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Celulitis o celular

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—¡Entrégueme su celular!

Sorprendido, me paralizo ante la advertencia. Quien ha interrumpido mi diaria caminata por la ciudad, es un joven de alrededor de 25 años. Uno siempre supone que puede ser objeto de un asalto o una broma de mal gusto. Observo al atracador a los ojos y en ellos encuentro esa mirada dubitativa de quien es novato en esos menesteres.

—Mire joven. Yo no tengo celular.

—¿Qué no tiene celular? Si usted quiere burlarse de mí, encontrará una respuesta ajena a mis principios de asaltante pacífico.

—Mire joven. Jamás he usado celular, pues lo considero un artefacto de dominación, diseñado para mantenernos sumidos en el adocenamiento, atrapados en la ignorancia.

—Basta caballero con esas excusas de anarquista seguidor de Bakunin. Si usted no me entrega su celular ahora, pues el tiempo se acaba, tendré que recurrir a la violencia.

—¿A la violencia ha dicho usted?

—¡Sí, sí, a la violencia que rige a la sociedad, en procura de nuestros objetivos más queridos!

—¿Sabe, joven? Mentir en este trance en que me hallo es un riesgo y podría jurarle a usted, que jamás he tenido celular. Ni siquiera los sé usar.

—¿Cómo voy a creerle, si niños de ocho años ya usan celular? No me vaya a decir que usted es analfabeto, acaso un pordiosero que no dispone de recursos para comprar ese aparato que nos libera de la ignorancia. Lo veo vestido como un próspero burgués y eso refrenda mis argumentos.

—Yo, mi estimado joven, pienso lo contrario. El celular que usted tanto defiende es una invención diabólica, destinado a someternos a cánones diseñados por el imperialismo y así poder dirigir nuestras vidas. Es una enfermedad que bien podría llamarse celulitis.

—Mire caballero. Nada de sus análisis y peroratas me han convencido. El tiempo se acaba y por principios, debo finalizar esta operación. Es hora de regresar a casa.

—Si desconfía de mí, pues me registra y así podrá verificar que no tengo celular alguno, ni ningún otro aparato para comunicarme.

—¿Registrarlo? Por favor. Usted me ha confundido con un vulgar asaltante, que ha perdido la dignidad y se dedica a robar a las personas desamparadas y a las mujeres. Yo lo seleccioné, caballero, pues a menudo lo veo pasear por esta calle, en busca del tiempo perdido. Creo, no haberme equivocado en esta oportunidad.

—Es verdad joven lo que usted dice. A menudo paseo por estas calles, donde hay plantado sicomoros, lo cual nos da una sensación de quietud, destinada a olvidar la realidad de un mundo enajenado. Pensar sin ser interrumpido, por el ruido estridente y monótono del celular, que a menudo son llamadas para ofrecer un automóvil en venta, un avance de dinero en el banco, una casa en la playa y así, convencernos que este mundo es el reflejo de la prosperidad.

—Mire, caballero. Yo podría estar de acuerdo con usted, sin embargo, sus análisis no me dan de comer ni a mí ni a mi familia. Robar un celular, más bien hurtarlo, palabra que me parece más adecuada, es un acto vinculado al libre albedrío. Usted, y lo observo sin ambages, puede comprarse varios celulares y yo, si no los hurto, me quedó en ascuas, mirando como los demás hablan hasta por los codos. ¿Acaso no es una injusticia?

—¿Y de dónde ese análisis perturbador que traería el caos a nuestra sociedad?

—Yo no planteo nada distinto, mi estimado caballero. Nuestra sociedad ha caído desde hace años en un torbellino, rumbo a su destrucción. Se perpetúan las guerras, las matanzas indiscriminadas en la sociedad, la catástrofe y el hombre continúa rumbo a destruirse así mismo…

—¿Qué le parece apreciado joven, si nos vamos a un café a proseguir esta discusión?

-De acuerdo. Desde un principio, sospeché que usted no era el candidato ideal para despojarle el celular.

 

Por Walter Garib

 

 

 

Escritor

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  1. Margarita Labarca Goddard says:

    Yo tampoco tengo celular, pero veo que eso es peligroso porque los ladrones no lo creen y me podrían agredir ¿Qué hago?

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