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Del poema a la prosa. Desde la esperanza y el miedo a la superación de la vergüenza

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Sentimientos encontrados son los que se anidan y atraviesan muchos corazones de nuestra patria en estos días. Dolor, rencor, pena, amargura, nostalgia, frustración, añoranza, orgullo, temor, incomodidad, vergüenza, amor, odio, indiferencia, hastío, compasión,  arrepentimiento, pérdida, miedo, ausencia.

Yo no había podido superar dos emociones muy profundamente sentidas, desde que se acercaban estas fechas y los recuerdos se hacían más acuciantes. Una profunda añoranza y melancolía de lo vivido hace ya más de cincuenta años, por quienes aún seguimos vivos, pese a todo lo sufrido. Y a la vez, un intenso malestar por la sordera, ceguera y ausencia de empatía hacia las víctimas.

Recordé la esperanza que campeaba a lo largo y ancho de Chile, desde mediados de los años 60. La esperanza de construir un Chile nuevo donde la justicia y la dignidad para todos se enseñoreara en nuestra patria, pero primeramente, para que los desechables, los don nadie, los ignorados y los condenados de la tierra tuvieran el lugar que les correspondía, superando así los siglos de desconsideración, de ninguneo, de atropello y expoliación que se había hecho del campesinado, del bajo pueblo, de los pobres, de la gente común.

Pero también recuerdo cómo apareció el miedo, cómo se explotó el miedo, la forma en que se contaminó de temor una sociedad que, a diferencia de otras en América Latina había sido sensata, moderada y mesurada, en su quehacer político. Dónde existía una amistad cívica y una cultura republicana.

El miedo se introdujo, mediante los medios masivos, de una manera sistemática, generando la angustia por un temor imaginario al comunismo, a lo que eran las experiencias en los países que después se llamaron «los socialismos reales». La documentación, revelada después de décadas, respecto a la actuación deliberada del gobierno de Estados Unidos para derrocar al gobierno del presidente Allende, contribuye a explicar cómo se financió ese discurso, como a la vez se buscó deliberadamente y se logró ahogar la economía chilena mediante el paro de los camioneros, el acaparamiento y el subsecuente mercado negro. Me consta, al igual que a todos quienes lo vivimos, que todo aquello que faltaba (combustibles alimentos, detergentes, ropa, en general todos los bienes de primera necesidad) «inexplicablemente» apareció al día siguiente del golpe militar. Pero, lo que es aún peor, es que todo aquello se llevó a cabo con la complicidad de civiles y militares «patriotas» que no trepidaron, incluso, en asesinar a camaradas de armas. Algún día se sabrán también, muchos de los nombres de chilenos, tachados en los documentos desclasificados por el gobierno estadounidense.

¿Se puede, entonces, presumir de patriotismo? Cuando de acuerdo a los documentos norteamericanos hubo, incluso militares chilenos que eran pagados por la CIA. Por otra parte, el leer los documentos del «publicista» de la dictadura, Álvaro Puga, hoy ya de conocimiento público, nos ha permitido conocer la trastienda de la miseria humana de quienes se hicieron del poder en Chile, durante casi dos décadas.

Hoy se sabe que Pinochet pretendía seguir gobernando, con un autogolpe, pese a haber sido derrotado en el plebiscito, y sólo la temprana intervención del General Matthei frustró sus intenciones. La dictadura gobernó gracias al miedo. Y la derrotó la esperanza de «la alegría ya viene». Quizás, esa alegría no llegó a todos y eso puede contribuir a explicarnos el malestar que eclosionó en octubre del 2018.

Escribir lo que escribo, no es por odio o venganza, como dicen aquellos que niegan lo ocurrido. Es por un acto mínimo de decencia republicana. Como chileno me avergüenza un personaje como Pinochet, conocido mundialmente como ladrón, asesino, mentiroso, traidor y alguien que denigró a las instituciones armadas. Es explicable, incluso casi habitual, en aquellos que presumen de su patriotismo y valentía, quienes servilmente hicieron la vista gorda a las tropelías y atrocidades cometidas, a las sistemáticas violaciones de los derechos humanos, y a las sinvergüenzuras del dictador y sus cercanos, que hoy defiendan a su «santo patrono». Pensemos en Corea del Norte ¿Alguien en su sano juicio en ese país se atreve a criticar al líder supremo Kim Jong-un? Algo similar nos pasó. Y quienes entonces callaron, seguirán callando hasta morir, por la vergüenza que en su fuero interno sobrellevan. Y eso que pasa en la familia militar, también ocurre con los cómplices civiles. Jueces que denegaron habeas corpus que pudieron salvar a muchos. Periodistas que divulgaron mentiras oficiales sabiéndolo. Funcionarios que sólo cumplían órdenes. Académicos que miraron al techo. Políticos, ya no tan jóvenes, que hicieron carrera, gracias a la dictadura. Hay muchísima basura y vergüenza acumulada. Y los seres humanos sabemos inventarnos historias y contarnos cuentos. Pero los hechos están allí y pese a ello, para muchos es preferible, por lo tanto, autoengañarse y continuar creyéndose la mentira. Es menos doloroso, es menos vergonzoso. Y se sigue mintiendo, aunque ello implique revictimizar a las víctimas, aunque ello implique seguir negando las verdades que comienzan a aparecer en cuanto se mueve algo la alfombra. Aunque ello implique que algunos desalmados, pagados quien sabe por quién, sigan felicitándose de la atrocidad de asesinar a otros seres humanos, muchos de ellos absolutamente inermes e indefensos como los campesinos de Paine, Curacaví y tantos otros lugares de nuestro querido Chile.

No es odio, ni venganza lo que nos anima, es sólo, la búsqueda de un mínimo de decencia y la esperanza de que la verdad prevalezca, que superemos la vergüenza y que la dignidad se haga costumbre en nuestra patria.

 

 

 

Por Antonio Elizalde

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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