«Todas esas cosas maravillosas»: palabras de vida
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Uno de los ritos veraniegos en la ciudad de Santiago, desde hace algunos años, vienen siendo los paseos al caer el sol y meterse a una sala de teatro. Así fue como nos dirigimos a la grata sala del Teatro Camino a presenciar este monólogo interactivo de Álvaro Escobar.
Partiremos con estos versos del «Pregón para iluminarse» de la legendaria banda de Los Jaivas: «Traigo lunas para su jardín y ramitos de sonrisa en flor». Si estos versos fueran escritos para alguno de nosotros, seguro nos regalarían una experiencia auténtica con la belleza, en el sentido de la vivencia de una conmoción, es decir, la emoción de un momento de esos en que sentimos la emoción de la vida en un palpitar. Tal vez es aquello lo que intuye el protagonista y director de esta obra teatral del dramaturgo inglés Duncan Macmillan («Every Brilliant Thing» traducido al español como «Las cosas extraordinarias») en este monólogo que se inicia con la inocencia de un niño que busca entregarle a su madre motivos para vivir, y que recibimos bellamente contextualizada, tanto así que a veces nos vemos sumergidos en nuestras propias historias, como si tuviésemos una conversación cercana con un amigo que compartió las luces y sombras de la vida infantil en aquellos turbulentos años setenta, aires de cambio y esperanza de los ochenta, la sorpresa y desazón de los noventa, y así hasta llegar a la adultez del presente, compartiendo anécdotas y a momentos, en medio del hilarante ambiente de comedia; siendo sorprendidos incluso por las lágrimas. Sin duda esta comedia que combina humor y angustia, nos sumerge en un viaje de emociones en el cual la música juega un papel fundamental, no sólo por la lírica que acompaña de manera precisa el recorrido emotivo sino también por la pureza de los sonidos y su esencia, la que va directamente a los sentidos.
Al comienzo de la obra el protagonista nos sitúa dándonos información sobre la cantidad de suicidios que suelen realizarse en nuestros días, es decir una estadística sobre las personas que deciden quitarse la vida por pérdida de un sentido para vivir. Por cierto que este acto que interrumpe por voluntad la vida no es sólo de nuestra época, por ejemplo hay libros filosóficos como el del filósofo alemán Philipp Mailänder titulado «Filosofía de la redención», varios filósofos chilenos durante el siglo XX también abordaron este tema, entre ellos, Clarence Finlayson y José Echeverria, actualmente desde sus lecturas del filósofo alemán mencionado la filósofa Sandra Baquedano ha escrito sobre este tema. En la literatura, también ha tenido presencia este tema, aquí el referente clásico es «Las penas del joven Werther» de Goethe. En varias óperas aparece el suicidio exaltado en el drama. En el caso de esta obra de teatro el suicidio es un leitmotiv.
Es interesante que en el monólogo el suicidio no es dramatizado ni exaltado, al contrario las palabras que comienza a escribir el protagonista en su infancia son frases que buscan más bien un agarrarse a la vida, es decir, son mensajes de esperanza en torno a que vale la pena vivir. En esta interpretación de la obra aparece implicítamente la atmósfera de la dictadura, es 1977, es el Chile de las desapariciones y de los ejecutados políticos, es el tiempo de la catástrofe, la violencia que atenta contra la vida, la vida permanentemente bajo amenaza, hay pérdida del sentido.
Así es como este niño va desarrollando sin límites un listado de «todas esas cosas maravillosas», hasta encontrar el amor y después del amor también. Esto hace que el público viva la comedia, con esos gestos que van apareciendo a nuestra cultura popular familiarizándonos con el relato que mantiene interpelada la emoción. «Helado» es la primera palabra, otra es «que te den permiso para ver televisión después de la hora de acostarse» (tener en cuenta el toque de queda y los televisores que ofreció el Dictador a los hogares chilenos), «el olor a tierra cuando llueve», «pan con palta». La centralidad de la música es relevante, las sonoridades del jazz, la introducción al Pregón para iluminarse de Los Jaivas, las cumbias. El disco de vinilo central, hasta con una grabación del «sonido a huevo frito» que poseen algunos discos viejos, o ese recuerdo del hogar chileno en el que era muy común guitarrear al interior de las familias o con amigos. Mahler, Milanés y Los Jaivas recordándonos el poder transformador de la música, expresión artística reflejo del alma de una sociedad, de una madre, de una familia; los silencios como figura importante en el paisaje sonoro, espacios de indescriptible riqueza emotiva en donde podemos reconectar con todo aquello que el cotidiano intenta silenciar.
Esta obra comenzó a presentarse en el encierro pandémico y de ahí ya ha ido consolidando un recorrido en distintos teatros, este sábado 14 de enero se vuelve a presentar en el Teatro Camino, una obra que deja una experiencia de belleza, nadie se movía de sus asientos para irse, incluso es probable que tenga la experiencia de convertirse en uno de los personajes de esta puesta en escena.
Paquita Rivera.
Música
Alex Ibarra Peña.
Filósofo