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Ocho de marzo: celebración, conmemoración y propuesta

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Las mujeres han demostrado una y otra vez que son una mayoría inevitable en cualquier construcción social, insustituibles a la hora de luchar por los derechos de todos, y en gran medida la conciencia de una sociedad sometida a la cultura capitalista en la que la mujer es un objeto al que hay que sacarle todo el provecho económico posible.

Sin embargo, a pesar de los intentos y declamaciones, las mujeres empoderadas, rebeldes y luchadoras no ha podido desplegar todo el poder que emana de su potencia.

Cosa similar sucede con todas las organizaciones sociales que en algún momento han sido capaces de sacar a las calles a cientos de miles, incluso millones, sin que la energía cinética desplegada en las calles se haya transformado en energía política, la única que sirve.

Las mujeres y sus colectivos han sido capaces de ir ganando espacios que el sistema ha defendido con dientes, uñas y palos. Se han develado a nivel de toda la sociedad las históricas injusticias con las que el capitalismo se ha ensañado con las mujeres solamente para perfeccionar la explotación y sostener un sistema patriarcal inhumano.

Desde el punto de vista del capitalismo, la mujer es un recurso económico.

El camino que ha permitido la toma de conciencia no ha sido fácil ni corto. Desde las primeras voces que se alzaron con la denuncia del patriarcado y la relegación de las potencialidades femenina a una sola función reproductiva y de cuidado, hasta ahora en que las mujeres han logrado importantes avances en su reconocimiento como personas fundamentales en cualquier proceso social.

Sin embargo, mientras la sociedad siga siendo fundada en un orden económico, es decir cultural, en el que los poderosos determinan lo que se hace y lo que no, las luchas de las mujeres y por lo tanto su rol, será limitado y constantemente limitado a funciones en las que no revistan un peligro latente para el orden.

Es el neoliberalismo que ha infectado y enfermado a nuestra sociedad el orden que relega a las mujeres a roles en los cuales no les permite hacer sentir su potencia como mayoría ni su capacidad para impulsar el cambio hacia una sociedad de valores y no de precios.

Para decirlo con todas sus letras: vivimos en un país definido por la cultura pinochetista aun cuando se hayan hecho muchas reformas y se hayan intentado muchos maquillajes. Y ese hecho arraigado muy profundamente en el alma nacional, no ha permitido a los sectores que creen y entienden la necesidad de otro Chile, levantar cabeza y proponer caminos.

Y ese modelo en el que vivimos inmersos sin mucha conciencia de su potencia y profundidad autoritaria, no ha permitido a vastos sectores de la sociedad tener claridad de la fuerza de su condición de mayoría, entre otros a las mujeres.

Una propuesta política, es decir de poder, impulsada por sectores potencialmente poderosos como es el de las mujeres harían temblar el orden patriarcal abusivo, violado, explotador.

Esas maravillosas marchas, la inextinguible creatividad de nuestras compañeras, la decisión manifestada en sus rebeldes discursos y manifiestos, el irrevocable convencimiento de ser insustituibles en cualquier cambio social de sentido humano, debe transformar sus luchas parciales y simbólicas en acción política concreta, medible y certera.

Que ofrezca un camino.

Llegado a este punto es donde destella con luz propia la falencia madre de todo lo que sufre el pueblo abusado: la falta de un proyecto de sociedad que supere al que instaló la dictadura y que supervive entre otras razones, por la falta de alternativa posible y realista.

Este vuelve a ser un bien día de celebración conmemoración y de propuesta. La importancia de este día está por sobre todo en los días que sigan: qué quedó de la bravura manifestada, que sigue de la marcha maravillosa, cómo se articula el proyecto de un buen país para todos, en el que hombres y mujeres ya no se asuman como victimas de un sistema, sino como quienes se proponen cambiarlo.

 

Por Ricardo Candia Cares

Escritor y periodista

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