Brasil vuelve al podio mundial de las hambrunas
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Los dos gobiernos de Inácio Lula da Silva habían logrado, no sólo sacar de la miseria al 30% los brasileros, (2003-2011), sino también borrar a este país-continente del círculo del tercio de los ciudadanos ubicados en el círculo del hambre. En los años 60 la obra del obispo Herder Cámara La geografía del hambre, se hizo famosa por la denuncia de la desigualdad de América Latina. Al final de los cuatro años de gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, han sido suficientes para volver a ubicar a Brasil en el círculo del hambre y de la devastación del ecosistema.
En el primer decenio del siglo XXI Lula da Silva, (un obrero metalúrgico en San Bernardo del Campo, en los suburbios de Sao Paulo), había logrado ubicar a Brasil como la séptima potencia del mundo y, lo más importante, sacar de la miseria nada menos que a un tercio de una población de más de 217 millones de habitantes. Brasil no sólo estaba a la cabeza de América Latina, sino que también integraba un acuerdo económico social, el BRIC, junto a Rusia, India y China y Sudáfrica.
La política internacional de la Cancillería, (Intamarue), durante el gobierno de Lula da Silva, no sólo se limitaba a los proyectos de integración latinoamericana, (MERCOSUR, UNASUR), sino también se extendía al África, mucho más allá de los países colonizados por Portugal, (Mozambique, Angola, Cabo Verde).
La derecha, al no poder minimizar la obra gigantesca de Lula y del Partido de los Trabajadores, (PT), achacó a la suerte el precio de los Commodities, que favoreció a todos los países del llamado “socialismo del siglo XXI”. El convertir a Brasil en una potencia mundial no se limitaba sólo a la suerte de una coyuntura económica, sino también al pragmatismo de las políticas implementadas por Lula da Silva para combatir la miseria y reemplazarla por una ingente clase media.
Los diversos análisis políticos a nivel latinoamericano siguen siendo tributarios de la división, propia del siglo XVIII, entre izquierdas y derechas, pues al desconocer la geopolítica, se someten a un determinismo geográfico, (Brasil es el 5º país más extenso del mundo, después de Estados Unidos, China, Rusia, India y Canadá).
La política negacionista de Jair Mesías Bolsonaro ha colocado a Brasil en los primeros lugares de la cultura de la muerte, especialmente a causa de la pandemia del Covid-19, que arrasó con poblaciones enteras, (más de 700 mil personas fallecidas y mal enterradas en fosas comunes o bien, en improvisadas trincheras).
Los modelos del candidato de la extrema derecha Bolsonaro han sido, en primer lugar, el dictador chileno, Augusto Pinochet, los Chicago Boys, (estos últimos, inspiradores de la política neoliberal del ministro de Hacienda, Pablo Gueder y, sobre todo, los militares, que detentaron el poder durante 20 años, ´1964-1984´). El candidato actual a Vicepresidente en la fórmula de Bolsonaro es un general en retiro, y también logró escoger a otro general dentro de los candidatos del Partido Liberal que lo apoya, (el ex capitán de Ejército, Bolsonaro, se siente muy feliz de premiar a sus superiores jerárquicos).
El modelo está representado por el ex Presidente de EEUU, Donald Trump, (en este caso, el discípulo, como alumno muy aplicado imita, a la perfección, a su mentor).
El tercer modelo lo constituyen los evangélicos, en especial los episcopales que, cada día, logran acortar la distancia respecto a la iglesia católica, (hoy dirigida por un jesuita, más cercano a la iglesia popular que el integrismo del santo Juan Pablo II, polaco que concedió la Prelatura al Opus Dei, actualmente retirada por el actual Papa, Francisco).
La izquierda latinoamericana, muy ingenuamente, hizo que las encuestas en Brasil se convirtieran prácticamente, en una infalibilidad, (no menor que la de los Papas), y bastaba que Lula da Silva estuviera en el primer lugar y, según estas encuestas, podía ser elegido en primera vuelta, pues en casi todas ellas Lula aventajaba a Bolsonaro entre 10% y 15 %. En el fondo, parece muy fácil usar a las empresas encuestadoras como chivo expiatorio al no haber logrado esta izquierda mecanicista, (en este caso concreto de Brasil), “tocar el cielo con las manos”, y que se produjera el milagro de que Lula da Silva hubiera sido elegido en primera vuelta, con más del 50% de los votos. En este caso, las encuestas no se equivocaron respecto al 48,4% y los 57 millones de sufragios, obtenidos por el candidato del PT, Inácio Lula da Silva.
La izquierda más radical y determinista, a veces, usa la misma jerga del integrismo religioso para creer que los clásicos del marxismo poseen tanta verdad y certeza histórica como los libros sagrados, (la Biblia, el Corán y la Torá). Con respecto a la ultraderecha brasilera, y Bolsonaro en particular, el resultado de las encuestas fue equivocado al no entender que la ultraderecha ha penetrado profundamente en las sociedades latinoamericanas, (basta leer los porcentajes y las cifras de la reciente elección presidencial, 43,2% y 51 millones de votantes, para constatar que el “bolsonarismo” no sólo existe, sino que también tiene mucho poder. El infantilismo de izquierda, por su parte suele creer que en la política el diablo es mucho menos poderoso de lo que se cree.
El moralismo de una cierta izquierda, no muy distinta del catolicismo progresista, suele creer que basta con tener la razón y amar al pueblo para triunfar en la política, y se muestran como personas que nunca van a entender que la política, cuyo objetivo es el poder, y conquistarlo y conservarlo, por consiguiente, “quien no pacta con el diablo…” (Weber), puede ser un buen padre de familia, pero jamás un político.
Nuevamente, los beatos de izquierda y los integristas religiosos “vuelven a tropezar con la misma piedra”: la aritmética, en este caso, no tiene nada que ver con la geometría y los algoritmos. El suponer que la conducta de los electores va a ser la misma en la primera y en la segunda vuelta, es una estulticia: a Lula no le falta para ganar la suma del 1,5%, (con lo que hubiera triunfado en la primera vuelta), tampoco la suma del 4,2% y los cinco millones de la candidata Susana Tebet, y el 3% del candidato Ciro Gomes, 3.500 de sufragios, pues ni la suma de los votos de Tebet y Gomes, del 7%, casi nueve millones, no pertenecen a los candidatos, sino al libre arbitrio del elector, a quien el sufragio universal le confiere la categoría de ciudadano.
Si volvemos al cálculo matemático, de seguro, nos vamos a equivocar, pues la primera vuelta tiene muy poco que ver con la segunda, por consiguiente, todo está por jugarse, y sólo depende de la inteligencia política con que ambos candidatos logren calar en sus electores.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
05/10/2022
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