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La responsabilidad ética de los intelectuales

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Han caído en mis manos las memorias del historiador, académico y activista estadounidense Howard Zinn, fallecido en 2010. Su título nos señala el camino: No se puede ser neutral en un tren en marcha. Historia de nuestro tiempo. Sus páginas son un recordatorio de las luchas del siglo XX. Zinn recupera las vidas de aquellas personas invisibilizadas, que gracias a su perseverancia, lucharon cambiando la dirección de los acontecimientos en sus trabajos, ciudades, universidades, hospitales o escuelas. Maestras, abogadas, defensores de los derechos civiles, mujeres, jóvenes, obreros, agricultores, afroestadunidenses, de ellos aprendió y tomó ejemplo. Su conclusión no deja espacio a la duda. “Actos modestos multiplicados por millones de seres humanos pueden transformar el mundo (…) Y si actuamos, por poco que sea lo que hagamos, no será preciso esperar ningún futuro utópico y grandioso. El futuro no es más que una sucesión infinita de presentes, y vivir ahora como pensamos que deberíamos vivir los seres humanos, desafiando todo lo malo que nos rodea, es ya de por sí una maravillosa victoria.”

La lectura de Zinn resulta imprescindible en medio de la desazón que hoy inunda los espacios de reflexión teórica y ética. Nos hace pensar y recuperar la esperanza. “Si sólo vemos lo peor –nos advierte– destruirá nuestra capacidad de actuar. Si recordamos aquellos tiempos y lugares en los que la gente se ha comportado de manera magnífica, nos infundirá energía para actuar y nos brindará como mínimo la posibilidad de proyectar la peonza en una dirección diferente”.

Vivimos tiempos en los que sobresale la falta de compromiso ético. Asistimos a un relato tendiente a justificar gobiernos por el solo hecho de no ser de extrema derecha o considerarlos amigos. Explicaciones superficiales acompañan el argumentario. Académicos que han desnudado el neoliberalismo hacen oídos sordo cuando se trata de valorar decisiones manifiestamente reaccionarias, contrarias a cualquier ideario de izquierda o progresista. ¿Existe alguna razón que lo justifique?

La respuesta está en la sumisión a la economía de mercado. Su idea fuerza: no se puede atacar al capitalismo. Sólo queda humanizarlo. Partiendo de esta premisa, podemos reconocer intelectuales capaces de visualizar las consecuencias del calentamiento global, ser incisivos y sugerentes cuando explican los derechos de las minorías sexuales, empoderados a la hora de la crítica decolonial e intransigentes en la condena al patriarcado, pero romos cuando se trata de hacer la crítica de las relaciones de explotación capitalista.

En este siglo XXI, las reflexiones que forjaron un pensamiento antiimperialista, emancipador y anticapitalista como las de Howard Zinn, son un llamado de atención. Igual que en los años 60 del siglo pasado lo fueron ¡Escucha, yanqui!, de Charles Wright Mills, un alegato en defensa de la Revolución Cubana. En esta misma dirección encontramos el texto de Noam Chomsky, escrito en 1967. La responsabilidad de los intelectuales. Su llamado a luchar contra el engaño y la distorsión que rodean la invasión a Vietnam recordaba la obligación de los intelectuales a contar la verdad y revelar las mentiras. Igualmente, Albert Einstein entregó a Paul Sweezy su ensayo Por qué el socialismo, que inauguraría en 1949, la publicación de Monthly Review. En él nos advierte: “La competencia ilimitada implica el desperdicio de enormes cantidades de trabajo y la deformación… de la conciencia social de los individuos. Considero que esta mutilación del hombre es la peor de las lacras del capitalismo (…) se inculca una actitud exageradamente competitiva, y se le induce a reverenciar el triunfo en términos adquisitivos y hacer de ello el objetivo profesional… sólo existe una forma de eliminar estos graves males, a saber, implantando una economía socialista que vaya acompañada de un sistema educativo orientado hacia objetivos sociales”. En nuestro continente, las voces que se han levantado contra el colonialismo interno, en contra del bloqueo a Cuba, el rechazo a la violación de los derechos humanos, la condena sin paliativos a los golpes de Estado, en defensa del socialismo y la construcción de una alternativa al capitalismo son muchas. Sólo tres nombres: Darcy Ribeiro, Suzy Castor, Pablo González Casanova.

Abdicar de la responsabilidad ética no es una opción, salvo si se quiere vivir hipócritamente. No somos notarios de la historia que levantamos actas de los hechos. Estamos obligados a tomar partido. No se puede caer en la indiferencia o el socialconformismo. Howard Zinn nos recuerda: “El poder político, por formidable que parezca, es más frágil de lo que pensamos… se puede intimidar a la gente corriente durante un tiempo, se la puede engañar un tiempo, pero esa gente tiene un profundo sentido común y tarde o temprano encontrará la manera de desafiar el poder que la oprime…La esperanza en momentos malos no es romanticismo desatinado. Se basa en el hecho de que la historia de la humanidad no está hecha sólo de crueldad, sino también de valor”. Bien nos valdría tomar ejemplo y seguir los pasos de tantos que alzaron su voz y lucharon sin desfallecer.

Por Marcos Roitman Rosenmann

Profesor titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor e investigador invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México así como docente en diferentes centros de América Latina. Columnista del periódico La Jornada de México y Clarín digital de Chile.

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