una patria justa y transparente.

Es ese Chile democrático e inclusivo, capaz de construir una sociedad de bienestar, con oportunidades para todos y sin privilegios para nadie, el que hay que recuperar y recomponer. Tras el fracaso de 30 años de la casta política anquilosada y las incertezas que  produce la generación de recambio hoy en La Moneda es preciso idear nuevas fórmulas y propuestas identificadas con el pueblo que den paso a un programa de gobierno que pueda cumplirse a cabalidad y con responsabilidad.

Sin calco ni copia: sería solo nostalgia proponer un programa  como el que lideró Allende, porque el contexto nacional es otro y la imitación  acrítica  no viene al caso. Sí es procedente aprovechar las experiencias y sacar las enseñanzas que dejó la administración popular, de  1.000 días, pero de incontables logros y conquistas que favorecieron a los muchos sin recursos y que obviamente quedaron a medio camino.

En las actuales circunstancias es necesario poner en marcha una nueva fuerza popular,  propia del siglo XXI y acorde a las demandas callejeras de estos días. La convocatoria apunta al allendismo siempre vigente y a la Izquierda real que parece aletargada pero que está viva en estrecha coordinación con un actor que es preponderante y que últimamente ha sido silenciado: el mundo social permanece hoy de nuevo relegado a un segundo plano, no es considerado ni tomado en cuenta en ninguna parte.

El movimiento No más AFP y el estallido social han protagonizado en lo que va de este siglo los mayores acontecimientos populares, han sacado a las calles a millones de personas afectadas por las injusticias del sistema neoliberal y nunca se ha sabido que esas manifestaciones masivas hayan provocado ni un muerto, ni un desaparecido ni ningún torturado. Al cabo de tanto tiempo de espera y de frustraciones las fuerzas sociales deben volver al escenario nacional, descolocar otra vez a las minorías mercantiles,  hacer temblar a los ricachones y tomar las banderas democráticas que las lleven a La Moneda de la mano de la Izquierda que en algún  momento tiene que salir de su sopor.

En esta hora de crisis reiteradas que se prolongan más de la cuenta y que atentan a diario contra las mayorías, Chile requiere de otro gobierno popular fuerte que se despliegue con convicción, con objetivos claros, sin complejos y sin temores frente a las presiones de la derecha conservadora que quiere que todo siga igual. La agenda de las incertidumbres no sirve,  debe ser sustituida por la política de los pueblos, junto a la gente, la calle y los territorios.

Al reposicionar la presencia del allendismo las grandes masas populares hacen un acto de memoria, pero también una mirada de futuro. Ello lleva a pensar en esta alternativa que sin conciliaciones, sin transar y sin permitir la intervención de la derecha cavernaria, concrete las transformaciones que exigen las mayorías.

50 años es tiempo más que suficiente para retomar el proyecto popular contenido por la Casa Blanca, a través de los militares sediciosos primero y las dos derechas conservadoras después. Hoy es el momento  para emprender el inicio de este desafío que es la construcción de una democracia plena, por cuya defensa el presidente Allende sacrificó su vida.

 

 

Hugo Alcayaga Brisso

Valparaiso

hugoalcayagaperiodista@gmail.com

 

 

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