El golpe militarista-evangélico de Jair Bolsonaro no tuvo espacio
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Las democracias en América Latina están debilitadas a causa, en primer lugar, de la recesión económica, que amenaza con una depresión y que sería más profunda que la acaecida en 2008, y no muy diferente a la de 1929; en segundo lugar, las masas, fundamentalmente aglutinadas por el fanatismo de algunas sectas evangélicas manifiestan, cada vez con más fuerza, el desprecio a la democracia representativa y electoral; en tercer lugar, el odio a la democracia se manifiesta en el modelo trumpista, y niega la validez de los resultados electorales cuando los candidatos de la derecha dura son derrotados por representantes del progresismo, muy cercana a una masa electoral que no es ciudadana, ni menos, democrática, sino militarista y fanática.
Las ideas del fascismo, del nazismo y de la derecha totalitarista, en la actualidad se expresan en el trumpismo, que está decidido a negar toda validez de los resultados eleccionarios democráticos cuando sus representantes han perdido la elección, en consecuencia, para estas masas la democracia es aceptable cuando gana la ultraderecha. El instrumento predilecto para tratar de poner fin a la democracia consiste en la utilización de los poderes judiciales y mediáticos para desvirtuar la validez de las elecciones.
Los Golpes de Estado que ayer caracterizaron a la derecha latinoamericana , hoy constituyen la última instancia para emprender la toma del poder por la fuerza, y la Prensa, el Poder Judicial y las iglesias fanáticas evangélicas son los instrumentos predilectos que la ultraderecha utiliza para desprestigiar la democracia.
El nacionalismo, el patriotismo y la manipulación de las masas que facilitaron el totalitarismo, en plenos años 20-30 del siglo XX, sumados a las dictaduras militares de los años 60-70, (en España, Portugal y en la mayoría de los países de América Latina), actualmente adquieren ideas radicalmente anticomunistas, que con el aporte del fanatismo evangélico, identifica al comunismo con el demonio y con el mal absoluto, que deben ser extirpados de raíz en las sociedades modernas, (según un político norteamericano, lo que ocurre en Brasil es lo único que importa para entender América Latina). El fascismo religioso ya existía en el Brasil previo al derrocamiento de Joao Goulart.
El escritor brasilero Plinio de Oliveira publicó un panfleto titulado “Frei, el Kerenski chileno” anunciando que el candidato democratacristiano a la presidencia de la república, de ganar las elecciones presidenciales, tendría el mismo papel que el famoso ministro socialdemócrata de la Revolución Rusa, (1917). En el Chile de los años 60, el grupo fascista-católico Fiducia, distribuía folletos, en Santiago, en la Avenida Costanera, bajo la consigna “Dios, patria y propiedad”, denunciando el peligro de una eventual reforma agraria, que emprendería el candidato Eduardo Frei Montalva. La derecha brasileña hoy utiliza similares términos que los usados por los fascistas de los años 60 del siglo pasado.
Jair Bolsonaro es el mejor discípulo de Donald Trump y de Pinochet, y su ministro de Economía ha copiado las políticas de los Chicago Boys. Los fanáticos, seguidores del aún Presidente brasilero, han tratado de imitar el “asalto al Capitolio”, llevado a efecto por los fanáticos trumpistas, (hasta hoy, acusan a los Demócratas de haberles robado el triunfo a su ambicioso líder).
La escritora judía-alemana Hannah Arendt, en su Ensayo “Sobre los totalitarismos de los años 30” describe, a la perfección, los métodos de deshumanización propios de las dictaduras de Stalin y de los nazis, que tratan de convertir al ser pensante, (descrito por Aristóteles), en un individuo dominado por ideas vulgares, repetidas por el populacho, las masas y los fanáticos nihilistas y autoritarios. Las democracias carentes de valores y de ideas y de correlato abren el camino al nuevo Leviatán del trumpismo.
El Presidente de Brasil, derrotado con una diferencia de apenas dos millones de votos, (cerca al 2%), con su silencio aleonó a sus fanáticos seguidores para bloquear, (entre otras manifestaciones), las carreteras por lapso de una semana, y en casi la totalidad de los estados, y emulando a su mentor Donald Trump, se encerró en una oficina del Palacio de Gobierno de Plan alto, avalando los desórdenes en las carreteras, (principalmente la que conduce desde Sao Paulo al Aeropuerto más grande de Brasil).
El oportuno reconocimiento de las principales democracias del mundo, (incluida la de los demócratas de Estados Unidos y su Presidente Joe Biden, como también de países de la Unión Europea, de los latinoamericanos y de Rusia y otros países del mundo), cerraron el paso al golpe militar, solicitado a gritos por los fanáticos seguidores de Bolsonaro.
El Mandatario de Brasil tiene claro que con una mayoría en ambas Cámaras legislativas, sumado a un importante apoyo en los estados del sur, (principalmente, en Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais), podrá bloquear las iniciativas del Programa de Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, así como el agitar un presunto Golpe de Estado.
El futuro de la democracia, en plena crisis económica, anuncia nubarrones de dificultades mayores, producto del rechazo a los votos electorales y de representación, que se manifiesta desde hace varios decenios, no sólo en América Latina, sino también en Europa, y en los demás países del mundo, agravado ahora por la pandemia del Covid-19 y por la anti política, carente de valores y de contenidos éticos.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
05/11/2022
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ramon roman says:
Ninguna dictadura dura sin el apoyo popular de las masas y del poder militar, es decir, este apoyo tiene que ser en conjunto. Es decir, gobiernos autoritarios, como lo fué el de bolsonaro, sin el apoyo mayoritario del pueblo brasileño estaba condenado al fracaso, aunque hubiera pasado a llevar el resultado democrático. Pinochet enfrentó esta realidad y tuvo que aceptar que sin el apoyo popular no podía continuar con su dictadura militar y asi ha pasado en todas partes del mundo. En la mayoría de los países Arabes las dictaduras familiares duran simplemente porque están aglutinadas a través de sus culturas y de su fanatismo religioso y en algunos de estos países, sus formas de gobierno duran simplemente porque siguen los dictados tribales religiosos. En cuanto a Cuba y Venezuela, si los gobiernos que rigen a estos dos países pierden el apoyo de la mayoría del pueblo, con absoluta seguridad no van a perdurar, a pesar del apoyo militar