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Quienes tienen las armas, tienen la razón

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Nuestra civilización, quizá mal llamada así, rinde tributo al poderoso. Ya sea por su dinero, prestigio social o la posesión de las armas, el más apreciado de los bienes. Antes, el Ministerio de Defensa, se llamaba de la Guerra, lo cual se ajustaba a la realidad de ese tiempo. Nada de eufemismos ni mentiras, en una sociedad que ama la muerte. En aquella época, cuando los países de Europa se disputaban los territorios de ultramar a dentelladas, se imponía el rugir de los cañones.

Entonces, uno deduce que, si hoy existe el Ministerio de Defensa, deberíamos tener el Ministerio de la Paz. A lo mejor, sirve de algo en un período de mutuas beligerancias. Las armas, aunque nos desagrade, disuaden, dominan e imponen su visión del mundo. En Santa Alianza con el poder del dinero y la oligarquía, humillan a los países pobres y los transforman en esclavos.

No se encuentra lejos, aquella época nefanda, cuando los barcos de las naciones poderosas, destruían y arrasaban los puertos de los países débiles, a punta de cañonazos. En su afán de dominación y humillación, porque combatían en nombre de Dios, todo les era lícito en un perpetuo festival de la muerte. O se dirigían a África, de preferencia, para apresar a familias completas y llevarlas a América, en condiciones de esclavos. Ahora, se quejan y lloran, porque los habitantes de África, quieren emigrar a sus países. ¿Y dónde quedó la cacareada solidaridad?

Si observamos y analizamos en profundidad la realidad actual de nuestra civilización, los cambios han sido de cosmética. Ahora, mientras se juega a destruir una ciudad o un país, se compromete la desaparición del planeta tierra. Dios se equivocó al crear al hombre, según La Biblia. Sorprende que lo haya hecho a su imagen y semejanza.

Esta semana, y pasando a otro tema, la Real Academia de la Lengua Española, nos envía un obsequio. Acaba de aprobar la expresión chilena, “altiro”, adverbio cuya connotación bélica, a nadie debe enorgullecer. Se utiliza en forma coloquial, a cambio “de inmediato” o “al instante”. En vez de proponer nuestra Academia Chilena de la Lengua, palabras provenientes del mapudungun u otras lenguas vernáculas, se engolosina con expresiones espurias, malsonantes, venidas del lumpen. Aunque se diga que el vocablo está arraigado en nuestro lenguaje coloquial, su contribución es pobrísima.

¿Cuál fue el criterio empleado en proponer este vocablo belicista a la Real Academia Española? ¿Hubo oposición, por ejemplo, de los poetas que integran nuestra docta academia? Ignoro que alguno de ellos, incluya en su creación literaria, por ejemplo, el siguiente verso: “Oh amada ausente, me recuerdo de ti altiro, al despertar”. Alguien que se halla junto a mí, me susurra: “Ojalá no te salga el tiro por la culata”. Traspié de quienes velan por el uso correcto de nuestra lengua. Quienes escriben, deben tener encima del escritorio, tres libros esenciales para ser consultados ante cualquier duda: “Diccionario del uso del español de Chile”, “Diccionario de la Lengua Española” y “Diccionario de ideas afines” de Fernando Corripio. Los contemplo, y agradezco su compañía.

Todas estas últimas observaciones, surgen al observar, cómo nuestro lenguaje es vapuleado y contaminado, día a día. El inglés lo emponzoña, y mientras en Chile los siúticos, escribidores y cagatintas, lo utilizan para referirse a cualquier tema, en otros países, defienden su lengua, por ser el alma de la cultura. Síntomas de dominación del imperialismo que, en vez de utilizar las armas, nos somete al vasallaje, a través del lenguaje. Quienes estarían dedicados a esta vergonzosa labor, serían los amarillos. Dan deseos de proponer la creación del Ministerio de la Lengua Chilena y el Mapudungun.

 

Por Walter Garib

 

 

Escritor

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