Dos mundos inconexos
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Esas generaciones, los Baby-boomers, la generación X, (es decir, las posteriores y anteriores de la Segunda Guerra Mundial) asimilaban los efectos del cambio climático como problemas del futuro; asuntos que había que atender cuando hubiera tiempo y presupuesto, tema importante, por supuesto, pero no urgente
. Hoy, sin duda, esa ecuación se ha venido abajo!! Todos vemos con asombro y frustración, cómo los efectos devastadores del cambio climático que se preveían para 2050, están ocurriendo este mismo lunes. Incendios incontenibles en los bosques, los niveles del mar subiendo alarmantemente en todo el Caribe; tifones; huracanes más fuertes, más frecuentes, más largos. Una pérdida acelerada de la biodiversidad, ese frágil equilibrio invisible que hemos valorado poco y que hoy se nos escapa entre las manos. Trillada la frase por aquella famosa película ( Soilent green), pero el futuro nos ha alcanzado.
Ante este escenario, veo dos agendas inconexas, contradictorias. Una que alienta, otra que derrumba esperanzas. Por un lado, el sector financiero, las empresas, los gobiernos, los consumidores han entendido que el ritmo de depredación medioambiental es insostenible. Que no hay rentabilidad de corto plazo que valga la crisis que hemos configurado en tan poco tiempo. Esa agenda hoy ha puesto incentivos claros al dinero, a los fondos que mueven al mundo, para migrar a empresas con una agenda clara de neutralidad de carbono, de reducción de emisiones. En los próximos 20 años, el fondeo de empresas y gobiernos será significativamente más caro –así de claro, en tasas de interés– si no adoptan una política consistente de medición y mitigación del impacto ambiental. No nos queda otra, no sólo no nos queda tiempo, ya vamos muy tarde. Los objetivos del milenio se quedaron cortos, el Acuerdo de París, la COP16, han ayudado a generar un sentido de urgencia colectiva, sí, pero tampoco llegarán a las insuficientes metas trazadas en 2030. No lo acabamos de entender, pero de 2030 a 2050 la vida en el planeta cambiará drástica y aceleradamente, dada la incapacidad de nuestra especie para frenar la vorágine destructiva y tomarse en serio un futuro medianamente sostenible para 7 mil millones de personas.
Insisto en que hay dos agendas. Mientras el planeta ardiendo se presenta como un incendio a nuestra puerta, el mundo ha decidido gastar energía y tiempo que no tiene, en conflictos geopolíticos movidos por una ola de nacionalismos malentendidos, que, en múltiples casos, rayan en la xenofobia. Mientras el mundo arde, Rusia devora parte de Ucrania, volviendo loca a una Europa sin liderazgos fuertes; preocupada, en cada caso, por los pequeños problemas locales –a la luz de los retos globales– que sólo hacen ver más pequeños a sus líderes de coyuntura. Ahí está el caso de Gran Bretaña, que debiendo ser líder de Europa frente a la andanada intervencionista de Putin, tiene que dedicar toda la fuerza política de su gobierno a echar para atrás un recorte de impuestos a los ricos que, dicho sea de paso, era insensible, absurdo y suicida. No hay Churchill en Downing Street. No hay De Gaulle en el Elíseo, con una Francia viéndose permanentemente en el espejo, ante la silenciosa bomba de tiempo en que se ha convertido su sociedad. No hay Italia para el mundo, sino Italia para los italianos, con una nueva líder a la que solamente le falta proponer un muro en la bota, pagado por África. En Estados Unidos, el escenario no es muy diferente: con un ciclo electoral definitivo en puerta y la discordia viva entre una sociedad que solía estar mayoritaria y claramente del lado de la democracia y la libertad, nuestro vecino parece no tener el tiempo y la energía suficientes para equilibrar esta partida de ajedrez que se juega en medio del incendio global. Esos vacíos de poder han llegado a extremo tal, que hoy, en vez de tener primeras planas sobre nuevos compromisos globales de cara a la emergencia climática, hablan de un potencial Armagedón si el Kremlin y el mundo siguen en ruta de colisión. Ceder al chantaje, sentenció Churchill a propósito de su dubitativo antecesor, Neville Chamberlain, es alimentar a un cocodrilo esperando que te coma al último. Años de alimentarlo diligentemente nos están pasando una factura clara; y la fila cada día se acorta más y más.
Por David Penchyna Grub
Fuente: La Jornada