Nos espían
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En Viña del Mar, como si estuviésemos viviendo el prólogo de una guerra mundial, habría una oficina de espionaje. No es chilena, pues aquí no saben espiar y a nuestros espías criollos, su oficio, se los nota a la lengua. Jamás han leído novelas sobre la materia y “El espía que surgió del frío” de John Le Carré o el “Agente secreto” de Joseph Conrad, les son ignoradas. Ni siquiera conocen la historia novelesca de Mata Hari, la bella bailarina neerlandesa. En la Primera Guerra Mundial, espió para Alemania y en su lecho de lujuria, que jamás callaba, hacía hablar hasta los mudos. Descubierta por los franceses, gritó al enfrentar el pelotón de fusilamiento: “Seré una puta, pero no una traidora”.
Quien está bajo la lupa de espiarnos, es la República Popular China. No Estados Unidos de Norteamérica, cuyas 700 y más bases militares alrededor del mundo, le sirven de pantalla para conocer que ropa interior visten los investigados. Como son uno de los mayores fabricantes de armas del mundo, conocen al dedillo la capacidad bélica del país donde están instalados.
Este viernes en la noche, acompañado de una persona, cuyo nombre no me es lícito divulgar, concurrimos al restorán chino, donde se cree, se presume o se sospecha, que funciona o habría esta oficina de espionaje. Ni mi amigo ni yo somos espías, sin embargo, por nuestro aspecto, parecíamos serlo. Fuimos recibidos a la entrada, por una muchacha de rasgos asiáticos, vestida con atuendos de alguna provincia china. Bello ropaje color rojo y bordado con hilos multicolores. Como mi acompañante y yo, nada sabemos de indumentarias de ese país milenario, supusimos que la bella joven, era originaria de China.
Nos ubicó en un salón donde había infinidad de mesas y ruidosos parroquianos, que no parecían ser espías. Para nuestra sorpresa, se hallaban ahí, dos senadores de la UDI, acompañados del diputado que oficia de ginecólogo. Ni hablar de la decoración del lugar. Daba la sensación de hallarnos en Pekín. Sillas de alto respaldo, color lacre y una mesa, en cuyo centro, había un florero de mayólica. Daban ganas de robárselo. Servilletas albas y olorosas, puestas sobre platos enormes. La joven, que tenía un moño atravesado por dos palillos nos sonrió, mientras hacía una venia y nos extendía el menú, metido en una carpeta de cuero. Y a todo esto, ¿dónde estaban los espías? Mi acompañante, cuya curiosidad es conocida, le dijo a la joven, si nos podía recomendar, qué guisos cenar. No diré lo comido la noche de este viernes, pues nos van a acusar de dispendiosos y de no entender, que vivimos en épocas de vacas flacas. Que otros, si quieren, vayan a cenar donde por cabeza, cobran $75.000 y se debe reservar mesa con una semana de anticipación. Sí, bebimos vino de la zona, por razones de solidaridad. Un tinto aromático, que me hizo recordar el olor a la canela y al café, que bebí en la casa de una amiga poeta. No dudo que lo exportan a China. Nada de ese vino “bigoteado”, el cual se ofrece, en los mercados o en los boliches del puerto de Valparaíso.
Sí, debo reconocer, que después de permanecer en el restorán, casi dos horas, mi amigo y yo nos pusimos a recorrer la avenida Perú. Al final, terminamos por descubrir que desde el principio nos espiaban, pues vestíamos ropas de viejos gagá y olíamos a baúl de buhardilla. Menesterosos, que pueden hacer perro muerto, en un lugar de excelencia.
El sábado en la mañana, mi amigo me llamó por teléfono y mientras reía a carcajadas, me explicó:
-Has de saber, que el restorán donde cenamos ayer, pertenece a una familia china de Taiwán.
Por Walter Garib
Margarita Labarca Goddard says:
CHIN CHIN CHINOKIN
Es que los chinos de Taiwán -yo prefiero llamarle Formosa- espían de la manera china, que es muy distinta de las magníficas novelas de John Le Carré. Simplemente te meten un dispositivo minúsculo en la comida y tú te lo tragas creyendo que es un pequeño pedacito del pollo pekín (no le ponen pollo taiwan porque sería descubrirse) que les quedó un poco duro. Así te siguen, saben donde vas y lo que comes. Lo que hablas no, porque el sonido no llega a las tripas. El sistema es carísimo porque cuando se va al excusado, se expulsa el artefacto y se acabó el espionaje. La información obtenida se la envían de inmediato al presidente BIden o a quien lo represente, pero éste igualmente lo bota a otro excusado pues no le sirve de nada. Porque la gente importante, como el presidente Boric, la ministra Carolina Tohá o el alcalde Sharp de Valparaíso, jamás va a un restauran ten picante. Este sistema es poco eficaz y carísimo, como te podrás dar cuenta. Porque sirve muy pocas horas, sólo con los comensales muy estreñidos les dura un poco más. OJO: no hay que tratar de conquistar a la china que te está atendiendo, porque es una gringa de Miami disfrazada de China. Se saca la peluca y el maquillaje amarillo, y se ve que es una rubia sin atenuantes. La conclusión es que los taiwaneses son malos espías pero buenos cocineros y magníficos negociantes, porque los yanquis de todos modos les pagan, por si acaso algún día los convencen de poner un restaurante en Pekin o en el mismísimo Moscú, y meter una bomba atómica en miniatura dentro del pollo.
Renato Alvarado Vidal says:
Es harto rara la información de la oficina china de espionaje, ya que se supone que existe para controlar a la población china local, la cual ciertamente dista mucho de ser masiva en Chile, en cambio no habría tal espionaje en Australia, donde, al recorrer las calles céntricas de Melbourne y Sydney uno se percata de que al menos un tercio de los transeúntes son asiáticos y hay enormes barrios chinos.
P.S.- Para obtener un buen espía deberían contratar al que trabaja para Güiquilics Patagonia.