Guerra ruso ucraniana

Rafael Poch de Feliu: «La Unión Europea ha errado el cálculo tanto o más que Putin»

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Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) fue corresponsal internacional durante 35 años. La mayor parte de ellos (1988-2008) los pasó en Moscú y Pekín para el diario La Vanguardia. También ha trabajado en el periódico alemán Die Tageszeitung, la edición española de Le Monde Diplomatique, CTXT y la revista pekinesa DuShu. Además, fue corresponsal itinerante en Europa del Este entre 1983 y 1987. Autor de varios libros sobre Rusia y China, ha sido profesor de Relaciones Internacionales en la UPF de Barcelona y en la UNED. Como comprobará el lector, es una de las mentes más brillantes de su generación y un ‘periodista de raza’ que sabe de lo que habla. Tiene la amabilidad de explicarnos qué es lo que está ocurriendo en el mundo…

Hace casi un año que Rusia invadió Ucrania, pero los expertos en relaciones internacionales afirmáis que el conflicto entre estos dos países se originó mucho antes. ¿Dónde situarías tú su inicio?

En el cierre en falso de la guerra fría. A principios de los noventa se pactó que la retirada soviética del espacio centroeuropeo, la disolución del Pacto de Varsovia y la reunificación alemana, acabarían con la lógica de bloques militares en Europa. El entendimiento general fue que todo eso no sería aprovechado para ampliar el bloque adverso, pero eso fue lo que ocurrió a lo largo de los veinticinco años siguientes. En lugar de la “seguridad continental integrada” firmada en la Carta de París para la nueva Europa de noviembre de 1990, se abrió paso una seguridad europea primero sin Rusia y luego contra Rusia. La OTAN no se disolvió y hoy está junto a las fronteras de Rusia creando las tensiones que justifican su existencia. Obviamente las responsabilidades de este disparate se reparten entre todos los protagonistas, pero la principal es de Estados Unidos, que no quería perder su dominio político-militar en Europa sin el cual su potencia global se resentía considerablemente. En segundo lugar, una Unión Europea germanocéntrica que se ha demostrado geopolíticamente analfabeta e impotente. En tercer lugar, el grupo dirigente ruso que en los noventa primero fue demasiado optimista con Gorbachov por confiar en la buena voluntad de sus interlocutores, luego se centró con Yeltsin en la privatización del patrimonio nacional sobre cualquier otra consideración, hasta que Putin empezó a ordenar las cosas recuperando intereses nacionales rusos y chocando por ello cada vez más con un Occidente que solo preveía un papel subordinado y subalterno para Rusia. Todo esto tiene una larga cronología y un desenlace con el cambio de régimen en Kiev del invierno de 2014 al que Rusia respondió anexionándose Crimea. Desde entonces aquel cierre en falso de hace un cuarto de siglo se dirime militarmente. El ejercito ucraniano que en 2014 era una birria fue armado y financiado intensamente por la OTAN desde entonces con el objetivo de batir a Rusia, recuperar Crimea e imponer con forceps una narrativa nacional antirrusa a la mayoría de la población ucraniana rusoparlante que no estaba de acuerdo con ella y que dio lugar a una guerra civil en el Este del país a partir del verano de 2014. Todo esto es una historia larga y compleja, repleta de sombras en ambos bandos. En su lugar lo que nos explican es un guion infantil de Hollywood: en Rusia hay un zar malo que quiere recrear la URSS a costa de la “Europa de los valores”, “democracia contra autocracia” y otros cuentos. Es lo que suele ocurrir en las guerras y en los pulsos entre potencias que éstas presentan como historias de buenos y malos.

Los relatos sobre la guerra tienen tres claros protagonistas: Vladimir Putin, Joe Biden y Volodímir Zelenski. El retrato de cada uno de ellos cambia en función de su autor. Según tu opinión, ¿cuáles son los papeles que juegan en esta historia?

En general las personalidades cuentan poco. Ese es otro aspecto del guion para niños con el que nos alimentan. Putin y su régimen autocrático estaban de capa caída en 2021. Su reforma neoliberal de las pensiones creó una ola de protestas inusitada. Su entorno geográfico, de Bielorrusia a Kazajstán, vivió revueltas sociales significativas. Está además el problema de la sucesión en un sistema que desconoce la rotación electoral y apenas tiene división de poderes como las democracias de baja intensidad de Occidente. Una corta guerra victoriosa antes de que madurara el revés militar en Crimea que preparaba Ucrania con la ayuda de la OTAN, le solucionaban algunas de esas cosas. Se ha encontrado con que el asunto es más complicado de lo previsto. No esperaba una reacción tan fuerte de la población ucraniana en defensa de su soberanía, ni apoyos tan fuertes de Washington y de la Unión Europea. De hecho su ejército entró en Ucrania con pocos efectivos y sin golpear fuerte. Creía que el régimen ucraniano se desmoronaría… Pero la miopía ha sido general. Occidente creía que sus sanciones arruinarían a Rusia y debilitarían a Putin. De momento eso no ha ocurrido. La Unión Europea ha errado el cálculo tanto o más que Putin y la guerra le ha convertido en un vasallo de Estados Unidos que hasta ha reventado los gaseoductos alemanes del Báltico, sin que nadie lo mencione. Alemania se está cubriendo de gloria con la generación política más incompetente desde la posguerra. Con toda su errática senilidad, Biden es más coherente: quiere debilitar a Rusia -algunos siguen soñando con su desmembración territorial – y paliar el lento pero inexorable declive de su potencia mundial ante el ascenso de nuevos actores, con China en primer lugar, que antes no contaban nada. Doblegar a Rusia es importante en ese contexto general, pero la situación interna en Estados Unidos también es confusa e incierta… La simple realidad es que todos los actores implicados en esta guerra están expuestos a grandes convulsiones internas, pero sin duda, es Ucrania quien tiene los peores números. Zelenski ganó las elecciones con el 70% de los votos con la promesa de integrar un país regionalmente muy dividido en sus identidades y resolver el conflicto del Donbas via un entendimiento con Rusia, pero empujado por el nacionalismo ucraniano antiruso que entonces solo abrazaba el 30% de su población pero que dominaba desde 2014 las estructuras del Estado y por las grandes potencias occidentales, giró por completo. Los sectores más radicales le amenazaron con “colgarle de un árbol” si negociaba con los separatistas del Este apoyados por Moscú. Hoy han hecho de él una estrella mediática, pero puede llegar un momento en el que quede preso de su propio papel y cualquier solución negociada del conflicto, si Washington así lo decidiera, tenga que saldarse con su desplazamiento del poder en favor de una junta militar.

Putin ha acusado al Gobierno de Kiev de amparar a grupos neonazis y de ayudarles a perseguir a ciudadanos ucranianos ‘prorrusos’ en numerosas ocasiones. ¿Son ciertas estas aseveraciones?

Es evidente que hay una fuerte represión, con eliminación física de “traidores”, contra quienes no comulgan con la línea del gobierno. La prensa de Estados Unidos ha mencionado el fenómeno en los territorios que el ejército ucraniano recuperó en otoño. En Kíev quienes no comulgaban con los puntos de vista del gobierno se han tenido que callar, sus partidos han sido ilegalizados, sus medios de comunicación cerrados y muchos analistas de renombre han desaparecido de la escena. Hay opositores encarcelados. No creo que la situación sea muy diferente de lo que nos cuentan sobre Rusia con todo lujo de detalles. En Ucrania hay también decenas de miles de desertores con más de 12.000 detenidos intentando cruzar la frontera ilegalmente para salir del país, según un informe oficial ucraniano de la semana pasada. Y eso en un país donde es aún más fácil que en Rusia comprar una exención militar. En marzo había en Polonia más de 400.000 hombres en edad militar. Hay mucha gente razonable sin entusiasmo por morir por la patria. Y lo mismo pasa en Rusia. Esta gente de ambos bandos que no quiere ser carne de cañón, tiene toda mi simpatía y debería ser apoyada. Respecto a los neonazis, es cierto que en la ideología nacionalista radical de Ucrania Occidental hay una reivindicación abierta de los filonazis ucranianos que hicieron causa común con Hitler en la Segunda Guerra Mundial y con la CIA en la guerra fría. En todo el país hay centenares de monumentos, calles y recordatorios a esa gente, incluso sellos de correos, aunque muy pocos de esos homenajes se encuentran en Ucrania sud-oriental. Esa ideología tiene representación en unidades militares y servicios de seguridad, pero de eso a definir como “nazi” al régimen ucraniano hay un salto absolutamente desproporcionado que practica la propaganda rusa para vender su propio relato justificatorio. Ucrania no tiene un “régimen nazi”, sino neoliberal, proocidental y claramente dependiente de sus protectores y sostenedores americanos y europeos.

 

No creo que los ucranianos tengan la iniciativa ni que estén ganando esta guerra como afirma nuestra propaganda. Creo que ahora mismo, esta semana, los ucranianos están sufriendo unas bajas horribles, cuya cifra desde el inicio del conflicto asciende a 100.000, como se le escapó a la incompetente Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

 

Los líderes de las dos naciones se acusan entre sí de cometer crímenes contra el derecho internacional. La masacre perpetrada por las fuerzas invasoras en Bucha o el asesinato de prisioneros rusos por parte de las milicias ucranianas no son hechos aislados. ¿Se están tomando medidas para combatir estos actos?

Desconozco la realidad sobre el terreno y desconfío, por experiencia, de la crónica periodística que ya nos la jugó en los Balcanes enfatizando los crímenes de un bando y silenciando los otros, y escenificando falsas masacres como la de Rachak, en Kósovo, pero estoy seguro de que ha habido crímenes en Ucrania. La propia invasión rusa ya fue un crimen, todas las circunstancias que la propiciaron y provocaron desde Occidente, también lo son. Los crímenes son consustanciales a toda guerra. Respecto a las medidas que puedan tomarse, la pregunta clave es ¿quien va juzgar? No veo una “justicia internacional” con credibilidad. En el arco que va de Afganistán a Libia, pasando por Irak, Yemen, Somalia y Siria, el bando occidental tiene a su cuenta más de tres millones de muertos, entre directos e indirectos, y unos cuarenta millones de desplazados, así como sociedades enteras destruidas y países arrasados, según el cómputo “Cost of War” de la Universidad Brown de Estados Unidos. ¿Tienen estos autoridad para denunciar la barbaridad rusa en Ucrania? Los crímenes de Putin son creíbles siempre que los pongan al lado de los de los Bush, Obama, Clinton, Biden, etc., de lo contrario estamos ante el fraude habitual. De momento la justicia occidental realmente existente mantiene recluido desde hace diez años a Julian Assange por denunciar esos crímenes occidentales y lo quieren extraditar a Estados Unidos para juzgarlo sin garantías y condenarlo a 150 años de cárcel. Seamos serios.

 

En el mundo hay pocas personalidades con credibilidad para mediar en esta guerra. Lula es la primera de ellas.

En tu artículo Resignados a una larga guerra, aseguras que el presidente de Brasil, Lula da Silva, es el hombre que podría actuar como intermediario para acordar un alto el fuego y una paz duradera. ¿Por qué?

Porque a diferencia de mandatarios como Angela Merkel y François Hollande, que han reconocido que los acuerdos de paz de Minsk, negociados a partir de 2015 entre Rusia y Ucrania con la mediación de Francia y Alemania, no eran más que una pantalla para ganar tiempo e ir armado a Ucrania, Lula sí tiene credibilidad en la verdadera “comunidad internacional”, que no es ese pequeño club de países occidentales que suele arrogarse el nombre. Lula fue el artífice del acuerdo nuclear con Irán del que Estados Unidos se retiró. Como la mayoría de la verdadera comunidad internacional, que ha votado en la ONU contra la invasión rusa pero también contra las sanciones a Rusia, Lula sabe que las responsabilidades de esta guerra son compartidas. Sabe que tras la guerra de Ucrania hay un pulso para eliminar a Rusia y debilitar a China, que son contrapesos esenciales a Occidente en el escenario mundial. Además, Lula tiene una situación interna sumamente complicada, lo hemos visto en el último asalto bolsonarista a las instituciones en Brasilia. No tiene tantos recursos para repartir renta como tuvo en su anterior mandato, tiene una extrema derecha potente enfrente, así que la acción internacional puede ser el catalizador de su `propia consolidación interna. Ucrania puede ser su gran reto exterior. En el mundo hay pocas personalidades con credibilidad para mediar en esta guerra. Lula es la primera de ellas.

Por cómo describen los medios de comunicación occidentales la situación, parece que la iniciativa militar está ahora en manos de las fuerzas controladas por Kiev. A pesar de ello, hay ciertos entendidos en la materia que ponen en duda la relevancia de sus últimos ataques. ¿Quién crees que lleva la razón?

No creo que los ucranianos tengan la iniciativa ni que estén ganando esta guerra como afirma nuestra propaganda. Creo que ahora mismo, esta semana, los ucranianos están sufriendo unas bajas horribles, cuya cifra desde el inicio del conflicto asciende a 100.000, como se le escapó a la incompetente Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. La superioridad artillera e industrial de los rusos es aplastante. Tampoco creo que la contraofensiva ucraniana de otoño fuera tan importante como se vendió en nuestra prensa. Me `parece que hubo un repliegue ruso bastante ordenado y que desde entonces se ha replanteado toda la estrategia del ejército ruso. El hecho es que los rusos han conquistado 100.000 kilómetros cuadrados de los 600.000 que tiene Ucrania. ¿Quiere decir eso que están ganando? Tampoco lo creo. Habrá que ver si hay una ofensiva de invierno rusa y qué resultados tiene, pero la impresión es que esta es una guerra sin vencedores, en la que la población ucraniana está pagando una terrible factura por la agresión rusa, la irresponsabilidad de sus dirigentes y el uso de toda la situación realizado por Occidente, con Estados Unidos en primer lugar.

Otra cuestión es la de los refugiados. Según el Ministerio del Interior, España ha concedido más de 160.000 protecciones temporales para los que huyen de la guerra. Con 22.963 estatutos tramitados, la Comunidad de Madrid es una de las más implicadas en la acogida. ¿Cuál es la situación en la que se encuentran estas personas?

Lo desconozco.

El dinero y el material bélico que Europa y EE.UU. están enviando a Zelenski tampoco son infinitos, como explicaba Enrique Figueredo en la edición diaria de La Vanguardia del pasado 21 de octubre. ¿Podría forzarse la paz si la industria armamentística decide cerrar sus grifos?

La industria armamentística nunca cerrara un grifo que le da dinero. La cuestión es política. Uno de los problemas, particularmente en Estados Unidos, es que esa industria, el complejo militar-industrial, manda mucho políticamente, financia los principales laboratorios de ideas de los que, por cierto, beben nuestros periodistas, y claro que no está interesada en cortar ese filón. La paz es difícil porque nadie puede perder la cara. Todo lo que no sea mantener las regiones conquistadas por Rusia y que Moscú ha declarado anexionadas como parte de su territorio, es decir Crimea, Donbas, Zaporozhie y Jersón, será visto como fracaso en Rusia. Y un fracaso significa para el Kremlin riesgo de quiebra de régimen, como ocurrió en 1905 con la guerra ruso-japonesa y luego en 1917 con la debacle de la primera guerra mundial que abrió la puerta a la revolución. Así que el grupo dirigente ruso luchará hasta el final para evitar ese escenario de quiebra. Por otro lado, todo lo que se parezca a una victoria rusa es inaceptable para Estados Unidos, porque evidenciaría su debilidad y declive. En la Unión Europea, que cuenta muy poco, hay toda una serie de miembros como Polonia o los bálticos capaces de cualquier locura militar si hay luz verde de Washington. La situación es muy peligrosa. En el mejor de lo casos podría asentarse en un conflicto congelado, en una especie de armisticio a la coreana, mas que en un verdadero acuerdo de paz. En el peor hay un riesgo nuclear evidente.

Rusia y China han colaborado de una forma cada vez más estrecha durante los últimos años para batir al enemigo común. Sin embargo, también han tenido problemas entre ellas en el pasado reciente. ¿Hasta qué grado crees que están dispuestos a cooperar entre sí?

El acercamiento entre Rusia y China ha sido forjado por la común política de hostigamiento y hostilidad recibida de parte de Washington. A principios de siglo, en el inicio del mandato de Putin y con Jiang Zemin en China, ambos países preferían un entendimiento de cada uno de ellos con Estados Unidos a la actual alianza. Ha sido la política de Estados Unidos la que los ha unido. Tanto Rusia como China han sido rodeadas de un cinturón de bases e infraestructuras militares y presionadas económicamente, últimamente con duras sanciones. El maltrato común es lo que ha unido a Rusia y a China. Una política más hábil de Washington habría intentado ganarse a Rusia contra China, pero para eso había que reconocer los intereses rusos en Eurasia y explotar la desconfianza mutua de ambos países, pero en lugar de eso Washington les ha empujado a estrechar sus relaciones. Hoy Rusia ya es demasiado importante para China y la guerra de Ucrania aún les ha acercado más. Occidente no solo no ha conseguido que China se sumara a las sanciones contra Rusia, sino que Moscú y Pekín han incrementado significativamente sus relaciones comerciales y políticas. Pekín entiende que si cae Rusia, China será objeto de presiones económicas y militares concentradas contra ella. La política de Estados Unidos hacia Taiwán cada vez más beligerante sugiere en Pekín una analogía con Ucrania. Así que ambos países mantienen un propósito común de desvincularse paulatinamente de la dependencia del dólar y de la tecnología occidental que se les niega vía embargos y sanciones. Algo parecido está ocurriendo con otros grandes países emergentes que están acercándose a un polo no occidental más o menos liderado por China, o, mejor dicho, que la potencia económica china hace posible.

EE. UU. y la UE están respaldando a Ucrania contra Rusia en Europa, pero tampoco pierden de vista el Lejano Oriente. Contemplan a China como una seria amenaza

China es la única potencia que tiene un plan alternativo de futuro para el mundo, basado en primer lugar en la integración euroasiática, desde Shanghai hasta Lisboa. En esa gran masa continental, Estados Unidos está geográficamente ausente, así que romper ese propósito es un eje fundamental de la política de Washington. La guerra de Ucrania debe ser contemplada también desde ese punto de vista. El conflicto, la división de Europa, ahora en el Dnieper, rompe los canales de transporte comercial y de energía que China está trazando en su propósito integrador. El atentado, obviamente americano, contra los gaseoductos germano-rusos del Báltico, es el suceso que mejor retrata la situación. Europa está siendo implicada, vía la OTAN, en un conflicto con quien era su principal socio energético, Rusia, y con su principal socio comercial, que es China. La estupidez estratégica de la Unión Europea, con Alemania en el centro, es inaudita. Respecto a la “amenaza china” me parece un mito. No creo que China se proponga “dominar el mundo”. El problema es que su dinámico fortalecimiento amenaza a quienes han dominado el mundo los últimos doscientos años. Los occidentales solo conciben un mundo de conflictos, de ganadores y perdedores, dominantes y dominados, pero si nuestro mundo tiene futuro, es imperativo cambiar esa mentalidad y cooperar para afrontar los retos del siglo, es decir: el calentamiento global, la desigualdad social y regional, la superpoblación y la proliferación de recursos de destrucción masiva, entre otros. Puede que un ocaso occidental y un mayor peso de China en el mundo mejore algo las cosas para ese necesario cambio de mentalidad al que me he referido, pero nada es seguro.

El ‘gigante’ asiático lleva décadas reclamando a la comunidad internacional su derecho de soberanía sobre la isla de Taiwán. ¿Crees que la entrada de Putin en Ucrania puede tentar al presidente Xi Jinping para recuperar la llave que cierra sus costas continentales al Mar de la China Meridional y al Mar de la China Oriental?

No es que China «reclame», sino que la ONU y hasta Estados Unidos y la Unión Europea reconocen que Taiwán forma parte de China, el llamado principio de “una sola China”. Ese es el motivo de que Taiwán no sea miembro de la ONU ni sea considerado un país. Estados Unidos y China restablecieron sus relaciones sobre ese principio, pero en los últimos años Washington está dando pasos que ponen en cuestión aquel consenso establecido en los años setenta, lo que da lugar a tensiones militares en el estrecho. Cada mes o mes y medio hay contacto militar directo entre unidades navales y aéreas de China y de Estados Unidos en el Mar de China meridional. Es una provocación constante contra China y es peligrosa porque, aunque nadie lo desee, es fácil que un incidente militar degenere en conflicto. Dicho esto, no creo que China vaya a iniciar una invasión de Taiwán. La política china tiene mucha mayor calidad que la rusa.

Parece que ha habido movimientos muy importantes en el orden internacional durante la última década. A España le afecta en especial la polémica cuestión que rodea al Sáhara Occidental, Marruecos y Argelia. ¿A qué responde la aceptación del plan de autonomía marroquí por el presidente Sánchez?

Para mi es inexplicable a menos que Estados Unidos haya presionado a Sánchez de una forma inapelable. Sin eso resulta incomprensible la torpeza que significa deteriorar las relaciones con Argelia, cuanto mayor es la dependencia gasística. Eso sin mencionar la parte moral del asunto, de abandonar a los saharauis.

 

Por Jayro Sánchez

Fuente: El Resurgir de Madrid

 

Periodista. El Resurgir de Madrid

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  1. Excelente, es totalmente necesario leer opiniones de gente envuelta en lo que sucede internationalmente y que además sean parte de lo que pasa. Gracias Clarin por esta entrevista.

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