La precarización de la democracia en América Latina
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La crisis de gobernabilidad, legitimidad y representación se radicaliza, no sólo a raíz de la pandemia ocasionada por el Covid-19, sino también por una verdadera hecatombe económica (Chile va a la cabeza).
El punto central de la ingobernabilidad en los países latinoamericanos se expresa en el fracaso institucional, con sistemas de partidos políticos incapaces de canalizar los anhelos y demandas de la ciudadanía, en muchos casos con nombres de fantasía y, sobre todo, con agrupaciones personalistas que buscan intereses particulares y, además, carentes de ideología, de historia y capacidad para construir alianzas, que sean capaces de gestar la gobernabilidad.
En la mayoría de los países la opinión pública fluctúa con mucha facilidad: en todas las elecciones políticas el voto ciudadano es un alma para castigar los gobiernos que demuestran incapacidad de conducir al país.
Las instituciones del Estado se encuentran en los últimos rangos del apoyo ciudadano: en Perú, por ejemplo, el Presidente, Pedro Castillo, en una guerra permanente e irregular con congreso, apenas aventaja al Legislativo en las encuestas de apoyo ciudadano; en Chile, los dos últimos lugares en las encuestas son ocupados por los partidos políticos, seguidos por el Congreso; en Brasil, el sistema político, sobre todo en el poder legislativo, está balcanizado, razón por la cual los distintos gobiernos se ven forzados a comprar el voto de los legisladores para la aprobación de cada proyecto de ley. Así, nuestros sistemas políticos latinoamericanos muestran sus propias debilidades.
Presidentes de la República, incluso elegidos con mayorías importantes, a los pocos meses van perdiendo el apoyo ciudadano, que es muy difícil remontarlo, (el caso de Gabriel Boric, para los chilenos, es el más notorio, pues del 55% en la elección presidencial, el apoyo ciudadano ha bajado casi a la mitad).
El sistema político presidencialista se aplica, con diversas variantes, en la mayoría de los países latinoamericanos, y lejos de garantizar el equilibrio de poderes y de pesos y contrapesos, propios de la democracia, en el fondo lo que se juega es el todo o nada, dados “los poderes monárquicos” de los Presidentes, en la mayoría de los casos, incapaces de conformar mayorías, compuestas por partidos políticos con doctrina e historia.
El quiebre entre ciudadanía e instituciones democráticas sólo se encarga de profundizar la antipatía de los electores hacia los partidos y hacia los sistemas políticos de cada país. El grito lastimero “que se vayan todos…”, (proferido en las manifestaciones en la totalidad de los países de América Latina), solo ha permitido el surgimiento de partidos políticos “escoba”, que adecúan sus propuestas a fin de lograr su crecimiento, sobre la base en la demagogia, para cosechar éxitos electorales que satisfagan a la “clientela” electoral.
Los sistemas electorales son sólo la cara visible de una crisis más radical de los valores democráticos: en el caso de Chile, por ejemplo, el reemplazo del sistema binominal por el proporcional, necesario en su momento, ha provocado la representación de 28 partidos políticos, (récord sólo alcanzado en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, en los años 50). El sistema D´Hondt, de cifras repartidoras, permite que algunos curules sean asignadas a candidatos que sólo representan, a veces, el 1% de los sufragios y, en casos extremos, propende a la balcanización, además de un surgimiento ilimitado de partidos políticos tendientes a expresar el analfabetismo político de grandes masas, que se mueven por voluntarismo e intereses personales, (es el caso, entre otros, de los partidos políticos de los brasileros, de los peruanos, de los chilenos a las elecciones legislativas).
La muerte o el empequeñecimiento de grandes partidos históricos, en lugar de limpiar el sistema político legislativo sólo ha permitido la formación de partidos políticos individualistas, feudales, clientelistas; un ejemplo de esta fragmentación en el sistema de partidos políticos solo sigue profundizando la crisis conjunta de gobernabilidad, representación y credibilidad del sistema político. En el caso de Perú, se da una “guerrilla” permanente entre el Ejecutivo y el Legislativo, antes encabezada en la alianza de fujimorismo-APRA, y hoy, con una serie de partidos políticos. (hasta con nombre de fantasía), conducido, en la práctica, por ex Almirantes, como es el caso de Montoya y Cueto, en Perú; por el Presidente Bolsonaro, (emulando a su líder y mentor, Donald Trump), quien después de tres meses del triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, se niega a aceptar la derrota en la reelección. En Argentina, con una inflación galopante, el gobierno de Alberto Fernández está en serio riesgo de ser reemplazado, en las siguientes elecciones presidenciales, por una derecha que, durante el gobierno de Mauricio Macri, se destruyó la economía, entregando el país a los dictados del Fondo Monetario Internacional. En Chile, el centro político está prácticamente desaparecido: la Democracia Cristiana, que era representativa de este sector, huele a cadáver y, muchos de sus parlamentarios se encuentran “haciendo el viaje” a nuevos partidos políticos escoba, entre ellos, los Amarillos, y los Demócratas, los cuales terminarán aliados a los llamados Socialcristianos, pinochetistas, militaristas, patrioteros y fanáticos. En cuanto al Partido de la Gente no es más que el oportunismo 2.0, populista, sin ideología y, sobre todo, oportunista.
Los controles y barreras para evitar la multiplicación de partidos políticos han sido infructuosos, al menos en Chile, la exigencia del 5% y de contar con un determinado número de Diputados en distintos distritos no han detenido la proliferación de tiendas políticas, que se parecen más a “regimientos” de clientes, que sólo se les tiene en cuenta y se les denomina “ciudadanos”, para conquistar su voto.
Una reforma del sistema electoral en los distintos países de América Latina que, por ejemplo, instaura una segunda vuelta, (que sería similar a la legislación francesa que instaura una segunda vuelta en las elecciones parlamentarias, o bien, a la aplicación de un sistema mixto, similar al de Alemania, con lista cerrada, sobre la base del voto por partido), podría constituirse en América Latina, aunque sería insuficiente, para evitar la balcanización política que pone en riesgo el sistema democrático.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/11/2022
Bibliografía:
Santori, Giovanni, Elementos de teoría política, Alianza Edit. , Madrid, 2005.
Ursúa Germán, Diccionario político e institucional de Chile, Edit. Jurídica, Santiago, 1964
Serafín Rodríguez says:
Con todo, hay que aclarar que Chile es mayoritariamente un país de borregos según se puede deducir del artículo «La ministra Vallejo, la desinformación y El Clarín» publicado en este medio y algunos comentarios al mismo.
Gino Vallega says:
La voracidad personal de los que se creen Caciques /cacicas?, terminó destruyendo la democracia, pero creó una «gallina de los huevos de oro», que mantendrán «a muerte» para salvar sus gruesos» bolsillos. La vida política de los pueblos, ha sido asesinada,RIP.