Gobernar desde la oposición
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Es tanto el desencanto que en todas partes provocan los gobiernos que no cumplen con lo prometido en sus campañas electorales que parece preferible estar en la oposición para bregar por nuestras ideas políticas. Lo sucedido con el auge y rápido desprestigio de muchos mandatarios de izquierda nos lleva a convencernos que partidos y dirigentes conservan mejor sus identidades y propósitos fuera del poder, porqué allí se hace siempre propicio corromperse o morigerar al extremo sus objetivos a fin de sortear las conspiraciones de la derecha y de los llamados poderes fácticos.
En nuestro continente son contados con los dedos de la mano aquellos líderes progresistas que lograron grandes transformaciones o revoluciones. Casi siempre, por lo demás, asumiendo la fuerza y obligándose a reprimir a los adversarios renuentes a los cambios que se proponen. En los últimos veinte o treinta años son muchas las experiencias fracasadas y en la hora actual los herederos del sandinismo en Nicaragua, por ejemplo, han terminado desperfilándose totalmente de sus bellas ideas emancipadoras y libertarias, al grado que es fácil comprobar que los métodos de los más fieros dictadores han sido asumidos a plenitud por quienes hoy mandan en este país.
Los ideales de la revolución mexicana de un Lázaro Cárdenas, en México, terminaron por desacreditarse por completo con el gobernante PRI que, además de imponerse por décadas con una dictadura ”silenciosa”, como se la llamó, concluyo por desandar el camino inicial y rendirse con Salinas de Gortari al capitalismo salvaje y al imperio de las transnacionales. El mismo peronismo terminó en expresiones completamente disímiles que todavía desvarían en la política argentina y cuyos últimos gobiernos han hecho todo lo posible por demarcarse de las propuestas de un Perón que, de él mismo, ya no se puede decir ahora si fue un caudillo de izquierda o de derecha. Casos dramáticos de líderes peruanos, bolivianos, brasileños y de otras naciones han terminado prácticamente por sepultar las promesas de cambio, integridad moral y redención popular.
En Chile mismo, la Revolución en libertad de los democratacristianos se desvaneció rápidamente en lo que un líder como Radomiro Tomic reconoció respecto del gobierno de su camarada Eduardo Frei: “hemos hecho mucho, pero no hicimos la revolución…”Asimismo, el sueño de la Unidad Popular y de Allende fue aplastado por la insurrección militar azuzada por la derecha, Estados Unidos y los grandes empresarios. En un cruento Golpe de Estado que a la distancia debemos reconocer que buscó validarse, entre otras razones, en las graves contradicciones y reyertas de los partidos de izquierda, como en la defección y traición ideológica de la Democracia Cristiana.
A cincuenta años, Pinochet impuso lo que quiso controlando el poder absoluto, ejerciendo el terrorismo de estado y renunciando a las ideas nacionalistas patrocinadas por aquellos grupos políticos que lo apoyaron ingenuamente en un principio. Podríamos decir que el Dictador hizo caso omiso de las mismas bases del régimen civil y militar que encabezó. Lo que se pudo apreciar en el desmantelamiento de las empresas del estado y la postración de su gobierno ante las empresas extranjeras que compraron a vil precio nuestra soberanía nacional. Él hizo realmente una revolución política, social y cultural que todavía nos pesa.
Con los gobiernos de la Concertación ya sabemos, también, que se sacralizó el modelo económico de la Dictadura, solo se hizo “justicia en la medida de lo posible” y se continuó abriendo nuestra economía a la codicia de los inversionistas extranjeros. La misma salud, previsión y educación pública que todavía mantenían cierta tutela del Estado, acabaron por privatizarse completamente y convertirse en un nuevo botín de los empresarios nacionales y foráneos que al final resultaron completamente impunes, pese a los enormes temores de quienes temieron la posibilidad de que la izquierda se tomara venganza una vez en el Gobierno y el Parlamento.
Una historia que de nuevo vuelve a repetirse cuando el propio Jefe de Estado que llegara a La Moneda en andas de las expresiones más radicalizadas, así como de la más severa explosión social de toda nuestra historia, en pocos meses se encuentra contemporizando con la derecha, las agrupaciones patronales y los lineamientos de Departamento de Estado Norteamericano. Así es como ya se habla que las isapres y las AFP no tendrían por qué desaparecer, al mismo tiempo que se reprime al pueblo mapuche al que se le prometió recuperar e sus derechos y propiedades conculcadas. Tanto así que ahora se le imputa la calumniosa especie que detrás de los incendios forestales están sus agrupaciones y comuneros y no en los que siempre quemaron y arrasaron sus territorios ancestrales para instalar el lucrativo y ecocida negocio forestal. En toda una desvergüenza oficial que lleva a las autoridades a asegurarle a dichas empresas que ya no serán exigidas a pagar un royalty y que podrán continuar recibiendo los escandalosos subsidios y exenciones tributarias con que todavía se les favorece.
Ya sabemos cómo después del abortado proceso constituyente, la derecha y la izquierda unidas en el Parlamento nos están convocando a otro en que quienes resulten ahora elegidos para redactar la nueva Constitución tendrán que ceñirse a un marco estricto de preceptos predefinidos por ellos mismos y que, en lo sustantivo, aseguren que la Constitución de Guzmán, Pinochet, Lagos no sufra mayores alteraciones. Lo cierto es que, a un año del nuevo gobierno, la derecha desde la oposición empieza a lograr mucho más que durante los dos gobiernos de Sebastián Piñera.
Es la democracia desnaturalizada que tenemos la que logra el prodigio que resulta preferible ser derrotado en las elecciones mejor que constituir mayoría y cumplir con el mandato soberano. Por lo mismo que no es extraño que muchos de los que gobernaron con la Concertación y la Nueva Mayoría estén tomando de nuevo sitio en el gabinete ministerial y los altos cargos públicos. Se habla de que una vilipendiada Michelle Bachelet se convierte de pronto en una asesora fundamental del joven mandatario, al tiempo que varios de sus ex colaboradores retornan triunfantes a acomodarse en el poder.
Por Juan Pablo Cárdenas S.
Serafín Rodríguez says:
Además de lo que Ud. señala, profe, la corrupción ideológica también implica, según la entiendo, la formulación de promesas que se presentan a la ciudadania con fines puramente electorales y que terminan incumplidas ya sea porque eran económica o políticamente inviables o por falta de voluntad política propia, tal como prácticamente ha ocurrido en el caso de todos los gobiernos de post-dictadura según Ud. ha demostrado en su serie de artículos «La Concertación debe explicaciones…» Esta es una de las prácticas políticas más deleznables porque constituye un abuso descarado de la fe pública, la confianza ciudadana que se deposita en los candidatos que resultan electos por el voto democráticamente emitido.
Felipe Portales says:
Toda la razón. La corrupción ideológica de la Concertación -experimentada a fines de los 80- fue crudamente reconocida (con las palabras «convergencia con la derecha que no podía ser políticamente reconocida») por el propio «arquitecto» de la «transición» Edgardo Boeninger en su libro (consultable por PDF) «Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad» (Edit. Andrés Bello, 1997, pp. 367-70). Desgraciadamente, dicho libro todavía no es conocido por la generalidad de la población. ¡La propia dirigencia de la Concertación se encargó de «esconderlo»…
Hugo Murialdo says:
«Los líderes pseudo progresistas de hoy son mucho más peligrosos que Trump». Slavoj Zizek
Serafín Rodríguez says:
Y la razón es simple… Son ideológicamente corruptos.