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La deuda pública chilena viene creciendo de manera exponencial, sin llegar a ser todavía tan peligrosa como la de muchos países desarrollados, en que la deuda pública supera el 100% (Reino Unido (101%), Japón (232%), Francia (112,5%), Italia (142%), todos respecto al PIB de cada país al año corriente 2022.

Chile muestra una escalada importante: 2007 (3.9 del PIB); 2010 (8,6 del PIB); 2012 (13.0 % del PIB); 2015 (17,3% del PIB); 2019 (28.0% del PIB); 2021 (36,8% del PIB); 2022 (38,5 % del PIB).

 

Comparativamente estamos muy lejos de la conducta deficitaria de los países desarrollados, incluyendo EE.UU. de Norteamérica, pero los organismos financieros internacionales no trepidan en sancionar con malas puntuaciones a los países como el nuestro, cosa que no sucede con las naciones importantes, excepto los países del sur de Europa (Italia, Grecia, Portugal y España, a los que les tiraron las orejas durante la gran crisis europea, derivada de la crisis subprime).

 

Pero, pasando a nuestro país, debemos reconocer que los mentados equilibrios de las macro cuentas, que la Concertación las tomó como sagradas, hasta el punto de generar superávit fiscal por varios años, de pronto se rompió el chanchito del ahorro y se pasó a gastar más allá de los ingresos, escalando sobre el PIB desde el 3.9% en el 2007 hasta llegar casi al 40% el 2022.

 

Esto habla de un tema muy serio, nos dice que en la medida que el país va creciendo, va necesitando mayor gasto público para resolver y solventar los desafíos del desarrollo. Si no existe correspondencia entre crecimiento del PIB y crecimiento del financiamiento público, ya no hay desarrollo, lo que hay es un crecimiento monstruoide o desequilibrado, lo que niega el concepto del desarrollo, el que por definición debe ser armónico, balanceado e integrador.

 

¿Por qué se acrecienta el endeudamiento público en Chile?

 

La evidencia señala que Chile  es un país donde la tributación total es una de las más bajas del mundo, pues la carga tributaria no supera el 20% del PIB. A nuestro país, con el nivel de actividad económica que exhibe el Producto Interno Bruto, le correspondería una carga tributaria del 30% del PIB, es decir viene acumulando una diferencia de 10 puntos desde hace más de 3 quinquenios.

 

Por otra parte, la carga tributaria corporativa, es decir esa que deben pagar las empresas, si bien se enuncia nominalmente en alrededor del 27%, en términos reales no supera el 9 al 10%, lo que la hace ser vergonzantemente baja si se compara con lo que aportan los impuesto indirectos, como el IVA, y otros, que finalmente llegan a representar más del 47% de los aportes al gasto público.

 

Sabemos que los impuestos indirectos lo pagan todos los consumidores y castiga más fuertemente a las personas y familias de menores ingresos, pues este segmento dedica al consumo básico la mayor parte de sus recursos. Si se compara el 20% del pago de los impuestos indirectos para los pobres contra el 9 a 10% que pagan las empresas, donde se concentra la mayor riqueza del país, ya estamos representando un desequilibrio enorme y acumulativo a mediano y a largo plazo, lo que explica la gran desigualdad de los ingresos en Chile y la inequidad record que exhibe el país, comparativamente (informes OCDE, Cepal, Banco Mundial).

 

¿Por qué los ricos se niegan a pagar más impuestos?

 

En primer lugar, algo obvio, a nadie le acomoda hacerse cargo con sus recursos de las tareas y gastos ajenos; en segundo lugar porque si se pagan más tributos, ese dinero se esfuma de las manos propias, es decir del que tributa. En cambio si ese que elude ser contribuyente y se coloca en la posición de acreedor ante el Estado (prestamista), estará sacando una renta a expensas del Estado, es decir hace circular el capital propio acumulado y así aumentan las ganancias al capital a expensas del déficit en las  cuentas públicas. Con esta lógica, el dueño del capital se enriquece más y la sociedad toda se empobrece más.

Si a ello se agrega que del total que recauda el fisco (impuestos más endeudamiento), el 12% se destina al 20% más rico de la sociedad, con lo cual se agrava más la inequidad, dado que el Estado es el ente que más contribuye a redistribuir riqueza. En este caso, ese 12% representa un freno a la tarea de redistribuir.

 

¿Y el crecimiento?

 

Evidentemente el crecimiento económico debe ser un componente de mejoramiento de la calidad del empleo y los ingresos, pero se debe mirar primero qué sector crece, en qué proporción crece; también se debe estudiar con cuánto contribuye ese sector que más crece  al total del desarrollo, es decir en impuestos y en inversión, en remuneraciones, etc.

Se da en Chile una situación particular: en Chile quienes crecen constituyen un sector muy reducido de la economía (10% al 2003 y 1% al 2023).  Ese segmento ha venido estrechándose cada vez más, pues en el 2003 el 10% más rico se apropiaba del 33% del ingreso y, ahora, al 2022 es el 1% el que se apropia del 49% del ingreso interanual (World Inequality Report 2022).

 

La economía chilena sufre el agravante que , además de ir concentrando la riqueza de manera tan monstruosa, quienes se apoderan de esa riqueza son en su gran mayoría empresas transnacionales, cuyo interés en el desarrollo del país es nulo, como ha quedado demostrado en las escuálidas tasas de inversión desde hace más de una década. Tampoco han contribuido en nada a subir la productividad, dado que se trata de una actividad extractivista, financiera o comercial.

Este tipo de actividades dominantes, no generan incrementos salariales, ni en masa de trabajadores ni en el salario real, pues sus clientes no están en Chile, excepto el retail, pero el retail se supera diversificando sus roles: primero como agente financiero (endeudando al consumidor de escasos recursos) y luego formando verdaderas empresas financieras para sustraer de los ingresos laborales buena parte, vía intereses. El capital del retail, además opera con el dinero obtenido desde los Fondos de Pensión (ahorro de los mismos trabajadores), a muy bajo costo, para luego cobrarlo a muy altas tasas de interés, vía tarjetas de crédito, a esos mismos trabajadores, lo que constituye un doble y agravado absurdo del modelo.  El mayor absurdo que cabe resaltar, es el slogan de los políticos de derecha “CON MI PLATA NO”, ya que, como vemos, se les está expropiando esa plata de manera alevosa y sostenida, mediante la mecánica del crédito y el endeudamiento.

 

La tesis del crecimiento económico como mecanismo suficiente para alcanzar el financiamiento del Fisco, ha sido desmentido por el ministro de Hacienda, señor Marcel. Si se proyecta el crecimiento de Chile a tasas realistas, se necesitarían más de 50 años para llegar a financiar el gasto público, lo que lo hace inviable. Pero los empresarios y sus agentes políticos de derecha insisten en pontificar sobre esa teoría tan largamente voceada y tan largamente desmentida.

Bueno, argumentan, si llegamos a obtener superávit fiscal cuando la economía creció a tasas extraordinarias, ¿por qué no puede darse nuevamente?

Por tres razones: 1) primero porque era una economía menos demandante en el gasto público;     2) porque la tasa de crecimiento que se proyecta para Chile a mediano y largo plazo ya no está alimentada por las privatizaciones masivas y por el ciclo virtuoso de las materias primas.3) por que

Cuando se generaron esos superávit fiscales, se hizo dejando de invertir en áreas claves de la sociedad, lo que quedó demostrado en el atraso de los indicadores de desarrollo en la educación, en la salud, ciencia y tecnología e industrialización y en el levantamiento social del 2019.

 

“El pulpo en invierno se alimenta de sus tentáculos.”

 

Plutarco fue quien sacó a luz este relato del pulpo y luego la toma  Cicerón, en uno de sus famosos despliegues retóricos, en los que exponía esta metáfora para representar la crisis de Roma. Para el caso de nuestra crisis de financiamiento fiscal en Chile, cabe perfectamente esta analogía, pues el Fisco chileno se viene devorando su cuerpo para poder resistir el invierno financiero inclemente que lo acorrala por todos los frentes, impidiéndole alcanzar el alimento necesario a su demanda digestiva y operativa, natural a todo organismo vivo, activo y en desarrollo. La historia ofrece enseñanzas sorprendentes, mediante mitos y leyendas, tan apropiadas como la de Plutarco.

 

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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