Perforando la superficie
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“Cada generación cree que su locura no tiene precedentes, pero somos humanos y tendemos a repetirnos a nosotros mismos”.
Chesterton.
Se ha comprobado que Chile es una sociedad polarizada. Lo que no está claro son los datos que den cuenta del comportamiento de tal polarización. Porque cuando una misma sociedad civil un día se inclina por auspiciar cambios estructurales en varias elecciones consecutivas y luego que se le proponen esos cambios los rechaza de manera abrumadora, no queda más que preguntarse qué pasa con esta sociedad, que demuestra no sólo una conducta polarizada sino casi bipolar.
Es verdad que se le ha advertido a la derecha que no se ufane de estos resultados como un triunfo propio y definitivo, pues, por lo que dice la historia, se trataría de un triunfo muy provisorio, inestable y en ningún caso definitivo, tal como lo fue también el triunfo del 80/20, que favoreció al sector que proponía cambios estructurales.
Pero como los políticos chilenos, desde hace varias décadas, vienen transitando por la superficie y poco se sumergen en profundidades (el profe ARTÉS les denomina “hidropónicos”, es decir que sus raíces son muy superficiales), se va haciendo necesario tratar de perforar esa superficie para averiguar qué hay más abajo, hacia las profundidades del comportamiento tan aparentemente errático de nuestra ciudadanía.
No es una tarea fácil ni resumible en un artículo, pero trataremos de ir buscando explicaciones que les permita, a los chilenos más inquisitivos, satisfacer, en parte, mínimamente esa curiosidad.
Se pueden dar explicaciones psicológicas, sociológicas, políticas, ideológicas, económicas, culturales y hasta filosóficas, así es que iremos por parte, si el lector tiene paciencia de sentarse conmigo a escarbar.
Podemos partir por la cultura. Es cierto que la cultura es un concepto muy amplio y polivalente, pero lo que nos puede interesar aquí es el afrontamiento entre cultura y civilización. Puesto que se entiende como civilización lo que está instalado como práctica institucionalizada, en cambio la cultura es el cómo se aborda esa práctica. La cultura es más creativa y cuestionadora, en cambio la civilización es lo que se conserva.
Ejemplarizando. Se puede vivir en una civilización occidental democrática, donde la rutina del voto es una práctica vieja de categoría cultural, es decir la gente concurre a votar por varias razones: deber de ciudadanía, amor a la patria, interés económico de beneficio práctico, etc.
Esta voluntad de mantener una cultura “civilizada” respecto del voto, implica ciertas convicciones y ciertos valores estables, junto a ciertos resultados prácticos.
Si de pronto, esa cultura de responsabilidad comunitaria o gregaria, se reconvierte en otra de individualismo prescindente y sospechoso del otro, insolidario, ajeno, distante o antagonista, propio de las sociedades posmodernas en un mundo globalizado, entonces los intereses colectivos se marchitan y afloran los intereses del gueto.
En un mundo de competencia agonal, los intereses que se defienden son grupales, no los colectivos. Por tanto, la confrontación cultural va disolviendo las bases civilizatorias que aseguraban un destino común de nación, pueblo o ciudad. El filósofo de Frankfurt, Habermas, es quien apela justamente a los valores universales como única forma de comunicación de la humanidad. Por ello es un claro y rotundo opositor a los filósofos postmodernos.
La cultura representa un valor simbólico, un ideal del pasado o del futuro, en cambio lo civilizatorio representa los límites de lo instalado, lo que está codificado, lo que está internalizado para bien o para mal.
Una cultura, descolocada por un cambio civilizatorio, tenderá a añorar un pasado idealizado o tensionar el presente hacia un utópico sueño. Cuanto más inmanejable sea el cambio civilizatorio (ejemplo la revolución industrial y su materialismo de vida exacerbado, su individualismo desamparado), habilitará una reacción de rebeldía mayor en el plano cultural. Se añorarán los tiempos mejores (oasis, orden medieval, restauración oligárquica), o se tramitará un pasaje enojoso y confuso contra todo lo presente.
Habrá quienes pensarán que estos cambios son para peor; son cambios deslizados hacia la barbarie, la violencia, el egoísmo, lo crudamente utilitario y material. Los valores que antes abonaban la vida humana, son barridos del trato cotidiano y sólo queda la chata razón ventajista.
Este estado de desconfianza y de sospecha de todos contra todos, remueve los cimientos de la estabilidad psicológica y de sana convivencia universal. Se cierran los límites y se instalan barreras, contornos, haciendo desaparecer los lazos de intercambio creativo.
Un “malestar en la cultura” comienza a recorrer las sociedades. Así habló Freud en su obra magistral y también lo dijo Marx al iniciar su Manifiesto “Un fantasma recorre a Europa”. También dijo otra cosa, acerca del nuevo empuje capitalista: “Todo la instalado será removido y todo lo sagrado será profanado”. Reconocía Marx, tempranamente, esta condición de la sociedad burguesa capitalista: el capitalismo como la fuerza más revolucionaria que conociera la humanidad.
Toda esta autoinmolación capitalista, de destruirse a sí misma para regenerarse en nuevos impulsos más potentes, no van dirigidos totalmente a mejorar las condiciones de vida de las mayorías humanas. La crítica de Marx se dirigía a que esos agentes del capital expropiaban al trabajo el excedente creado, por tanto sometían a un estrés de vida miserable a gruesa parte de la humanidad. Su solución consistía, entonces, en expropiar al expropiador.
Para Freud, la violencia y el malestar se forjan en la desigual distribución de la riqueza, y advertía que solo aquellas sociedades que cuidarán de forjar relaciones colaborativas podría disminuir el natural impulso violento que anida en la naturaleza humana (pulsión de muerte o tánatus). Rousseau, por el contrario, creía en la bondad del hombre naturalmente concebido, y que ha sido la civilización quien lo ha pervertido y degenerado, al grado de borrar su bondad original.
El gran Marcuse, en “Eros y civilización”, planteaba que el capitalismo hiperdesarrollado no mimaba, como ya podría permitírselo, a su población, sino que la sometía sádicamente a un nivel mayor de explotación y coerción. Lo llamó, un excedente represivo. Ese excedente represivo trata de compensarlo con un excedente de consumo, lo que da por resultado esa otra obra magnífica: “El hombre unidimensional”.
Ese desajuste cultural, que implica desvalorizar la vida en dimensiones puramente materiales y de pulsiones orales, del deseo, ha dado por resultado notable la decadencia de lo humano en un consumismo suicida: el de las drogas, el alcohol, el lujo hedonista y la vida superficial, sin raíces.
Elementos que conducen a la manipulación diabólica del poder por los agentes de la economía y el negocio, incluyendo los más mefistofélicos de las armas y de la guerra, de la violencia social y la degradación delincuencial de las urbes (Hobbes, encarnado).
Todo este desorden social, termina manifestándose en lo que acertadamente Erich Fromm tituló en su libro “Miedo a la libertad”, situación en que los peligros que rodean al ser humano medio se perciben tan grandes, en este despliegue de liberalismo puramente material- que se encarna en el moderno capitalismo occidental- que las personas son capaces de endosar sus libertades a manos de despotismos que les prometan un control básico y un ambiente de resguardo mínimo, del cual tardíamente se darán cuenta que esos despotismos no lo pueden asegurar, pero sí habrán perdido, además, el mínimo espacio que poseían de su propia libertad.
En la literatura, encontraremos un conjunto de obras que abordan este tránsito conflictivo de lo humano en tiempos de crisis. Se destaca, por ejemplo “LA TEMPESTAD” de Shakespeare.
En esta obra se representa a tres personajes, Calibán, Ariel y Próspero. Próspero (señor ilustrado, dominador de la ley y la ciencia), Ariel (su mago y servidor personal, el artista creador de relatos legitimantes) y Calibán (salvaje, habitante nativo de la isla, conflictivo y brutal), finalmente, este Calibán, luego de intentos por asesinar a Prospero y conspirar contra Ariel, debe someterse al poder de la razón y el conocimiento que encarna Próspero. Ariel es muerto (es decir el que maneja el discurso ideológico, mágico-religioso). La ciencia dominará y los pueblos inferiores quedarán sujetos a la servidumbre (Calibán).
El pensador francés Ernest Renán, escribió a fines del siglo XIX una obra basada en la señalada de Shakespeare, la tituló “Drama filosófico: Calibán” (1878), y una segunda, que es parte de la misma saga que se titula “Agua de la Juventud” (1880). En estas obras, Renán quiere adaptar los términos de Calibán como protagonista, a lo que fue el colapso del Segundo imperio, debido al alzamiento de la comuna de Paris en 1871. Calibán representaría al indomable rebelión y su barbarie vencedora, que derrota a Próspero (la vieja aristocracia francesa). Ariel muere, lo que representa la caída del discurso mágico-religioso. La revolución es realista. El pueblo exige resultados palpables, no símbolos y retórica idealista. Luego que alcanza el poder, Calibán predica al pueblo, que debe sujetarse al nuevo orden, desecha el radicalismo revolucionario y reclama el poder constituido como legítimo. Así, Calibán se dirige al pueblo:
“Pero ciudadanos, el orden es necesario. Depongan sus armas, vuelvan a sus casas. Coronen su victoria con la moderación y el respeto a la propiedad”.
Entonces, en Renán, una vez dado el golpe, Calibán asume el poder y reclama del pueblo una aceptación del poder.
Pero Calibán no ataca a Próspero, le permite seguir su tarea científica y de progreso e investigación. En esta escena, el pueblo sometido y rebelde termina sometiéndose al nuevo rostro del poder, es decir a la burguesía ilustrada. Se produce lo que llama Renán la “Prosperización del antiguo esclavo”. Se ha invertido el orden de mando, pero la conciliación en la Tercera República (1875), se traducirá en que el revolucionario y democrático Calibán triunfantes se aristocratiza (Prosperiza).
En la saga “ El agua de la juventud”, Ariel (el idealismo artístico, creativo espiritual) es resucitado y es impelido por el discurso de Renan, a que trabajen unidos (con Próspero, que representa el saber práctico de la ciencia). La alta cultura debe predominar, con la finalidad de contrarrestar la tendencia a la mediocridad niveladora que representa la democracia. El progresismo material sin una elevada figura ideal que lo guíe, transita en el vacío. De ahí que Renan despliegue este discurso aristocratizante, como corolario al manifiesto político entregado por Shakespeare en su obra “La Tempestad”.
Otro autor que se inspira en esta obra del dramaturgo inglés, es el latinoamericano René Enrique Rodó, quien escribe el “ARIEL”, en 1900. En este autor, Calibán tiene una impronta más democrática que en Renan.
Para Rodó, el Ariel es la América Latina, que promete liberarse por la cultura clásica, griega y romana, porque esta tierra nueva posee la promesa de una juventud inquieta para las cosas de la naturaleza y el espíritu. Calibán es, acá, la naturaleza rebelde frente al colonialismo esclavizante, es el espíritu de liberación y superación por lo bello y lo noble, opuesto al espíritu materialista de la amenaza norteamericana, esa cultura de masas, de gente barbarizada por el consumo y lo mundano. Próspero se unirá a Ariel, en una cultura superior, liberadora, espiritual y humana.
Otros latinoamericanos impugnarán a Rodó, por distribuir los roles de manera equivocada, pues para Fernández Retamar (cubano guevarista), el epígono de nuestra América Latina no es ni Ariel ni Próspero: es Calibán. Pues el destino de esta generación es la tarea anticolonialista, es la de un pueblo que se levanta contra el opresor. Benedetti (uruguayo) también critica el reparto de roles de Rodó, pero señala en favor del autor que Rodó se pudo equivocar en el reparto de los roles, pero acertó en ubicar dónde radicaba el peligro: el materialismo expansivo y de masas que representa EE.UU.; una sociedad con una cultura ramplona y de masas y mucha técnica expoliativa.
La representación de Shakespeare abona una dominante aristocrática (Próspero) y de una transición hacia el renacimiento cultural (Ariel) que prontamente se ve arrasado (Ariel muere) por la expansión colonial y la burguesía capitalista que arrasa con todo idealismo. Ernest Renan, por su parte, representa la propuesta y enfoque liberal burgués y aristocrático de fines del siglo XIX, en que el rebelde Calibán se somete al orden racional (“prosperización” de Calibán o aburguesamiento del poder democrático). Con Rodó y su Ariel, aparece la promesa y reinterpretación latinoamericanista de la tragedia filosófica de Shakespeare. Lo seguirán infinidad de enfoques latinoamericanos durante buena parte del siglo XX, desde Mariátegui, hasta Vasconcelos o Carlos Jáuregui y su Canibalia, Canibalismo: antropofagia y cultura del otro.
Por Hugo Latorre Fuenzalida