Ramonet: La amenaza del conspiracionismo trumpista está en pie y será imitada
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Ignacio Ramonet es uno de los intelectuales públicos más relevantes en América Latina. Sus ensayos sobre comunicación se estudian en las escuelas de periodismo del continente, sus libros de conversaciones con Fidel Castro y Hugo Chávez se leen en casi todo el mundo y sus reflexiones sobre política y medios de comunicación son referencia obligada en el campo progresista y el altermundismo.
Ramonet, nacido en Redondela, España, en 1943, y asentado en Paris, Francia, está unos días en México para presentar su más reciente libro La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio (Siglo XXI Editores, 2022), escrito con magnífica prosa.
En conversación con La Jornada, reconstruye cómo el 6 de enero de 2021 se abrió, de la mano del asalto al Capitolio y la intentona de golpe de Estado trumpista, una nueva era: la del conspiracionismo. La pesadilla, que inspira la formación de milicias armadas y la justicia en mano propia –advierte– no ha terminado. La amenaza de Trump, ejemplo universal de la infamia, sigue en pie.
–Tu libro disecciona la imbricación entre política, comunicación, redes sociales y movimientos emergentes de la extrema derecha en Estados Unidos. ¿Por qué el título La era del conspiracionismo?
–La idea del libro viene del impacto que me causó el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, justo antes de que el nuevo presidente Joe Biden tomara posesión de su cargo. Fue un asalto promovido por Donald Trump, el perdedor de la elección, que decía que no había perdido y que era víctima de un fraude.
“Las imágenes de miles de personas asaltando el Capitolio, luchando contra la Guardia Nacional estadunidense que les impedía pasar, constituyen la primera ocupación violenta de la sede de la democracia americana, donde se encuentran el Senado y la Cámara de Representantes. Tenía un objetivo: detener el conteo de votos y evitar que Biden fuera proclamado. De esta manera, Trump vería su mandato prolongado. Se trataba de un golpe de Estado.
“Me dije: seguro que por debajo de lo que estamos viendo, hay algo mucho más significativo. ¿Cómo es que decenas de miles de personas fueron movilizadas para asaltar al Capitolio?, ¿qué tenían en la mente? ¿quién les había metido esas ideas en la cabeza?
“Durante dos años hice una encuesta, interrogando las fuentes y tratando de encontrar la verdadera razón detrás de este parteaguas. Concluí que fue la expresión de una nueva extrema derecha conspiracionista.
“Me quedó claro que ese asalto no iba a quedar huérfano, que iba a ser imitado, tal como sucedió. Todo el mundo recuerda las imágenes del 8 de enero de este año, cuando ocurrió el asalto a las tres sedes de los poderes en Brasil. Pero ya había sucedido antes, en enero de 2022, en Ottawa, Canadá, cuando los camioneros de extrema derecha tomaron el Capitolio canadiense para impedir que se votara una ley que les obligaba a justificar su vacunación para atravesar la frontera.”
–“Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty a Alicia, la heroína de las novelas de Lewis Carroll– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos”. Y, añadió: La cuestión es saber quién es el que manda…, eso es todo
. ¿Cómo Trump hizo de esta máxima una realidad que guio el sentido común y el imaginario de amplísimos sectores de la población.
–Aún más allá. Él no dice: ‘las palabras significan lo que yo quiero’. Él asegura que ‘los hechos son lo que yo quiero’. Pueden traerme hechos objetivos, científicos, medidos, verificados, pero yo tengo hechos distintos y significan algo muy diferente. ¿Cómo fue posible que Trump fuese capaz de subyugar como un flautista de Hamelín a millones de personas con una teoría carente de bases sólida como la del fraude?
“Durante los cuatro años de su mandato elaboró una teoría para deshumanizar al liderazgo del Partido Demócrata y que los seguidores de Trump los vieran como criminales. Elaboró la teoría del pizzagate, en la que se ‘demostraba’ –y la gente se lo creyó– que los dirigentes demócratas, en particular Hillary Clinton, pero también Obama, Kamala Harris y los que los apoyaron, eran una banda de pedófilos, cuya verdadera pasión era agredir sexualmente a niños y niñas que raptaban. O que tenían bandas que los secuestraban y almacenaban en los sótanos de la pizzería Comet Ping Pong en Washington, y allí los agredían sexualmente, eventualmente los devoraban, los sacrificaban a Satán y les arrancaban una hormona de la juventud eterna que se llama el adrenocromo.
“¿Cómo es posible que alguien pueda creer eso? Donald Trump tenía 153 millones de seguidores en sus redes sociales, y la mayoría se creyó esta historia. Su objetivo en las elecciones de 2016 era presentar a Hillary Clinton no como su adversaria electoral, sino como una pedófila que debía estar presa.
Trump elabora esta conspiración y su público la recoge. Una secta que se llama QAnon, que adora a Trump no como líder político, sino como líder religioso, la desarrolla. Para ellos, Trump es el profeta, el enviado de una divinidad o de un poder, que tiene como misión derrotar a ese grupo de pedófilos.
Democratizar los medios
–Al analizar el papel de las redes sociales en la construcción de este sentido común trumpista señalas que éstas no transmiten ideas, pero difunden sentimientos y crean comunidades. ¿Echa esto atrás la visión de que las redes sociales permiten democratizar la información?
–Desde los años 70 reivindicamos la democratización de la información. Recordemos el informe MacBride, en el que participó García Márquez. La idea era la siguiente: la comunicación, la información en particular, la prensa, la radio, la televisión en aquel momento, están en manos de unos cuantos grupos monopólicos, que poco a poco se transformaron en grupos multimedia. Primero eran grupos de periódicos, luego de radio, más tarde de televisión, pero al final fueron grupos que tenían todo: prensa, radio y televisión. Esos grupos monopolizan la información. El ciudadano depende para informarse de alguno de esos grupos, entre los cuales están también los estados o los gobiernos que poseen los medios oficiales.
“La idea era: ¿cómo hacerle para que los ciudadanos tuvieran su propio medio? Todo eso era demasiado caro. Hoy la democratización de la información se ha hecho porque todos tenemos teléfono que nos permite tener acceso al mundo entero, enviar mensajes a todos lados, criticar lo que se quiera criticar. Si mañana un periódico dice algo, yo en mi red puedo decir que no es verdad. Quizá mi eficacia no sea como la de la radio, pero yo puedo comunicarme con el mundo. No estoy desprovisto de armas comunicacionales como antes.
Sin embargo, existe un enorme desequilibrio y la cuestión es cómo funcionan las redes. Las redes son un elemento de libertad, funcionan. Como tú lo dices, transmiten más sentimientos y emociones que información. Sirven para comunicar, no para informar. Crean un sentimiento de pertenencia. Como cuando estamos en un estadio y apoyamos a nuestro equipo. Hoy en día lo que es dominante es que mucha gente prefiere creer y no saber, tener fe en un líder o una lideresa. Eso pasó con la gente que asaltó el Capitolio.
–Al analizar el éxito del fanatismo trumpista, partes de un análisis de clase de los sectores que lo apoyan. ¿Sirve esa categoría para analizar ese fenómeno?
–Sí, pero la gente no tiene forzosamente conciencia de ello. ¿Quiénes son los seguidores de Trump?: la clase media blanca empobrecida por 40 años de neoliberalismo. Los hijos de la generación que se hizo clase media con mucho esfuerzo tienen como perspectiva al salir de la Universidad el ser chofer de Uber o estar en delivery de Amazón o de pizzas. Hay una clase media blanca empobrecida, que tiene que encontrar una explicación del porqué se empobreció. Necesita encontrar un culpable. Y, para ellos, los culpables son las minorías étnicas, los latinos, los afrodescendientes que les roban el trabajo, o las nuevas tecnologías que los dejan sin empleo. Se encierran en un pensamiento reaccionario, racista, defensivo y agresivo contra las minorías. Por eso siguen a Trump.”
–¿Se ve luz al final del túnel?
–Claro que sí. Somos optimistas por naturaleza porque somos de izquierda. Pensamos que Trump va a tener mayores dificultades. Pero vivimos en un momento muy difícil: salir de la codicia, la guerra en Ucrania, los problemas que se están planteando con el cambio climático. La misión hoy es defender la verdad, con argumentos, con hechos. No es posible defenderla con un meme, con un mensaje de una sola palabra o imagen. Somos moderadamente optimistas, pero tenemos optimismo.
Por Luis Hernández Navarro
Fuente: La Jornada