Chile: lento y ajeno
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Volvemos a fojas cero y se queda Chile con la Constitución de la dictadura, sofocando todas las luchas desde los tiempos de la dictadura y se reincorporan los políticos mismos que contribuyeron al engaño y el dolo por 30 años; vuelven incluso con la cara tan lavada que pareciera que los años no les han pasado. Dicen que el poder rejuvenece a quienes se reconocer avariciosos del mismo, pero a quienes se tomaron la democracia en serio, les parece una comedia, revestida de tragedia, por el tiempo perdido, la sangre derramada, los ojos enceguecidos y las esperanzas frustradas.
Nuestro querido país es, como decía el escritor Alegría, distante y ajeno, pero además es un país lento.
Todo progreso cuesta y ha costado mucho en esta tierra arrinconada por la geografía. Antiguamente se aducía la disculpa que somos un país pobre, por tanto no está para darse lujos transformadores y sueños modernistas. Es lo que hay, se decía, y a conformarse no más.
Esto convenía mucho a quienes eran dueños del país. Dejar las cosas tal cual están, pues es para ellos un asunto de principio. Y esto ha sido así desde el nacimiento de la República.
Si recordamos cómo fue de difícil eliminar una institución colonial como fue el “mayorazgo”, donde se bloqueaba la propiedad concentrada de la tierra, la cual quedaba en manos de un heredero y era una condición intransable, en términos comerciales, es decir los grandes terratenientes podían endeudarse o deberle al Estado, pero si no pagaban no se les podía echar mano a sus propiedades, pues estaban protegidas. Esto generaba un gran problema social, pues las familias se conflictivaban trágicamente, las propiedades eran improductivas en gruesa parte, lo que afectaba a la economía del país, pues las 12 grandes familias propietarias de más del 80% de las tierras productivas entre Coquimbo y el río Maipo, eran de “mayorazgo”.
El libertador Bernardo Ohiggins, en 1818 intenta el primer decreto de eliminación de los mayorazgos, lo que le costó el odio profundo de esa rancia oligarquía, que no descansó de conjurar hasta que lo sacaron del poder.
Luego, la constitución liberal de 1828, vuelve a anular esa institución, pero luego la Constitución de 1833, conservadora, recupera esa institución que se extiende todavía en los gobiernos hasta 1855. A pesar de ser anulado, esta institucionalidad siguió operando entre los grandes propietarios, incluso en el siglo XX.
También fue tremendamente lento y trabajoso el tema de la separación entre el Estado y la Iglesia católica. Desde los primeros intentos también de Ohiggins, recién en los gobiernos liberales de la década de los 70 del siglo XIX, se logra medio acallar la voz prepotente de una Iglesia que se creía por sobre el Estado. Producto de ello fue el conflicto de los cementerios, de la diversidad de prácticas religiosas, matrimonios civiles y otra serie de problemas de larga y trabajosa resolución.
Si queremos ir al siglo XX, tenemos el largo y trabajoso proceso para recuperar nuestra riqueza minera, explotada a manos de grandes empresas estadounidenses. Desde los años 40 del siglo XX se vino presionando para obtener mayores ingresos para el Estado. El “Acuerdo de Washington” de 1952, logra grandes avances, por la gestión de Horacio Walker y Radomiro Tómic. Luego en el llamado “Nuevo Trato” de 1955, se obtienen malos resultados y en el gobierno de Frei Montalva se da el salto de nacionalizar el 51% de la propiedad de esas empresas extranjeras. Hasta que finalmente Salvador Allende y un Congreso pleno termina por nacionalizar la totalidad de la riqueza minera.
Sin embargo, la dictadura y la derecha, en su histórica misión retardataria y regresiva, vuelve a privatizar esa riqueza nacionalizada. Cambian la ley para permitir la privatización de dicha riqueza nacionalizada y corresponderá a la Concertación extender, profundizar y relanzar la apropiación privada de la riqueza minera, hasta llegar a transferir a privados más del 73% de toda esta riqueza.
Y aquí estamos a fojas cero, luego de más de 50 años de la tan señera aventura de recuperarla.
La democracia misma, ha sido una larga procesión de expectativas frustradas por más de 50 años. Chile venía siendo desde los años 40 del siglo XX una democracia pujante e integradora, pero por las desinteligencias sectarias de los políticos de entonces, se dio la oportunidad que el diablo metiera su cola, haciéndonos caer en una dictadura, auspiciada por los sectores que históricamente han puesto mala cara a los procesos democráticos.
Luego de 17 años de la dictadura cívico militar, se logra recuperar el soñado proceso democrático; pero esta recuperación no fue el de la democracia del período anterior a la dictadura. Lo que se entroniza con el nombre de democracia, es un tutelaje fáctico donde toman parte militante y gozosamente los partidos que habían juramentado cambios sustantivos a un modelo opresor y depredador.
Por desgracia, la llamada “transición a la democracia” se alargó hasta el 18 de octubre de 2019, cuando se corta abruptamente la legitimación política y social del continuismo cómplice del autoritarismo oligárquico.
Pero como una esperanza propiciatoria emerge la Convención Constitucional, donde las fuerzas independientes y progresistas alcanzan mayorías absolutas en los escaños elegidos popularmente.
Todo parecía indicar que Chile entraba en la autopista del siglo XXI, pero cuando el pueblo debió ratificar esta nueva Constitución, forjada desde una raíz popular, entonces ese mismo pueblo da un manotazo brutal al texto y rechaza de manera rotunda e inexplicable la propuesta popular, que tanto le favorecía.
Quedamos, producto de este “rechazo” brutal, en manos de una derecha que había apostado a hacer fracasar este magno proceso democrático, desde sus inicios.
Ahora volvemos a fojas cero y se queda Chile con la Constitución de la dictadura, sofocando todas las luchas desde los tiempos de la dictadura y se reincorporan los políticos mismos que contribuyeron al engaño y el dolo por 30 años; vuelven incluso con la cara tan lavada que pareciera que los años no les han pasado. Dicen que el poder rejuvenece a quienes se reconocer avariciosos del mismo, pero a quienes se tomaron la democracia en serio, les parece una comedia, revestida de tragedia, por el tiempo perdido, la sangre derramada, los ojos enceguecidos y las esperanzas frustradas.
Las tareas de los idealistas en Chile, tienen algo del suplicio de Sísifo y tenemos que intentar remontar la cuesta, a pesar incluso que la roca alcanzará mucho mayor volumen con el descorazonador TPP11.
Por Hugo Latorre Fuenzalida