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Reventón de octubre: efectivamente no prendió

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Suponga usted que hay una crisis irreversible que recorre el país. Se suceden acciones de protesta y resistencia y en un momento las fuerzas represivas, militares y Carabineros, se ven sobrepasadas y ya les cuesta mucho ocupar y mantener los territorios. Los muertos, heridos, torturados, detenidos son numerosos. El sistema se ve acorralado y parece que en breve la cosa se puede desbordar con resultados difíciles de predecir.

En esas circunstancias, políticos que no juegan ningún rol en el estado de franca rebeldía que se vive, acuerdan entre gallos y medianoche una ruta de la que la gente que pelea en las calles no tiene idea.

Al unísono, y como es lógico, rechazan la violencia venga de donde venga.

Entre esos pocos políticos se define un mecanismo de claro tono cupular para bajar el tono de la sublevación. No se consideran a las organizaciones populares y una elite asustada diseña una salida que busca desde el primer momento hacer como si las cosas pudieran cambiar para que no cambien jamás.

¿A qué año nos referimos? ¿A 1990 o al 2019? Las similitudes son francamente aterradoras.

En ambos casos la gente que se la había jugado quedó en un estado crepuscular del que le costó sacudirse: esa desorientación en la que no se sabe para donde se va y -peor aún-, de donde se viene.

Para no insistir en lo que ya sabemos, digamos no más que pasará mucho tiempo para que la depresión por la derrota sufrida ese cuatro de septiembre de espanto despeje su niebla terrible y permita mirar algo más que nubes oscuras.

¿La causa fue derrotada? ¿Cuál causa?

En breve: la derrota no fue el cuatro de septiembre: fue en ese octubre cuyo destello maravilloso, alegre y creativo no alcanzó para iluminar el camino. Esa gesta no fue producto del trabajo de la izquierda, como sea que la entendamos. Otra cosa es que se haya integrado rápidamente.

¿Hace cuanto que la izquierda no ofrece una idea en la que la gente crea y asuma como propia? Diríamos que la última propuesta que la gente hizo suya fue terminar con la dictadura: no más Pinochet.

Y pare de contar.

Desde entonces ha sido una trashumancia inútil en la que no se ha sabido/querido/podido explicar lo que pasa ni proponer caminos.

Una buena oportunidad pareció vislumbrarse en aquel octubre de leyenda. Se creyó que era suficiente con que la gente de pronto estallara y mostrara su derrota, su frustración, los efectos del desprecio de un orden que ha hecho mierda sus vidas endeudadas.

Se creyó que por fin la izquierda encontraba el derrotero, a pesar de que días antes las críticas a los estudiantes precursores del estallido se dejaban oír por doquier.

Fue cuando muchos cometieron un error Magnifico: se creyó que eso que alentaba a millones a salir a las calles era producto de lo hecho por la izquierda, su obra magna, su gestión de años que abría un camino, que ofrecía futuro: no eran treinta pesos sino treinta años.

Algunos lo advirtieron: un estado de rebeldía de esas proporciones sin liderazgos, sin conducción ni propósitos definidos, sin política ni mínima organización no pasaba de ser un reventón enrabiado y maravilloso, similar a los que ha habido varios en la historia.

Recuérdese que muchos políticos y dirigentes sociales que intentaron posar en la plaza para su respectiva selfie fueron botados prontamente por la gente. Algunos frescos iban muy temprano, posaban, discurseaban, se fotografiaban con el caballo de Baquedano detrás y luego de retiraban rápidamente.

Eso ya era un dato para tomar en cuenta.

El reventón de octubre de 2019 nació huacho y murió con más pena que gloria en las oficinas del 15 de noviembre. De esa gesta quedó como recuerdo trascendente un pedestal sin caballo ni jinete. Y la enseñanza dura para la izquierda: parece que lo hecho no ha servido de nada.

Y, por cierto, hay que reconocer que el que lo dijo tuvo razón: “Esto no prendió cabros”. ¿Recuerda?

 

Por Ricardo Candia Cares

 

Escritor y periodista

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