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Volver al debate sobre la Nueva Constitución

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La peor derrota al proceso constituyente no es el resultado del plebiscito pasado en el cual se rechazó un texto que recogía valiosas ideas que colaboraban a una comprensión de principios políticos con alta autoridad moral de los cuales la clase política institucionalizada se encuentra lejos aún. Lo más preocupante es que se pierdan las ideas que estaban en función del fortalecimiento de una mayor justicia social y que permitían reconocer una identidad más honesta de lo que somos como sociedad.

La derecha y las fuerzas políticas conservadoras celebran el rechazo a la posibilidad de que el Estado asumiera una vocación y una identidad más popular. Así las cosas, podemos asumir que seguimos atrapados en el impúdico control hegemónico de la oligarquía y sus sirvientes beneficiados por los privilegios.

Las primeras semanas hubo cobertura de la prensa para hablarnos sobre el cómo se viene este proceso desde la vía institucional. La agenda la viene marcando la derecha desde su posición triunfalista. Su estrategia será la de ir interviniendo el proceso para hacerlo menos democrático y tener mayor control sobre éste, dado que en el proceso anterior hasta el momento de la redacción habían perdido bastante. También estarán preocupados de dilatar este proceso lo más que puedan para seguir haciendo de las suyas como lo han venido haciendo desde la dictadura sin interrupciones importantes.

Pero, insisto, lo peor sería que olvidemos algunos de los principios democráticos a favor de la justicia social que el borrador rechazado proponía. Fuera del ámbito de la manipulación mediática convencional tenemos que ser capaces de visibilizar un debate en torno a ideas que permitan fundamentar la importancia de la política entre los ciudadanos honestos que sea capaz de convertirse en alternativa frente a los corruptos que vemos aparecer en los medios convencionales al servicio de que nada cambie.

El estallido nos dejó una verdad, la única vía para un nuevo consenso político, incluso republicano con pretensión de legitimidad es con la participación de la clase popular entendiendo sus principales demandas que las podríamos reducir a vivienda, salud, educación y las pensiones. El borrador de la Convención incluía éstas cuestiones, por lo tanto, ese texto puede ser un buen punto de arranque. Quienes pretendan ser parte del proceso constituyente no pueden estar en contra de estas ideas básicas que estarían bajo una idea de mayor justicia social y la exigencia de los derechos humanos, en función de un marco de convivencia social que asegure la dignidad de cada ciudadano. Una carta constitucional viene a ser la declaración de que el Estado debe garantizar lo que ahí se declara.

Pero, también el borrador nos replanteaba algunas formas urgentes en torno a los somos, por ejemplo un Chile que respeta la dignidad de cada sujeto humano, una condena a la violencia promoviendo la descolonización y la despatriarcalización, la promoción del respeto por la naturaleza a partir de su cuidado y la necesidad de promover una vida espiritual en favor de rescatar lo más profundo del ser humano.

Creo que este Chile es el que demandan los movimientos sociales, es una realidad que comparten las mayorías y contra la cual sólo operan los malvados que pretenden imponer un sistema de la crueldad que hasta el momento ha sido eficiente y ventajoso para ellos. Hay un desafío ciudadano para seguir demandando aquello que somos, incluso en pugna con el poder de la oligarquía para disputarles los campos del poder.

Una reflexión más, a partir de lo visto en la prensa estos días. Se ha dado cierta cobertura a una economista que desconozco, pero dejándome llevar por los titulares de la prensa me parece preocupante. Se destaca un llamado al Estado a asumir la lógica de los «emprendedores», esto es un peligro dado que ese modelo económico es despiadado y de baja calidad moral. Me parece un desacierto una conversión del Estado hacia la economía gladiadora. Le haría otra invitación al Estado que ya la sugería en una columna anterior, sobre todo a esa fuerza política institucionalizada distinta a la del duopolio que no fue capaz de superar el neoliberalismo, esto es una obviedad, pero el Estado también debe sentirse interpelado a pensar.

Por cierto que para romper la lógica del dominio y la de los privilegios, el Estado debe pensar acogiendo las demandas de la ciudadanía distinguiéndose de las ideas de la oligarquía. Tiene que quedar claro cuando el Gobierno es elegido por la fuerza popular y asumido por quienes dicen representar esas fuerzas políticas.

 

Por Alex Ibarra Peña

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  1. Felipe Portales says:

    Estimado Serafín: Pero un paso fundamental para acometer ese desafío es tener un diagnóstico de nuestra realidad lo más acertado posible. ¡Y estamos muy lejos de ello al no comprender que la «centroizquierda» no fue el mal menor respecto de la derecha en estos 30 (33) años, sino su complemento! ¡Y que lo sigue siendo!

    • Serafín Rodríguez says:

      El problema es que no se traa de una cuestión de mero manejo político sino que de algo mucho más complejo y profundo que involucra distintas formas de poder fáctico e institucionalizado. La lista es larga y enmarañada pero Ud., con la preparación que tiene, se la puede imaginar y tal vez esbozar un estudio preliminar que de cuenta de cómo operan los diversos factores de poder económico, militar, social, político e incluso de naturaleza cultural que rigen al país.

  2. Felipe Portales says:

    No debiera olvidársenos -para tener una comprensión cabal de nuestra «centro-izquierda»- que, aunque hubiese ganado el «Apruebo», la mayoría de la Convención Constitucional se había sometido a lo -que todo indica- fue una exigencia del tercio que tenían las dos derechas: Que la necesaria concreción legislativa del nuevo texto constitucional la haría ¡el actual Congreso (que continuaría cuatro años más, pese a que el Artículo 138 de la Reforma Constitucional de diciembre de 2019 permitía que fuese disuelto y sustituido por uno nuevo) en el cual la derecha tiene capacidad de bloqueo con su 50% del Senado. Es decir, que NADA de lo que estipulaba la nueva Constitución se habría aprobado finalmente sin el visto bueno de la derecha…

    • Serafín Rodríguez says:

      Lo que realmente importa no es lo que pasó, no pasó o habría pasado en cuanto a la puta Constitución sino el hecho de que la correlación de los factores reales y efectivos de poder que rigen al país se mantiene inalterable. La cuestión de fondo es cómo se cambia dicha correlación. Si es que se puede cambiar.

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