Con documental sobre niños uruguayos secuestrados en Argentina y abandonados en Valparaíso se inauguró la versión xv del Festival Cine Otro de Valparaíso
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El Colectivo Cultural Cine Fórum inauguró el jueves 01 de diciembre la versión número XV del Festival de Cine Social y Derechos Humanos, Cine Otro, exhibiendo el documental “Y CUANDO SEA GRANDE”, del director César Charlone, que relata la historia de dos niños secuestrados en Argentina y abandonados en la Plaza O’Higgins de Valparaíso.
Al final de la proyección se realizó un Conversatorio que contó con la participación de Jazmín Valdivia, integrante del Área de Derechos Humanos de la Municipalidad de Valparaíso; Viviana Fernández, de la Agrupación de Ex Menores Víctimas de Prisión y Tortura; y Victoria Larrabeiti, una de los dos niños secuestrados en Argentina y abandonados en la ciudad puerto, cuyo testimonio entregado en este foro transcribo al final de esta crónica.
MEMORIA HISTÓRICA:
En diciembre del año 1976 dos pequeños niños, Anatole y Victoria, de cuatro años y un año y medio respectivamente, fueron abandonados en la Plaza O’Higgins de Valparaíso. Quienes notaron su presencia sin un adulto a su cuidado dieron cuenta a Carabineros y estos los trasladaron hasta una institución de menores. Los niños no tenían acento chileno y nadie dimensionó en ese momento el terrible drama que estos pequeños habían vivido.
Sus padres, Mario Roger Julien Cáceres y Victoria Lucía Grisonas Andrijauskaite, uruguayos y militantes anarquistas, se habían refugiado en Argentina luego del golpe de estado del año 73 en Uruguay junto a su hijo Anatole, quien había nacido el año 1972 en Montevideo. Radicados en Buenos Aires tuvieron a su hija Victoria el año 1975. En septiembre del año 76 las siniestras garras de la Operación Cóndor, una “transnacional del terrorismo de estado” formada por los aparatos de seguridad de las dictaduras latinoamericanas, cayeron sobre ellos asesinando y haciendo desaparecer a los padres, mientras los pequeños fueron secuestrados y llevados a distintos centros de detención, primero en Argentina y luego en Uruguay, para posteriormente ser trasladados a Chile, donde, por causas no aclaradas todavía, fueron abandonados en la Plaza O’Higgins de Valparaíso.
Desde el hogar de menores, Anatole y Victoria fueron adoptados por el matrimonio chileno formado por el dentista Jesús Larrabeiti y la profesora Silvia Yáñez, mientras su abuela paterna, María Angélica Cáceres, los buscaba intensamente en Uruguay. Luego de tres años de búsqueda, a María Angélica Cáceres le llegó la información de que sus nietos podían estar en Chile por lo que se trasladó hasta nuestro país acompañada por personeros de Naciones Unidas y organismos de derechos humanos, comprobando así la veracidad de la información. En conversaciones con los padres adoptivos, quienes se enteraron así de la dramática historia de Anatole y Victoria, apoyados además por distintos profesionales, decidieron de mutuo acuerdo que los niños permanecieran con sus padres adoptivos, pero que viajaran regularmente a Uruguay a encontrarse con sus familiares biológicos.
Anatole, de 7 años, y Victoria, de solo 3 años en ese momento, fueron los primeros hijos de detenidos desaparecidos en ser encontrados en América Latina, dejando al descubierto esta siniestra máquina represiva internacional coordinada por los regímenes dictatoriales latinoamericanos.
TESTIMONIO DE VICTORIA LARRABEITI YÁÑEZ:
“Siempre es muy emocionante cuando me toca ver mi historia y la de mi hermano, nunca deja de conmoverme. A través de los años siempre va cambiando, siempre una va construyendo esta memoria, primero de manera individual, como yo, que me enteré cuando tenía 9 o 10 años. Mi hermano se acordaba de nuestros papás bilógicos, él siempre lo supo y siempre supo guardar muy bien este secreto hasta que ya era el momento de contármelo. Mis papás adoptivos también, mis papás chilenos.
Me tocó la suerte de estar en una familia muy buena, con un excelente papá, una excelente mamá, tuve la fortuna de no haber sido apropiada por los mismos represores, como es el caso de mucha gente que conozco. Hace poco estuve con las Abuelas de la Plaza de Mayo y tuve la oportunidad de compartir con, yo le digo una hermana, que comparte un pasado bastante similar al mío, sin embargo, en el caso de ella, fue apropiada por un jefe de la policía que estaba directamente involucrado en el asesinato de sus padres, sin siquiera darle la oportunidad de regresarla a los familiares que sí quedaban y que sí la estaban buscando. Ella se llama Macarena Gelman, es nieta de un poeta, Juan Gelman, que fue a buscar a su hijo y a su nuera que estaba embarazada de ella, de ocho meses cuando fue secuestrada. María García de Gelman estuvo en el centro de detención y tortura de Automotores Orletti en Buenos Aires, donde fuimos llevados mi hermano y yo. Mi hermano contaba con 4 años y yo con 1 año y medio. A ella le tocó cuidarme, embarazada, detenida. Ella tenía 18 o 19 años, no tenía militancia política, sin embargo, esperaron a que naciera Macarena y le dispararon en la cabeza.
Macarena me confesó en esta junta, que hace poco, al cumplirse cuarenta años de las Abuelas de la Plaza de Mayo, que fue a ver a José Nino Gavazzo a prisión. La llevó la propia hija que lo defiende y él le dijo que “todo lo que hablemos acá, yo nunca lo voy a reconocer en público, si vienes para que te pida perdón no te voy a pedir perdón, porque esto no tiene perdón”. Esas son frases que a mí me llegaron al corazón, como un gran símbolo de la represión y el terrorismo de estado, pronunciadas por José Nino Gavazzo, que además quería apropiarse de mi hermano. Él iba también a otro centro de tortura que quedaba en Uruguay, porque fuimos transportados también a Uruguay como un botín de guerra, pasando por distintas manos, por familias, por casas, por centros de torturas, por lugares muy lúgubres. Tengo entendido que Gavazzo, mi hermano se acuerda de él, estaba considerando llevarse a mi hermano, le llevaba dulces, yo no estaba incluida en esta decisión.
El operativo que ocurre con mis padres sucede en Argentina en septiembre del 76 y fuimos llevados a Automotores Orletti, posteriormente somos llevados a Uruguay, a otro centro de detención y tortura, y, finalmente, terminamos en Chile.
Uno se pregunta cuál era el plan, a quién nos iban a entregar. Ante esto yo solo tengo suposiciones, hipótesis. Se dice que nos iban a entregar a un jefe X chileno, pero que algo al último momento salió mal, porque qué sentido tendría haber dejado a dos niños notablemente extranjeros por el acento, muy bien vestidos, no estábamos como en situación de calle. Dejarnos en la Plaza O’Higgins abandonados fue como dejar un cabo suelto, muy poco comprensible. Sin embargo, eso de alguna manera nos ayudó a caer en buenas manos, en las manos de unos amorosísimos padres que nos rescataron de ese horror, rescataron nuestra infancia, de esa destrucción emocional de la infancia. Llegamos donde más lo necesitábamos, a unos padres que nos amaron y nos eligieron. Mi papá ya no está, a mi mamá yo la cuido ahora, ella está mayor, está más grande.
Ahora tengo una hija de 8 años y aquí tengo a una amiga con su hija que me vino a acompañar y le contaba que a mi hija le queda un año más para que entre a la edad en que yo me enteré de mi historia, lo cual no fue nada fácil, siendo una niña. Veo a mi hija y es una niña y yo a los 9 años seguía siendo una niñita. Cuando me contaron la historia fue muy fuerte, fue muy fuerte para una niña recibir otra realidad. Ni siquiera aceptándola, simplemente era como que me llegó un balde de agua fría, una ola o un tsunami. Ahí empezó un antes y un después.
Pasaba cada década elaborando el trauma, elaborando la pérdida, ya que como muchos de ustedes saben la figura del desaparecido es un duelo sin término, es algo qué en la fantasía, en el imaginario, siempre uno piensa que podría aparecer, que tocaran la puerta y al abrir me dijeran “oye, yo soy tu mamá”, lo que realmente nunca va a pasar.
Por eso, estos documentales, estas historias de despojo, de la desarticulación familiar, de la destrucción de una generación completa y del intento de desaparecer a la siguiente, es decir, a sus hijos, es algo sobre lo que vale la pena llamar la atención, y más que llamar la atención es un grito de indignación.
No solamente en Argentina y en Uruguay hubo niños robados, también sé que los hubo en Chile, y si hay algo que a mí me moviliza para estar presente en estos eventos que valoro muchísimo, que respeto, que agradezco también la idea de ustedes de poner una placa, un recordatorio en la plaza O’Higgins, más bien me moviliza el tratar de que se formen equipos de búsqueda, centros de ADN, información para que gente que tenga dudas sobre su identidad pueda ir a preguntar, que se realice una muestra de sangre y se pueda cotejar, que son cosas que nos ayudan para acercarse más a la verdad.
Creo que es mi primera vez que en Chile estoy en un acto público y me siento muy contenta que me hayan invitado. A mis 47 años siento que se está iniciando un nuevo proceso, que es parte de recuperar o de sanar un poco. Muchas gracias por estar aquí presentes, gracias porque esto les importe.
A través de mis décadas de existencia he ido evolucionando en mi identidad, en mi propia construcción y recién a los 30 años pude hacerme cargo. Si existía esta historia era cuando viajaba a Uruguay, o a Argentina, porque la gente se me acercaba, o mi misma familia me decía “ella fue la que apareció con Anatole en Chile, sigan buscando”, éramos como niñitos símbolos que animábamos a los familiares a seguir buscando y podían aparecer más niños, y, de hecho, aparecieron más niños. Entre los 30 y los 40 me puse muy activista, pero fuera de Chile. La verdad es que acá no me habían invitado y tampoco yo me había acercado, es una cosa que a lo mejor yo no estaba lista, tal vez, para hacer esto en Chile y creo que este es un buen momento para mí. Este es un tema que fue madurando con el tiempo, con la edad, con la experiencia de ser mamá, con mis estudios, por eso agradezco este espacio.
Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 02 de diciembre 2022