Chile al Día Opinión e identidades

La gala del festival

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Airados, ofendidos, despreciados, una turba de entusiastas seguidores del glamour de la alfombra roja del festival de Viña del Mar, hacen saber su desencanto a los atizadores del malestar popular de los canales de la competencia, tras las rejas en las que fueron encajonados para no afear la pulcritud de la riqueza y elegancia que desfilaba metros más allá.

Mucha de esa gente reconoce haber venido del Chile extremo solo para ver pasar a los famosos por los cuales darían la vida y que posarán fugaces ante las cámaras de sus celulares de alta gama que estarán pagando a crédito.

Aunque, hay que decirlo, esta vez la idea era vestirse con porquerías recicladas, por lo menos en apariencia, en un gesto de costosa solidaridad con lo que suponen un perraje menos dotados por la suerte.

Así, sujetos sin ninguna gracia trascendente que no sea vivir de la tontera de otros, desfilaron vestidos hechos de retazos de porquerías, de las desaparecidas monedas de a peso, de pedazos de metal elaborado y vuelto a elaborar y fibras recicladas y vueltas a reciclar.

Parecer pobre, sale bastante caro. Una falacia en toda la línea. La picantería disfrazada de solidaridad y comprensión.

Lastimosamente esa gente humilde intenta ver, aunque sea por unos segundos a las personalidades que van a desfilar por la alfombra roja de los famosos y millonarios. Esta vez deberán contentarse con alguna imagen lograda con los teléfonos celulares tras las rejas utilizados en los gallineros y los camiones policiales.

No hay paso para el gilerío de a pie.

Y no se crea que el evento musical más importante de América Latina es solo un buen negocio de los empresarios del show business y de paso anestesiar por una semana al populacho. También es un momento que representa como pocos el alma nacional.

El Festival de Viña del Mar ha vuelto en gloria y majestad con su indiscutible peso en la cultura nacional: representa con extrema precisión la partición grosera de nuestro país: algunos viven como en Mónaco mientras otros lo hacen como en Burundi.

Lo que sucede en el escenario, tras bambalinas y en los set de televisión durante esa esperada semana, es lo que sucede a diario en otros aspectos de la cultura neoliberal extrema: un grupo lo pasa bien, mientras una abrumadora mayoría que no lo hace mira ese disfrute por la tele si decir esta boca es mía y peor aun celebrando alborozados a quienes se burlan de ellos y sus carencias.

Es en esta fecha cuando la extrema fragmentación de la sociedad chilena se transmite a todo el país en vivo y directo.

El resto del año se vive en el mutismo del trabajo miserable y mal pagado, en la pensión inmoral, en el sistema de salud que debiera llamarse de enfermedad, en escuelas para reproducir la pobreza y la desesperanza, una justicia que funcionar como las estatuas humanas de la calle Ahumada: solo se mueve cuando le ponen monedas y un sistema político que se desfonda por el peso de su corrupción.

Este es el momento cúlmine en que se destacan personajes de los que nadie puede decir con exactitud qué es lo que hacen, cual es su aporte. Se exacerba el escándalos en el convencimiento que eso vende. Lo que no interesa a nadie.

En estas noches el chungo engrupido se olvidará, si es que alguna vez lo supo, que el sur lo queman los ricos, que se roban país a mordiscones, que se enriquecen con las pensiones de los viejos, que dejan hacer a los delincuentes civiles y uniformados, que se olvidan de los decenas de miles de niños que abandonan la escuela que no les sirve para nada, que se abandona a los pobres a su suerte en sus poblaciones marginales y tomadas por la delincuencia, entre otras maravillas.

El Festival de Viña del Mar es solo una confirmación de lo que es el país: un territorio en el que se de muestra la victoria inapelable del capitalismo en su variante más extrema, el neoliberalismo.

Vea esta perla:

Karol G es una cantante colombiana que tiene de cabeza a sus fans, adolescentes y niñas, que han venido desde los rincones más alejados a verla, aunque sea solo por unos segundos.

La llaman la Bichota, palabra tomada de los traficantes de droga centroamericanos cuyo significado es jefa del tráfico de drogas.

Como para enmarcarlo.

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 

 

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