Oppenheimer destrabó las puertas del infierno: en la espera del filme de Nolan
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Esta semana se estrena en el mundo Oppenheimer, película sobre la vida del científico conocido como el padre de la bomba atómica. El filme, de Christopher Nolan, está basado en una biografía poderosa de Robert Oppenheimer escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin titulada Prometeo Americano, una obra de 800 páginas que les ocupó 30 años de investigación pero fue coronada con un premio Pulitzer el 2006.
Robert Oppenheimer nació a inicios del siglo XX en Nueva York y su vida, narrada en detalle, cruza e instala los eventos más determinantes del siglo pasado. De partida la construcción de la bomba atómica bajo el proyecto Manhattan, la apocalíptica detonación en agosto de 1945 y sus consecuencias desde la guerra fría hasta el viento nuclear actual en Ucrania. Un hilo candente conducido por el imperio y sus derivaciones y astillas geopolíticas. Del primer ensayo nuclear en julio 1945 en el sitio de pruebas Alamogordo, en Nuevo México, hasta hoy en día, el número de bombas ha pasado de aquellas dos lanzadas sobre Japón a 13.080 mil. Tal vez el número nos parezca espantoso, pero durante el peak de la guerra fría fueron muchas más. Es muy probable que la historia de la segunda mitad del siglo XX la marcara la carrera nuclear. Y tampoco es improbable que se extienda hacia el XXI.
Este evento es el que instala Oppenheimer y su equipo compuesto por algunas de las mentes más brillantes del siglo pasado en mecánica cuántica y otras especialidades. Un momento que está arrastrado por otras tensiones que tienen sus inicios en otras áreas y corrientes de la civilización. La ciencia, por cierto, y la filosofía en su aterrizaje político.
Robert Oppenheimer, el primogénito de una rica familia neoyorquina, goza de una educación laica y muy abierta. Una base que con el tiempo y los años lo lleva no solo a la primera línea de la ciencia sino también a la filosofía, la poesía, el arte y la política. Una mente portentosa y privilegiada que después de su formación en Harvard y Gotinga, Alemania, con las lumbreras de la física cuántica, inicia su carrera en Berkeley. Un momento clave, que lo conecta de forma natural con las corrientes socialistas y el partido comunista. Su vida de adulto trascurre entre estos dos grandes ejes, desde el triunfo tras la detonación de Hiroshima que lo convertía en figura pública y mediática con portadas en revistas como Time y Life hasta su tragedia en los años 50 como víctima escogida y ejemplificadora del macartismo. Prometeo arrebata el fuego sagrado de los dioses y lo entrega a los humanos para desatar la ira de esos dioses.
El filme de Nolan se estrena esta semana en Chile y en el mundo. Con Nolan no hay nada seguro y nos puede conducir a zonas complicadas aun cuando el trailer parece un clásico de Hollywood que esperamos solo sea un efecto de la publicidad y el marketing. El libro, por lo menos, está lleno de rincones y citas sobre la ciencia y su sentido trágico y la asfixiante maquinaria política. ¿Tres siglos de ciencia que conducen a la construcción de un arma de destrucción masiva? ¿Es ese el objetivo del saber?
Todos o casi todos los científicos celebraron hasta con champaña el primer ensayo nuclear de Alamogordo. Pero el lanzamiento de la bomba el 6 de agosto sobre Hiroshima, que mató a más de 100 mil personas de forma instantánea, destapó todo tipo de reflexiones y complejos sentimientos de culpa. Una reacción tardía porque la bomba, su tecnología y los mismos científicos pertenecieron por decreto desde los inicios del Proyecto Manhattan al ejército de Estados Unidos. La ciencia entregada a la política.
Oppenheimer justificó su participación y dirección del Proyecto Manhattan para adelantarse a los nazis en la construcción de la bomba. Los biógrafos matizan. Los nazis nunca priorizaron las investigaciones nucleares. Werner Heisenberg, gran figura de la mecánica cuántica que permaneció en la Alemania nazi, no avanzó en el desarrollo de un arma nuclear, entre otros motivos por el desinterés de las cúpulas del Reich.
Pero el mayor desaliento del equipo de científicos que participó en el Proyecto Manhattan fue conocer la inutilidad de la bomba para poner fin de la guerra. La lanzaron contra un imperio japonés prácticamente rendido. El verdadero motivo que tuvo el el gobierno y el ejército de Estados Unidos fue impedir que la Unión Soviética entrara en guerra con Japón y la conquistara, como lo hizo con parte de Alemania y el este europeo. La detonación fue parte de una estrategia para la geopolítica postguerra. Con el paso de los meses y los años la evidencia de que Estados Unidos lanzó la bomba sobre un enemigo derrotado tomó peso afectando sensiblemente a Oppenheimer.
Oppenheimer era brillante como científico, un buen gestor de proyectos pero un pésimo actor político. Ascendió hasta los más altos niveles de Washington, pero no comprendió dónde estaba. No comprendía la perversión política. Los biógrafos citan la reunión con el presidente Harry Truman: “Oppenheimer se retorció las manos, nervioso, y soltó uno de esos comentarios desafortunados que solía hacer cuando se encontraba bajo presión. Señor presidente, siento que tengo las manos manchadas de sangre”. Dicen que Truman, un tipo pragmático y muy básico, sacó un pañuelo y le digo: tome, quiere limpiarselas”. Más tarde Truman dijo: “Uno no va por ahí lloriqueando. No quiero ver a ese hijo de puta en este despacho nunca más”.
El fin de la guerra marca la decadencia de Oppenheimer. No solo ya no era útil para el ejército sino que la intención del aparato del Estado fue neutralizarlo. Su vinculación con el Partido Comunista, al que perteneció su esposa, su hermano menor, también físico, y muchos de sus mejores amigos, fue la gran coartada para sacarlo de carrera y culparlo del espionaje que le entregó ingente información a los soviéticos para armar su propia bomba. En 1949 la URSS detonó una copia exacta de Fat Man, la que explotó en Nagasaki, y abrió las puertas del infierno nuclear.
Oppenheimer nos confronta con la ambivalencia y el impacto de la ciencia en la sociedad y la política. Su trayectoria representa la complejidad moral y las tensiones entre el avance científico, la responsabilidad ética y las motivaciones geopolíticas. Oppenheimer, el hombre que desató el poder atómico, personifica la dualidad de Prometeo, quien, al entregar el fuego sagrado, desata tanto el progreso como la destrucción. Su legado nos invita a reflexionar sobre el papel de la ciencia en el mundo moderno y nos advierte sobre las consecuencias de no comprender plenamente el alcance de nuestras acciones. En ese trance estamos.
Por Paul Walder
Gino Vallega says:
Hoppenheimer y sus científicos inescrupulosos, creadores de la bomba atómica (siempre supieron lo que estaban haciendo), merecen el más amplio repudio. Y aquellos como Truman que decidió usarla «para matar el máximo posible de gente», el galardón del «peor asesino masivo» de la historia de la humanidad. Tarde o temprano , la bomba se iba a hacer y tal vez sólo con el mal propósito de usarla como garrote en la guerra. Como humanidad tenemos una gran tendencia a nuestra auto destrucción.